Fragmentos del ensayo “El poema como huella en Ximena Rivera” de Natalí Aranda Andrades (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2019)
1
Estamos ante la presencia de una poesía compleja, reflexiva, que exige un lector abierto a la dimensión simbólica y espiritual de lo real. Una escritura que nos aproxima, por medio de símbolos, a la experiencia de lo sagrado […]
La poesía de Ximena va en sentido contrario a una época en la que hablar de espíritu parece absurdo, lejano a nuestro universo cotidiano. Una era en la que tampoco la institucionalidad religiosa da espacio a la dimensión sagrada de la existencia, ya que al igual que otras instituciones, el apego al poder ha destruido lo que pudo haber sido un lugar de acogida para todo aquel que se siente llamado por el misterio.
Su escritura nos devuelve nuestra humanidad perdida en el reduccionismo materialista y económico de un tiempo en el que observamos la mayoría de los ámbitos de la existencia desde estos criterios.
Es necesario hablar de su poesía y de todo lo que a partir de ella se desprende. Un lugar en donde lo sagrado todavía late, respira.
2
Su poesía es un diálogo constante con la filosofía, un diálogo cercano al horror y también un acto de fe. La poesía como el lenguaje que se hace cargo del horror que provocan los espacios vacíos, donde Dios, el Ser, el Logos, han dejado de tener un lugar.
Wallace Stevens afirma: “Cuando uno deja de creer en dios, la poesía es aquello que ocupa su lugar como forma de redimir la vida”.
¿En qué sentido toma este lugar? Abriéndolo, mostrando la apertura que late continuamente en un vacío intermedio, un murmullo incesante que se encuentra entre la noche y la noche.
Para Lucy Oporto la poesía de Ximena Rivera es la “búsqueda de un lenguaje originario, en confrontación permanente con el vacío”. Confrontación que es parte de todo proceso real, desnudo y terrible de acercamiento al alma humana.
Un acercamiento al fondo de uno mismo. Fondo del cual se intenta huir por temor, porque mirar el abismo abre la posibilidad de la locura y de la muerte, posibilidades latentes en todo camino verdadero hacia lo que el psiquiatra Carl Gustav Jung denomina sí-mismo, totalidad que actúa como centro gravitatorio de nuestra psique.
3
Poeta es quien vuelve a un origen compartido, podríamos denominarlo arquetípico. A través de símbolos va creando un camino de regreso […]
El lenguaje de la creación busca el regreso a este ritmo cotidiano de las cosas, para desde ellas entrar en ese otro tiempo y espacio, en el que lo mítico es parte constitutiva de nuestra comprensión del mundo.
Es así que lo cotidiano adquiere nuevamente su sombra, su profundidad arquetípica. Sucede lo que Ximena indica en las siguientes palabras: “las sombras / como una vieja verdad / nacían del fondo de las cosas”.
4
María Zambrano declara lo siguiente: “El mundo sagrado es la realidad desnuda, hermética, sin revelar”. Para la filósofa lo sagrado es anterior a cualquier tentativa de forma o definición humana, incluso es anterior a los dioses, porque ellos son un intento de vestir o delimitar aquella realidad desnuda.
Lo sagrado es una experiencia irreductible a lo humano, es el misterio actuando en nosotros y que no se deja revelar. Una experiencia que escapa a las denominaciones, pero actúa en el ánimo, se padece. […]
Hay un interesante texto denominado Sonidos primigenios de lo numinoso aparecido en Ensayos sobre lo numinoso, (Rudolf Otto), donde nos habla de que el sentimiento ante el misterio se descarga o se manifiesta en sonidos. Es así como ciertos términos que asociamos a la religiosidad son exclamaciones del individuo frente a esto sobrenatural, inexplicable, irreductible, incomprensible.
Un ejemplo es la sílaba sagrada om, que no designa concepto alguno.[…]
Esta sílaba, o cualquier otro sonido de lo numinoso, no es parte de la conmoción de un solo individuo. Puede ser reproducida por todo aquel que entre en un estado de apertura y de atención ante lo radicalmente otro.[…]
Un ritmo que no pertenece a nadie, pero que todos pueden escuchar si logran el estado de apertura necesario.
María Zambrano afirma: “el ritmo es la más universal de las leyes, verdadero a priori que sostiene el orden y aun la existencia misma de cada cosa. Entrar en un ritmo común es la forma primera de comunicación…”.
