Entrevista a Diego Rosas Wellmann + tres poemas

Por Comité Editorial Elipsis.

¿Por qué dedicarse a la literatura en el presente? ¿Por qué ese medio y no otro?

Bueno, yo creo que cualquier decisión a perseverar en una actividad artística, además de valerse de un continuo ensayo y error, implica tomar riesgos. La literatura, en todo orden de cosas, es un riesgo, ya sea porque te lleva a exponerte, a encorvarte horas frente a un computador, a enfrentar inseguridades en torno a la lengua, e incluso a darte cuenta que no lograrás mucho económicamente.

Yo elegí a la literatura porque en ella me encuentro. Para mí, la lectura puede ser un refugio, una escuela, un concierto. He querido aventurarme a replicar eso escribiendo, y de pasada, volcando mi imaginación allí, buscando suscitar emociones primitivas en otros,  símbolos que desconcierten, o por lo menos a eso aspiro.

Podría elegir a la literatura por varias razones, pero creo que su aspecto virtualmente privado, solitario y atemporal es lo que más me seduce. Creo en el lenguaje como una bestia a domesticar y en el libro como tótem. Con ello tenemos la posibilidad de continuar explorando sentidos, más aún en una época donde el neoliberalismo salvaje conduce al nihilismo tóxico. Ahí, la literatura como amuleto y escudo.

¿Cómo abordaste la escritura de Resquemores? ¿Qué te sucedió primero, qué te sucedió después?

Resquemores fue el inicio para divulgar mis poemas en formato de libro, un reconocimiento a los mismos, como piezas que capturan la poesía como búsqueda personal, mediante la cristalización de emociones reprimidas, pero también como reclamo frente al devenir literario.

Los poemas contenidos ahí fueron escritos en mi transición a la adultez: años en donde vacilaba en el deseo de escribir, hasta que me decidí a recoger lo escrito y me puse a editar, a darle a los poemas un cuerpo definitivo, propio. La escritura de este primer poemario se acompañó de mucha música, siendo una de sus mayores influencias, aunque también hubo coqueteo con algunos referentes de la poesía, que con cariño y permiso se solaparon, dejando huella.

Después de Resquemores, creo ver la poesía con mayor amplitud. Se me ha dado la oportunidad de entablar diálogos valiosos que expandieron mi noción de lo poético. Antes, no contaba con eso. Se siente como otro inicio y eso me encanta.

¿Qué libros le regalarías a un escritor de veinte años?

Regalaría dos novelas:
Mapocho, de Nona Fernández, porque cita la necesidad de la memoria, tanto en términos de una narrativa colectiva y una militancia frente a un Chile que requiere ser escrito. Y Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato, porque a mi parecer, es el largo camino por un callejón que invita a pensamientos taciturnos y existencialistas.
Creo que a los veinte años continúas preguntándote sobre qué escribir, con mucho seso, pero también con mucho cortocircuito de emociones. Ambas novelas pueden contribuir muy bien a la integración de dimensiones, como lo colectivo y lo individual, lo emocional y lo intelectual, cuestiones necesarias a considerar en un buen proyecto escritural.

Sabemos que estás en la escritura de un nuevo libro. ¿Nos podrías hablar de él?

Es un libro de cuentos que se titula “La Mugre”, cuyo contenido toma inspiración en mi experiencia trabajando como psicólogo en el sistema de protección de infancia y otros escenarios de justicia. Son cuentos contrarios a una aproximación realista tradicional, porque se sirven de la caricatura, la alegoría y la sátira para representar algunas asuntos sociales. Sólo espero que quienes los lean sepan de qué van, que no queden indiferentes.

¿Qué errores, o lugares comunes, te provocan dejar la lectura de un libro?

Muy pocas veces dejo un libro. Cuando lo empiezo, tengo que terminarlo, aunque pasen años, aunque tome pausas. No me gusta dejar las cosas a medias, pero ahora que respondo a esta pregunta, lo admito: esto de postergar también es, de cierta forma, una excusa frente a lo inevitable de abandonar las lecturas. El mayor aprendizaje que le saco a ello es entender que los libros tienen una oportunidad de elegirnos, y con ello me refiero a que algunos serán hojeados en distintos momentos de la vida. Ellos también deciden.

¿Cuáles son los dos últimos libros que has leído?

Cómo hablar de los libros que no se han leído, de Pierre Baryard. Es un ensayo muy interesante sobre el valor de la no lectura, lo que viene a contrarrestrar esas opiniones prístimas de que sólo podemos hablar de literatura en la medida que tragamos libros, cosa que además de ser poco cierta, es bastante superficial a la hora de entender las complejas relaciones que se establecen entre la persona y el libro. Lo recomiendo.

Anteparaíso, de Raúl Zurita. Una maravilla,  un poemario del que me he ido enamorando. Una lenta plegaria sobre los paisajes de Chile como partes de un cuerpo que aspira a sanar. Es bellísimo en su reiteración y fragmentación, y en la imagen con letras en el cielo de mensaje atingente: MI DIOS ES HAMBRE.

¿Qué te gusta y qué te repele de los escritores de tu época?

