Tras las Huellas de Jorge Salazar (fragmentos de la novela de Luis Riffo)

A principios de 2011, a raíz de una conversación casual con unos poetas sureños que visitaban Valparaíso, me obsesioné con saber el destino de Jorge Salazar. Lo busqué en internet. Su nombre aparecía solo en el sitio de la biblioteca del Congreso, como autor del libro Círculo en la lluvia. Nada más. Al principio pensé que simplemente dejó de escribir y se incorporó, del mismo modo que la mayoría de nosotros, como un trabajador anónimo en la enorme factoría de consumidores en que se convirtió nuestro país. La duda, sin embargo, se mantuvo, y cada vez que me encontraba con alguien del sur le preguntaba por él. Nadie sabía nada. Pero en marzo de 2012 me encontré con la noticia de que Jorge era buscado por la policía argentina, acusado de dar muerte a un gendarme durante un enfrentamiento en una zona rural de Neuquén. No me esperaba algo así, pero tampoco me sorprendió tanto. Temía, eso sí, un desenlace fatal para Salazar, habida cuenta del modo evidente en que se lo condenaba por los medios de prensa, alentando una cacería por las zonas cordilleranas, por donde se había fugado junto a un amigo.
Junto a esa preocupación, se me despertó un vivo interés literario en Jorge Salazar, a quien veía como un personaje épico, complejo, desfasado, heroico y descabellado a la vez. En realidad no sabía muy bien cómo abordar su figura. Paulatinamente, sin embargo, comenzó a convertirse para mí en un símbolo de nuestra generación, de aquello que latía aún en un rincón incómodo de nuestra conciencia, ese espacio de rebeldía que no se apagó con el fin de la dictadura y que se mantuvo escéptico frente a los simulacros de democracia que se montaron a partir de 1990. Y parecía lícita la pregunta: ¿no estará Salazar en lo cierto y nosotros nos equivocamos al abandonar la lucha política, al creer en esta fraudulenta vía pacífica?
En 2015, sin ninguna nueva noticia sobre él, decidí continuar fabulando acerca de su derrotero y postulé a una beca de creación con el comienzo de una novela que mezclaba los pocos datos que tenía con una historia ficticia que incluía algunos elementos de ciencia ficción distópica. Gané la beca, le di fin dentro del plazo de un año que exigía el concurso, pero no quedé satisfecho y sigo ahí, dándole vueltas a la contradictoria existencia de un poeta que abandonó todo por la lucha clandestina, incluso cuando no parecía justificada. ¿Pero no están las razones de Salazar en las revueltas de octubre? Tal vez su historia no está concluida, falta el desenlace contundente, el que espera tal vez al otro lado de esta crisis sanitaria, por eso la novela se resiste al punto final.
Por lo pronto, comparto con ustedes algunos fragmentos que dan cuenta de ese personaje difuso, ese fantasma de nosotros mismos que espero tenga ocasión de encarnarse para reclamar o defender su lugar en nuestra historia.
Poetas del Sur
(…) Por razones que tal vez explique más adelante, dejé Temuco en 1988 y me vine a estudiar a Valparaíso, donde vivo actualmente. Entonces dejé de ver a mucha gente, salvo a dos o tres amigos con los que nos reencontramos una vez cada varios años como si nos hubiésemos dejado de ver ayer. Pero Salazar no era uno de ellos. Podría decir que se borró de mi memoria, como ocurre con la mayoría de las personas con las que nos encontramos a lo largo de la vida. Sin embargo, a veces basta una conversación casual para que se encadenen los acontecimientos y los recuerdos vuelvan a cobrar vida. La imagen de Salazar de pronto empezó a adquirir forma, una no muy precisa ni convincente, a raíz de la visita de unos poetas del sur que se quedaron en mi casa una noche. Casi al final de una larga jornada, cuando producto de nuestra borrachera la conversación se fue haciendo nostálgica y efusiva, uno de ellos me dijo sin alarma ni pesar, como un dato curioso dentro del extenso anecdotario de escritores sumergidos en la provincia, que Jorge Salazar había muerto acribillado por ráfagas de metralleta durante un enfrentamiento con la policía
Fue JC quien me llamó para avisarme que Mateo Duna e Isaac Postillo llegaban al Puerto invitados por una asociación de poetas de Valparaíso o Villa Alemana. “Júntense, conózcanse, armen un cuento para promover a la cofradía”, escribió en el mensaje electrónico que me envió un día antes del recital que se realizaría en el zócalo del Centex y en el que ambos afuerinos se presentarían como poetas invitados.