Entrar en este ritmo es ir al orden y a la relación que existe entre las cosas. […]
El encuentro con lo sagrado y numinoso es un encuentro con este ritmo que impera en todo. El sonido que surge desde nuestro interior guarda una continuidad con este ritmo del universo.
5
¿Puede ser la vida en sí misma la experiencia de lo sagrado, la vida desnuda en todo su misterio, la vida que no toma formas y que solo aparece para ocultarse? Quien se acerca a este punto no le teme a la muerte, a su propia muerte. Ve su mortalidad no como algo contrario a la vida, sino como su continuidad. Como parte de una existencia que va tomando diferentes formas, donde todo se encuentra en relación.
La muerte es la posibilidad de la resurrección de la materia, la resurrección de la carne. Cuando se llega a comprender esta experiencia, en su real sentido, perdemos el miedo a la muerte.
Ya no necesitamos de un Dios que nos salve del abismo, más bien comienza a ser un eco de la desnudez, un eco que pertenece al no-lugar. El verbo con el que el universo comienza a temblar.
El temblor de ser es consecuencia del contacto inicial, temblor que es fisura en el lugar de la nada, conciencia de ser algo en este abismo.
6
He dejado de creer en Dios (Ximena Rivera)
El ícono, el dibujo
se rompió,
y la justificación ya no es posible.
El reposo y la identificación
con el cielo inefable
es solo ya
cuestión de pájaros.
La justificación e identificación con un Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza ha terminado, el cielo ha quedado abierto, ya no hay sentido dado por una mismidad creadora.
Lo real desnudado y despojado deja espacio a la vida, los pájaros son los únicos que encuentran una identificación con el cielo, lo otro, lo radicalmente otro, los pájaros como imagen de esa otredad a la que nos enfrentamos cuando el ícono desparece y solo un pequeño dios, vacío y ausente, se conmueve y padece este amor por lo irreductible.
El mundo para la poeta comienza a ser la presencia de lo radicalmente otro, que, sin sentido, desatado de su astro, se mantiene siempre lejos, distante de toda unidad […]
Es necesaria la destrucción del ícono para que lo naciente vuelva a formar parte de nosotros, de nuestra relación con el mundo o los mundos que se van manifestando en la apertura. Destruir la imagen de Dios es estar en espera de lo infinitamente-otro, lo danzante, el movimiento paradójico de lo real.
Matar a Dios, al ícono, para volver a dios, a lo primario.
7
La metafísica de la presencia que hace de Dios, del Ser o del Logos un paraíso, observa toda esta dispersión y multiplicidad como sombra, como lo oscuro e inconsciente, como el infierno. Dominamos para cerrar esta posibilidad, porque el infierno es la desaparición del control sobre uno mismo, es la locura.
Zambrano nos indica lo siguiente: “el pensamiento filosófico desde su raíz misma, y definitivamente en Parménides, se apartó del infierno. En principio, el infierno era, ha sido, simplemente la vida”. Lo que no se mueve en el dominio de la razón puede caer en los infiernos, en el territorio del no ser, en lo inconsciente.
8
Ruego (Ximena Rivera)
No juegues con el rayo
hija mía,
aunque lo quieras,
no juegues con el rayo.
Intuyo en este poema toda una forma de entender el tema de la creación.
El rayo es “símbolo de la suprema potencia creadora” (Diccionario de Símbolos, Cirlot), es aquel que hiere las tinieblas y manifiesta la existencia de lo real en su descenso a la tierra. El ruego de la poeta viene de un saber, consciente o no, acerca de la gran responsabilidad que recae en quien maneja el rayo, símbolo también del logos o la palabra. Hay algo de alquímico en esta manera de pensar, una conciencia arcaica de que toda potencia creadora se puede utilizar desde la dimensión del poder o desde la dimensión de la aceptación y el desapego, dependiendo de cómo la psique humana se proyecte en la materia.
Carl Gustav Jung realizó interesantes investigaciones al respecto, tratando de comprender el alma humana se introdujo en el estudio de la alquimia, observando que materia y espíritu se relacionan en las proyecciones que el sujeto va haciendo de sí mismo sobre las cosas.
Jung afirma lo siguiente: “Lo que ve y cree reconocer en la materia son, ante todo, sus propias circunstancias inconscientes que él proyecta en ellas”. La alquimia no era solo un saber de la naturaleza, sino que era un saber espiritual en el que el ser humano conocía su mundo interno en la misma medida en la que iba conociendo el comportamiento de la materia.
