«El niño alcalde» de Marcelo Mellado (por Felipe Moncada)

A la Vanguardia de la Incertidumbre[1]

El niño alcalde de Marcelo Mellado, Editorial Hueders, 2019

El satírico es pasado de rollo, ¿de dónde provendrá este caballero? Yo ni lo trago ni lo vomito. A lo mejor entre la infinidad de cosas que dice el satírico, debe haber alguna verdad? (…) El satírico es carepalo, choro de cana e incluso antisistema.

 

Víctor Hugo Saldívar

 

Creo que este niño alcalde se instala en la tradición de los discursos incorrectos o extravagantes, cerquita de la sofística del Elogio de la mosca de Luciano de Samóstata, o del Elogio de la locura de Erasmo. El hablante lírico, llamémosle así, de este delirante monólogo, se presenta como un ex dirigente social que quedó colgando de algunas hilachas de discursos apaleados, y que ha derivado en una especie de predicador independiente que se gana la vida limpiando pescados, a la vez que jura a cada rato estar saliendo del hoyo en el cual se hunde más y más a medida que avanzan las páginas. El único momento en que se autodenomina, lo hace sindicándose como el payaso rabotril, asignándose así la categoría de ansioso y carente de seriedad, en una especie de medieval máscara de la locura, ¿cuál es la ventaja de usarla? quien se la ponga puede decir lo que se le venga a la mente de manera impune, claro, a costa de su patada en la raja de la polis, más no de su plaza de prédica. El payaso se excluye del poder al exhibir descaradamente su nariz absurda y su lengua disparatada, pero entre broma y broma la verdad asoma, al menos la verdad particular del hablante, que ve en todo intento político un ansia de instalación en el tablero, cito: desde este púlpito humilde y callejero, cabrito, yo solo te pido una peguita poca, solo para la sobrevivencia, dame algunas funciones transitorias más que sea, por último algo así como asesor político cultural y que me pague alguna corporación municipal o un departamento edilicio.

Algo me advirtió el autor sobre este libro y una hipotética relación con la poesía, así que exploraré superficialmente por ahí. Si nos vamos a las definiciones clásicas, antes que todo se decontruya y volvamos a los átomos primordiales, la sátira y la poesía parecen provenir de la misma tribu. El latino Lucilo afirmaba que la sátira es un poema de ritmo narrativo, de desarrollo a menudo dramático, incluso de vivos contrastes. (…) la unión de la burla mordaz y la lección moral. Otra definición de la sátira, más reciente pero no por ello menos clásica, proviene de Gilbert Highet: y dice que “la sátira poética es un género brutalmente realista, que usa un vocabulario amplio, con muchos elementos coloquiales, vulgares e incluso groseros, que cubre una temática amplia, pero centrada en los vicios y defectos del hombre y la sociedad, por medio de la irrisión. Que se trata de un género violento y cruel en su expresión, que usa parodias, chistes obscenos, expresiones vulgares, entre otros recursos, para zaherir a los necios y bribones, pero diciendo las cosas de manera ambigua, irónica, para evitar las restricciones de la censura. Hasta ahí esa definición, pero ¿quiénes son los necios y bribones?, eso queda al gusto del consumidor.

La política es sin duda el punto cardinal que la lleva en este libro, o más bien la imposibilidad de la política, el fracaso de la política, o la política como encubrimiento beatico de aspiraciones personales de bienestar, mientras los supuestos interpretados, el pueblo de antaño, las organizaciones ciudadanas del ahora, son el trampolín en el que saltan los operadores políticos para caer parados en sus cargos públicos, de los cuales solo saldrán con espátula o con cargos de corrupción en contra. Esa podría ser una síntesis de los discursos que giran reiterándose y buscando variantes expresivas y estéticas, sacando carcajadas en el camino, so peligro de no parar de reírse, desbocarse y quedar con la mandíbula paralizada pidiendo asistencia médica. La incomodidad que pueda causar esta literatura en quienes creen en lo participativo puede ser el precio de quien deconstruye un discurso en formación y devela sus fatigas prematuras, si un escritor hace esto se le tildará de sabotaje, si lo hace un ingeniero se prevendría probablemente la caída de un puente. El lenguaje cuestionado aquí pasa por sospechar de las fórmulas, como la de echar a la olla palabras como territorio, patrimonio, ciudadanía, participación, políticas públicas, organizaciones comunitarias, entre otros conceptos, y repetir, repetir, hasta que duela, hasta que la masa retórica se vuelva inocua e incuestionablemente correcta, para así llegar al cargo deseado.

Hace tiempo Mellado nos tiene acostumbrado a sus batallas satíricas, sus molinos de viento han sido ciertos poetas etílicos, las instituciones de la pequeña provincia, las micropolíticas culturales, entre otros blancos, y mientras algunos ven ahí actos de resistencia, otros pueden ver impostura o prepotencia. Parece funcionar como reloj la ley de la moneda: dónde uno ve cara otro ve sello, donde uno ve un puerto podrido otro ve una ciudad fantástica, dónde uno ve intenciones de articulación social, otro ve instrumentalización, dónde uno ve liderazgos para mejorar la calidad de vida, otro ve cacicajes rancios; y parece no haber una mirada, ni la tierna, ni la sarcástica, ni la engrupida, a la que le corresponda imponerse y en esa tensión transcurren kilómetros de palabras enredadas en retórica, gastamos saliva, argumentos e ironías, definimos y des definimos lo que es la literatura, y todo queda igual, el señor en su castillo y el zarrapastroso en su mediagua. Y si cualquier obra o acto tiene su retórica que le apalea, el llamado parece ser seguir transmitiendo cada cual en su frecuencia, total (Parra dixit) “aquí no se respeta ni la ley de la selva”.

Si busca una lectura políticamente correcta, si no quiere meterse en camisa de once varas, aléjese inmediatamente de este libro, pues contiene una alta dosis de acidez y humor negro, algo poco conveniente si quiere quedar bien con moros y cristianos.

[1] Adaptación del texto original leído en “Casa Plan” de Valparaíso, el 29 de agosto de 2019.


 

Felipe Moncada Mijic: Nació en Quellón, en 1973. Profesor de Física y Matemáticas (USACH). Editor de Ediciones Inubicalistas de Valparaíso.

Ha publicado los libros de poesía: Irreal (2003), Carta de Navegación (2006), Río Babel (2007), Músico de la Corte (2008), Salones (2009), Mimus (2012), Silvestre (2015, Premio Municipal de Santiago 2016), Migratorio (2018, Premio Mejor Obra Literaria Inédita CNCA en Poesía, 2017). En el género ensayo ha publicado: Territorios Invisibles. Imaginarios de la Poesía en Provincia (2016, Premio Mejor Obra Literaria Inédita en Ensayo, 2015).