(…) Deliberadamente llegamos mucho más tarde de lo programado, pero el recital aún no comenzaba. Nos encontramos con algunos conocidos, con los cuales intercambiamos algunas palabras mientras esperábamos que empezara la presentación. (…) Cuando el evento terminó pude recién presentarme e integrarme a los planes que vendrían, el cóctel de rigor y el remate en algún bar. Propuse el restaurante “Moneda de oro” y fue allí, en torno a unas chorrillanas y botellas que se vaciaron con velocidad vertiginosa, donde entramos en confianza y buscamos puntos de convergencia que fueran más allá de nuestro vago oficio poético. (…) Estábamos en eso cuando llegó el marido sobrio de una poetisa ebria y ofreció a los poetas invitados un improvisado paseo por el Puerto. Nos instalamos siete personas en un pequeño vehículo, incluida una dama de aspecto señorial, presidenta del círculo de poetas, que no parecía muy feliz con la informalidad de la situación y que insistía en terminar la tertulia en su casa. Los poetas del sur en algún minuto me manifestaron sus aprensiones respecto de las intenciones de la sexagenaria poetisa y sugirieron la posibilidad de quedarse en mi departamento. Acogí la casi súplica. Nos bajamos en el mirador Artillería, nos sacaron fotos, hablamos de Teillier, Elicura, ni siquiera vimos el panorama de barcos y contenedores junto al mar. Caminábamos de regreso al auto cuando recordé. “Oye, Mateo, ¿conociste a Jorge Salazar?”, le dije. “Salazar, Salazar… sí, me suena mucho”, respondió, e hizo un esfuerzo notorio por recordar entre la nebulosa de su borrachera: “Es el autor de ese libro incomprensible, ¿cuál era el título?”. “Círculo en la lluvia”, le dije. “Ese mismo. Esos poemas no los entiende nadie”, dijo. “¿Has sabido algo de él? ¿Ha publicado algo más?”, quise saber. “La verdad es que no lo conocí muy bien”, me dijo, “pero lo último que supe de él fue a través de la crónica roja. Déjame pensar. Mira, no recuerdo si fue el 89 o el 99. Pero lo que tengo claro es que la familia Salazar se quedó mutis. Eran comerciantes respetables y no querían hacer ruido ni hablar del asunto. Simplemente se fueron de Temuco con rumbo desconocido, tal vez a Valdivia o Puerto Montt, no lo sé. Pero era obvio que pese a la tristeza de una pérdida irreparable, preferían empezar de nuevo en otro lugar, borrar las huellas de un paso en falso. Según el diario, que reprodujo la versión oficial sin mayores detalles, fue un enfrentamiento entre la policía, no recuerdo si civil o uniformada, y un grupo extremista. Hubo un solo muerto, Jorge Salazar, y los demás fueron anónimos sobrevivientes en fuga, cuya captura, como suele informar la policía, era inminente. Lo más probable es que no los hayan atrapado ni siquiera después de todos estos años. Lo demás es silencio absoluto sobre el tema. Nadie pregunta, nadie sabe nada”.
(…) Fue en el año 86 u 87. Una mañana Jorge llegó a verme en la pieza que todavía arrendaba como estudiante, yo recién levantándome, con El mito de Sísifo en el velador. Se presentaba ante mí con el aspecto de estar despierto desde hacía años, lleno de una energía reposada que esperaba estallar pacientemente, para preguntarme si quería participar en el siguiente número de la revista Rebeldía. Yo le dije que sí, por supuesto. Y luego de una pausa solemne, me preguntó si estaría dispuesto a asumir mayores responsabilidades, ir un poco más allá. Otro silencio, una pausa llena de procesos mentales en los que se sucedían escenarios reales e imaginarios. Intuía, leía entre líneas, que esas mayores responsabilidades en plena dictadura no consistían simplemente en ser editor o director de una publicación subversiva. (…) Sin eufemismos, debo reconocer que en ese momento me sentí cobarde, un sujeto que encubre su miedo con recursos vagamente intelectuales. Solo un instante después se me hizo claro que antes que un revolucionario entregado quién sabe a qué actividades subversivas, Jorge Salazar era un poeta que comprendía perfectamente el alcance de las palabras y al parecer pudo entrever que mi virtual deserción se fundaba en consideraciones, si bien no convincentes, al menos sinceras. Al menos eso he querido creer.
(…) poco a poco me fui acostumbrando a la idea de ficcionalizar mi búsqueda de Salazar, recoger esos datos que algo de verdad debían tener dentro de su aspecto más bien legendario. No podían tantas personas distintas coincidir en la descripción de ese mundo de sombras siniestras, pero a falta de pruebas contundentes, con la sola recopilación de testimonios diversos lo que me quedaba era hacer en parte lo que me pidió el alemán: contar su historia, aunque nadie la creyera. Y agregar las especulaciones paranoicas de JC. Y también aceptar que Salazar estaba vivo en algún lugar de Argentina, perseverando en una lucha que no parecía encontrar su sitio en esta época, en este mundo. Estaba dispuesto a contar una historia inconclusa, plagada de hechos exagerados que culminaban en un final abierto, incierto.