Me atrae mucho la diversidad en las voces, el ímpetu de hacer literatura desde distintos sectores, con inquietudes éticas y estéticas. Nuestra poesía y la tradición que le subyace continúa escenificándose muy bien. Además, hay compromiso de quienes escriben por reinterpretar o redescubrir la historia, albergando tanto las fricciones y contradicciones que sufrimos, recuperando también misticismos y paisajes que creíamos olvidados.

Me repele la mal llamada literatura del yo, o el exceso de autorreferencia explícita en la obra de ciertos autores, la cual se me plantea como un mero desahogo o un retrato de un individualismo burgués, anodino, circular, lejano al gusto popular. Me parece en cierto punto conformista y lobbista, ausente de un proyecto escritural que provoque y que proponga.


Crucifixión

He tenido
una pesadilla
donde era un hombre
delgado y frío con cuerpo de cruz
y delirio de rey

Hombre delgado y frío
que pidió plasmar en sus carnes, a golpes
falsos estigmas que le ayudarían a arrodillarse
a rezar y a percatarse del temblor
a ser el temblor

Tiemblen conmigo
que mientras temblemos estaremos a salvo.

Instrucciones para acariciar a un carabinero

Ábrale la puerta,
que el pestillo no muerde
retroceda con calma
deje espacio para el ingreso
a su hogar
al hombre exhausto
chato
de capuchas
de barricadas
de un Chile alicaído
de un gobierno débil
pero ahora, basta,
que esta es la comodidad de su casa
su refugio,
y con el amor de una mujer generosa
lejos del cuartel y del calabozo,
de los perros, patrullas,
balas, alarmas,
lumas, cascos
pero basta
que ahora es momento de paz

Espere al retiro
de ese uniforme tan pesado

Ayúdele a quitarse esa musgosa gabardina
y acaudilladas botas
Él retirará de su cabeza
la boina de laureles bordados
Él extraerá de sus bolsillos
la placa de carabinas pareadas
en ese escudo que quiso ser
tan brillante como Dios
Él descolgará de su cinturón
una pesada radio
de cordón enroscado
y voces borrosas
Él quitará de sus ojos
unas gafas, de marco cobrizo
espejo polarizado
dejará ver unos ojos, hinchados
rojos como la patria
Él desenfunda del estuche de cuero castaño
una Glock 19, plateada de punta, plomiza de lomo,
buen calibre
vírgen, pero cargada;
estas insignias buscarán descanso

Un lavado de manos y de cara
Pollo y papas danzan en el microondas
Una lata de cerveza
jubilosa, estalla con la llegada del amante

Sírvale ese plato caliente

Respóndale a sus chistes,
o en su defecto, sólo asienta con la cabeza
Si él no la mira, no importa,
pero usted no lo descuide

Obsérvelo, con cuidado
note como respira cuando come
que la fuerza lo dejó con hambre
y la razón con rabia

Busque superficies parejas
para brindarle un pequeño roce;
caricia en el borde de patillas rasuradas
o pose sus dedos sobre esos nudillos heridos

No se precipite
ante la mancha de sangre en su camisa desabrochada

No le pregunte
si se la hizo afuera, o anoche

No se arrepienta
de ser nación, con él.

Nada se me escurre

Nada se me escurre
—menos la leche, más el grano—
en este silente horario, de muescas

Hice un puente
entre la boca que se me desprende
de tu vientre herido
y el manto de ventrículos
derretidos por la grasa;
escritos en versículo de hiel y hemorragia

Salivando está el cielo, ahora
y bordándose con gracia El Diluvio
Masticable la piel de la noche
gruesa capa asfixiante, de peso invisible
Rutilante el uniforme de la luna
que controla, bellezas castigadoras

Duermo y moluscos macilentos
pellizcan mis pestañas
y mi sueño, se evapora
en polvos druidas

Del vacío será mi seso
del exceso, postura de momia

Cráteres en mi rostro pernoctan
en el último retiro de turgencias

Permanezco con la madreselva húmeda
celosa de mi frente
Permanezco jalando palancas
tributando barbas y alegorías
del sexo y depresión

Doña sinusitis vendrá
con su beso de las buenas tardanzas
a despedirme
y el uróboros
será mi reloj

—Seré máquina—

Cuando la enfermedad me abrace
mi sombra, me ocultará su afecto

Y la muerte vendrá de uñas largas
y con cinismo, me tragaré su aliento

Recitaré un himno, dislocado
pero con bostezos mistrales
y en ausencia de vestidos ovarios
haré compromiso oscuro

Sepultaré los nervios que restan
y te negaré mi umbral
sin paréntesis
sin aborto de puntos.

Diego Rosas Wellmann (Coyhaique, 1993) Psicólogo egresado de la Universidad de La Frontera, con estudios de magíster y especialización en el ámbito jurídico y forense. Publicó su primer libro de poemas Resquemores en el año 2019, bajo la Editorial Bogavantes. Actualmente colabora en el proyecto literario Revista Ruina y trabaja en el libro de cuentos La Mugre y el poemario Miel de ópalo.

Fotografías: Cristian Rodríguez.