“Bachelard señala que la alquimia […] lejos de ser una descripción de fenómenos objetivos, es una tentativa de inscripción del amor humano en la corazón de las cosas” […] Bachelard utiliza la palabra amor para hablar de este saber. Me parece que se asemeja a ese amor del que habla Simone Weil como único contacto del ser humano con la vida.
Quien ama la vida no la reduce a sus dominios, no ejerce poder sobre ella, por eso jugar con el rayo precisa también de este amor, porque es la suprema potencia creadora de todo, sin este amor solo se estaría ocupando para beneficio del ego, de la mismidad.
Nuestra época está marcada por saberes que muchas veces son utilizados para seguir sometiendo a otros seres o invisibilizando saberes que no caen en el marco estrecho de nuestra razón. Sabemos modificar y crear nuevas cosas en el terreno de la materia, mientras que el campo del conocimiento espiritual, basado en la potencia del desapego, sigue siendo totalmente ignorado. Toda esta estructura, avalada por diferentes discursos supuestamente racionales, la hemos creado a partir del miedo a adquirir conciencia de nosotros mismos. Necesitamos dominar y dominarnos, siendo más simple negar o colocar afuera de nosotros ese plano oculto, inconsciente y peligroso llamado infierno que acercarnos a ese caos primordial que sigue habitando en nosotros y que es el inicio de toda vida, de toda creación.
9
Siempre vuelvo, en este ensayo y en la experiencia vital, a pensar ese no-lugar que se nos escapa de las manos, ese fondo insobornable, irreductible de la vida humana, lo que Zambrano llama las entrañas. Hay una obsesión por esa ausencia que se padece de manera física, corporal, porque es la vida misma sucediendo en cada una de nuestras células, en la sangre que nos recorre, en las descargas de nuestro sistema nervioso, es el temblor de ser que se manifiesta en nosotros.
Buscar el silencio real que habita en cada uno y escuchar lo que las entrañas dicen y padecen. La creación se siente allí, ese es su centro. Tratamos de comprender a través de nuestra razón el comportamiento de la vida, pero ella es irreductible a nuestros modelos mecánicos de explicación, es esa imposibilidad lo que muchas veces lleva a negar la dimensión más abismal de la existencia, pero ¿cómo negar el misterio sin mutilar nuestra alma?
10
Ximena Rivera declara lo siguiente:
Entonces marchamos en busca de la realidad, pero no olvido que con frecuencia esta marcha no es feliz, y el infinito se aparta de nosotros y se muestra como un ídolo casero. Entonces ¿tendremos el valor de mirar la causa de toda vida en un ídolo?
Estas palabras relacionan infinito y realidad con el padecer de un ser humano que busca dentro de la dimensión del sentido. Ximena Rivera intuye la imposibilidad de reducir lo infinito a nosotros, por eso lo personificamos en un ídolo, en una representación que viene a ser, como expresa Simone Weil, una falsa divinidad, porque aquel ídolo sería una proyección a partir de nuestro deseo de reducir lo real.
¿Tendremos o seguiremos teniendo el valor de negar el infinito, la vida, lo irreductible, con esta máscara que colocamos ante nosotros, ante nuestro abismo?
La experiencia poética y sagrada ocurre a partir del reconocimiento de que la vida se manifiesta cuando somos capaces de ausentarnos, cuando somos capaces de acoger la apertura.
El primer paso es identificar estos ídolos fosilizados, para así, a través del trabajo interior consciente, volver al contacto primero, basado en el asombro de ser en esta nada que dios o la vida han dejado como huella en el desierto con la finalidad de que recibamos o inventemos, a través de nuestra ausencia creadora, lo imposible. Volver a ser como niños y niñas en esta experiencia primaria del inicio. Padecer, pero a la vez amar este padecer porque es la posibilidad de un nuevo origen.
Natalí Aranda Andrades (1987, Santiago). Ha publicado “Lo uno, lo otro” (poesía, 2016, Ediciones Inubicalistas, Valparaìso) y el ensayo “El poema como huella en Ximena Rivera” (2019, Ediciones Inubicalistas).
Imagen de la cabecera: fotograma de la película La Passion de Jeanne d’Arc, de Carl Theodor Dreyer (1928).