(…) Varios meses después, cuando ya había puesto punto final a esta novela justo en el párrafo anterior, encontré en un diario electrónico argentino una noticia que se repetiría en algunos otros medios de manera semejante, con algunas pequeñas variantes en el tono predominantemente inquisitorial. Reproduzco el texto:
“JUNÍN DE LOS ANDES.- Mientras se continuaron ayer los rastrillajes por aire y tierra en complicado terreno cordillerano, se presume que el asesino material del policía José Aigo sería Jorge Antonio Salazar Oporto, alias «El Chino», alias «Yava», ciudadano trasandino y vinculado al crimen de un carabinero ocurrido en 1997, según un informe preliminar de organismos de seguridad chilenos en respuesta a los datos enviados por la justicia neuquina.
Sin embargo, fuentes ligadas a la investigación dijeron a este diario que aún se espera una confirmación definitiva de esa identidad.
Conviene recordar que el joven Juan Marcos Fernández, propietario y conductor de la camioneta en la que se desplazaban los buscados al momento del encuentro con la patrulla de la Brigada Rural, identificó al asesino como «Juan Carlos» alias «El Chino», un vecino de la zona de Mallín Ahogado y contratante del supuesto «flete» entre El Bolsón y Aluminé, junto a otro pasajero, Alexis Cortés Torres, quien había subido a la pick up en Bariloche.
El tal «Juan Carlos» fue el autor de los disparos que mataron al sargento, cuando se acercó a realizar el registro rutinario del rodado en una zona de habitual paso de cazadores furtivos. También fue quien se tiroteó con el compañero de Aigo, el oficial Pedro Guerrero, hasta que se dio a la fuga con Alexis Cortés Torres.
El viernes se conoció un comunicado conjunto del Movimiento de Izquierda Revolucionaria y del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que reivindica la responsabilidad política por los hechos y la militancia de ambos prófugos como luchadores sociales.
La búsqueda de la identificación del tal Juan Carlos es uno de los componentes clave de la causa, y entre las diligencias ordenadas se habían levantado huellas tanto en la camioneta de Juan Marcos Fernández como en la vivienda de Mallín Ahogado, donde «El Chino» compartía la vida en pareja con Mariana Haydée Jiménez, cuyo paradero también se procura.
Las huellas y fotografías digitalizadas extraídas de las computadoras secuestradas fueron enviadas a organismos de seguridad trasandinos, como Carabineros y la Policía de Investigaciones, que habrían hecho una identificación preliminar a nombre de Jorge Antonio Salazar Oporto.
Se trata de un individuo que también sería buscado en Chile por participar del asesinato de un carabinero, durante un enfrentamiento en Lontué, Curicó, cuando integraba de forma activa las operaciones del MIR. Está prófugo desde 1997 en Chile.
En la actualidad, se cree que Salazar Oporto tendría unos 40 años y formaría parte de un llamado «Ejército Guerrillero de los Pobres-Patria Libre», como parte desprendida pero activa del MIR.
En tanto, ayer continuaron los rastrillajes en el terreno, con fuerzas conjuntas integradas por policías neuquinos y gendarmes, así como perros de rastreo y medios aéreos de la provincia y de la fuerza nacional.
De momento, el perímetro de búsqueda abarca una amplia franja dominada por los parajes Chiquilihuín, cerro Tres Picos, Aucapán y el área Tromen. Por estas horas, la tarea se concentra en el avance sobre la zona próxima a la línea fronteriza (entre 40 y 60 kilómetros del límite), a través de cerrados bosques de especies nativas, cañadones, pedreros y desfiladeros a pique de entre 600 y 800 metros, según las fuentes consultadas por este diario.
Según se supo, del lado chileno equivalente a ese sector se habrían desplegado unos 100 carabineros para mantener el control y actuar en caso de que los prófugos pudiesen perforar la frontera”.
Traté de imaginarme a ese Jorge Salazar sanguinario que describe esa crónica y las otras que se le asemejan, pero de ninguna manera coinciden con el poeta Jorge Salazar que conocí ni con el compañero que se despidió cordialmente un mediodía de 1986 o 1987 en mi pequeña habitación de estudiante en Temuco, cuando opté por la duda en lugar de la convicción.
Lo imaginé corriendo por los bosques del sur, al otro lado de la cordillera, buscando caminos furtivos entre las montañas andinas, objeto de una cacería implacable, declarado culpable por los medios de comunicación, sudando, jadeando, prolongando hasta lo imposible la figura asmática de Ernesto Guevara más allá de la guerra fría, como si se pudiera, me digo, y me pregunto ¿se puede llevar tan lejos un sueño?
Biobiochile.cl – FPMR y MIR asumen responsabilidad en muerte de policía en Argentina
Luis Riffo: Nació en Temuco en 1965. Estudió Castellano en la Universidad Católica de Valparaíso. Poeta, narrador y crítico literario. Editor de Editorial Bogavantes de Valparaíso. Es autor de los libros de cuentos Los sueños de Mara y Marsolo (1993) y El Margen Vertiginoso (1999). En poesía ha publicado Oficio de Náufrago (2014) y Casi Nadie (2015). Obtuvo las becas de creación literaria en ensayo (2014), novela (2015) y poesía (2018). Mantiene inédita la novela Trópico de la Muerte, de la cual son los fragmentos publicados.