Dispositivos de Lectura (por Cristian Rodríguez)

1. Por más que haya avanzado la tecnología al momento de escribir este ensayo, leer en pantallas sigue siendo más incómodo que leer en papel (excepto por las pantallas con tinta electrónica como el Kindle o el Nabuk). El brillo de los monitores provoca que la vista “patine” sobre las palabras al eludir instintivamente una fuente de luz artificial. Enfrentados a lecturas rápidas, los ojos no siguen una trayectoria sostenida, sino que “saltan” entre párrafos buscando información útil; condicionados por el predominio de las imágenes y de su influencia en nuestra forma de aprehenderlo todo a la vez.

2. Por otro lado, la lectura en pantallas ofrece ventajas y peculiaridades. Una de las más grandes, y menos obvias, es el regreso de la lectura en vertical, donde el desplazamiento del lector es más parecido al acto de decodificar un rollo de papel y no un libro típico (una orientación más cercana a la poesía, aunque sólo sea en la forma). Una lectura así (como un descenso continuo) es más “natural” que los saltos entre páginas, amoldándose a nosotros como lectores y no al revés (en formatos como el epub o el mobi, el texto es como un líquido sin contornos que se acomoda a todos los envases disponibles). En síntesis: las pantallas se desplazan y reconfiguran instantáneamente junto con la mirada del lector y sus circunstancias.

3. Otra ventaja de leer en pantallas es su rapidez y portabilidad. A veces, cuando hago dormir a mi hijo, encuentro el tiempo para sacar mi teléfono y seguir con la lectura de algún poeta argentino o mexicano en pdf. La posibilidad de una lectura fragmentada me parece no sólo importante, sino que vital para cualquier práctica que quiera colarse en nuestros espacios de tranquilidad.

4. Esa misma ventaja (poder entrar y salir rápidamente de una obra) puede ser también una desventaja. Los libros físicos piden un momento especial, piden alejarse del mundo, y piden ser leídos hasta el final (aunque no lo hagamos). Es una actividad a contrapelo del presente, un gesto de rebeldía que no pasa inadvertido entre un grupo de personas (hay algo sutilmente ofensivo en abrir una novela durante una reunión importante). En cambio, los archivos sacados de un océano de bits y textos aleatorios son mucho más susceptibles a ser devueltos sin consideraciones. No hay ningún halo ni melodía que rodee a su lectura. A diferencia de las palabras impresas, el texto digital está desnudo, desprovisto de toda aura y sensualidad. Sólo se tiene a sí mismo. El único motivo para seguir inmersos en él es su propia calidad estética y argumentativa: la que nos hará seguir atentos, o no, al desenvolvimiento de su sentido.

5. Por mi parte, mis mejores lecturas digitales han sido hallazgos en webs, blogs y revistas en línea. Textos que asumen de plano su soledad intrínseca y que logran brillar repentinamente, y sin ningún aviso, agazapados en su aparente falta de atractivo; fluyendo sin muchos colores junto con el entorno en el que se encuentran. Textos entre otros textos que, ya sea por su agudeza para describirnos, o por las chispas de su habilidad combinatoria, logran atraparme sin ninguna advertencia (curiosamente, muchos de ellos han sido de autores canónicos que ni siquiera conocieron la máquina de escribir). Por eso, ya no tiene sentido maquetear un archivo para que imite al papel. Resulta absurdo apelar a la diagramación de un archivo como un fantasma, o carcasa, de una versión física que quizás nunca existirá. El formato debe ser otro: más consciente de su sencillez y de la completa abstracción que supone el texto digital. (Creo que el único elemento a imitar es la persistencia de esa especie de clausura que tiene el libro físico: un marco que impida su disolución entre el ruido y la insignificancia).

6. También es cierto que, en el mejor de los casos, la velocidad inherente de los dispositivos digitales hará que el instante de encontrar un buen poema, o un buen relato, sea como ver a una mujer perfecta desde un bus en movimiento. Eso explica la costumbre de muchos lectores -me incluyo- de abandonar algunas lecturas digitales para buscar una copia en papel y así disfrutar esa obra con toda la paciencia que se merece.

7. Lo anterior me lleva a pensar en que hay ciertos libros que se leen mejor en digital porque están dirigidos, sin quererlo, a ese tipo de lecturas: poemas como ráfagas de símbolos que despliegan todo su potencial de extrañeza en unas pocas líneas, historias que no fuerzan al lector a reconfigurar espacios ficticios o distantes, y novelas unipersonales que se leen como una larga conversación de madrugada. Por lo mismo, si parte de la literatura comienza a mudarse a ese ámbito digital, es probable que también empiece a «adelgazarse» en pos de esas nuevas formas de lectura; conteniendo menos contradicciones y menos significados implícitos o entrelazados bajo la superficie.

8. Lo anterior también merece un par de consideraciones tranquilizadoras. La primera, es que la escasez de obras ambiciosas (extensas o intrincadas) es una tendencia bastante previa a lo digital, y ya se venía consolidando desde hace varias décadas (los últimos escritores representantes de la novela total fueron Mann, Musil y Joyce, y murieron hace alrededor de setenta años). La segunda consideración, es que nuestra capacidad para transmitir muchos significados en poco espacio, o en formas aparentemente llanas y expositivas, es y será, por mucho tiempo, una de las principales cualidades de la literatura y de la estética en general. Por lo tanto, el desafío sigue siendo el mismo.

 

 


 

Cristian Rodriguez (Valdivia, 1985). Poeta y narrador. Profesor de lenguaje y Mg. en Literatura Hispanoamericana. Ha publicado Lluvia de Barro (cuentos) y Caligrafía del Insomnio (poemas). Actualmente cursa estudios sobre buenas prácticas de enseñanza online  y trabaja en su segundo libro de poesía.

Imagen de la cabecera: Marilyn Monroe leyendo Hojas de Hierba, por Dave Cicero (1951)