Entrevista a Tomás Watkins + Libro íntegro

por Ricardo Herrera Alarcón

 

Tomás: en 26, tu segundo libro, hay una evidente celebración del ritual dionisiaco y la mención a poetas como Li Po y Bukowski. “Déjenme en la realidad del vaso”, señala el hablante en un momento. Existe allí un poeta incómodo e incomprendido, que ve pasar los días y las personas entre los libros (“la biblioteca fue mi faro”) y los viajes. Por esto último te queríamos preguntar, por esa actitud beat que subyace en ese entender la movilidad como forma de conocimiento y el golpear y ser golpeado como manera de enfrentar lo cotidiano.

Creo entender, ahora, que habla en 26 la irreverencia de la juventud. No me interesa la idea de “cambio” —resuena a opción burguesa, como amor o aburrimiento— fuera de las perspectivas de lo corpóreo. Es decir: los cuerpos cambian, se asimilan. Pero creo que las personas apenas tomamos decisiones. Flor y bestia no cambian; es sólo que el golpe avisa. Bueno, aquella juventud —26 años, primera publicación en editorial de Buenos Aires con catálogo importante, sumado a otros reconocimientos que me empujaron a una exposición no buscada, etc— se alimentaba de lo mismo que daba al mundo. Una especie de uroboro, existencia lírica y líquida al mismo tiempo. De ahí la necesidad de romper. La ignorancia del propio dolor y de tantas otras menudencias, la certeza de un cuerpo inmortal, la voluptuosidad de todo. Ésa era la actitud.

 

Mitología (2012) es el intento por fundar un territorio propio, un Olimpo subterráneo y personal, donde conviven autores como Sade, Dalton, Celan, Brodsky o Mansilla, en lugares mitológicos y literarios. Queremos saber qué nombres, hoy en día, agregarías a ese santuario personal y por qué.

Me gusta la idea de santuario personal. Pienso en la idea de “mitologías personales” tal como lo plantea Rafael Cippolini, respecto de que mantienen la potencia de la inasimilación. Nadie puede discutir tus altares.

Hay en ese libro agradecimiento, admiración, el doble privilegio de la buena fortuna y de saber reconocerla. En mi santuario conviven héroes y heroínas de todos mis espacios de todos los tiempos. Tal vez por eso fueron surgiendo varios nombres en estos ocho años: noto que no tiene fin de contexto esa construcción personal, privada, impopular. Me gusta verme ahí.

Por todo, pienso que a su tiempo saldrá un volumen intitulado Nueva Mitología, que reúna los poemas del libro de 2012 y los hasta ahora cuarenta tres poemas acabados (hay muchos más en proceso, veré cómo evolucionan). Entre los nuevos incluyo, como ejemplos preclaros de la dicha Fortuna en la que se mezcla ficción y cuerpo, un poema para la amiga poeta Macky Corbalán, otro para Gonzalo Rojas, el íntegro relámpago, seres entrañables, y aparece más amor bajo la forma de Shekmet, mi brava leona de la cerveza roja y la guerra, mi esposa Verónica. Mi última palabra. Verónica.

 

En Hora Blanca (2015) parece que el poeta es un espectador mejor preparado para dar su batalla o, por lo menos, asume el dolor como parte de la enseñanza sentimental de las cosas y los seres. Al inicio del libro se expresa “pobre del que espera/de la noche comprensión”. ¿Cómo logra el poeta Watkins ese equilibrio entre realidad y melodía?

Me inclino por pensar, valga la imagen, en que el poeta es un desequilibrado. Un desmesurado. Más acá o más allá de las contiendas reales del vestirse y trabajar a diario, de ese camuflaje no siempre ideal, de esa “transa”. Bueno, me desdigo. El salario paga las sustancias de la celebración, así que dejémoslo. Creo que la poesía me gusta porque me gusta todo lo que hace efecto.

Pero digo desequilibrio. Lo pienso ahora resignadamente, pero acorde al parámetro de France: resignación esperanzada. La contienda de lo real puede morder la melodía. Entonces el equilibrio es una ilusión, un deseo casi sexual, la consideración posible de pensar lo real melódico, una forma de sentido. La melodía es casi todo.

Creo que tener alguna cosa clara puede otorgar algún tipo de equilibrio. Yo, fuera de la poesía, no tengo muchas otras certezas. Lo real es aquello que se pierde, también. Pero la melodía queda. Elementos perdurables que el ahora elige sin contemplaciones. La palabra, el son.

 

El mismo 2015 publicas Bien de consumo, que funciona como una antología de textos tuyos dispersos en blog, sitios web, revistas, antologías y plaquetas (por ejemplo de Grito, del 2003). Son poemas de distintos tonos y extensión, en muchos ensayas el poema largo, cosa poco común en tu poesía. Incorporas también textos leídos en cumpleaños, encuentros, muestras de arte, arribos y partidas .Entendemos que esto se relaciona con tu experiencia en el colectivo Celebriedades. Explícanos la importancia de ese trabajo con la oralidad dentro de un proyecto poético que parece más bien orientarse en sentido inverso.

Ese libro debe su existencia a la amable insistencia del editor. Me pude dar el gusto, en suma, de confeccionar un volumen que, por definición, está destinado a materializarse en años más lejanos.

Respecto de la oralidad, o, en todo caso, de lo oral, cada quien ostenta el derecho de expresar su doxa. Lo oral puede ser como se habla en el lugar, como habla uno, como uno hace hablar lo de más (acá o allá), puede ser el rescate de una voz primigenia, y más. Para lo que nos ocupa, entiendo una poesía de la oralidad como las formas que reviste la expresión no demasiado supervisada de un pensamiento, luego traducido al código de la escritura. Se entiende, entonces —y lejos de mí caer en platonismos—, que ya proponer una escritura es una forma de sacrilegio. Creo que oralidad y escritura comparten algún recinto en nuestras cabezas, pero necesariamente no se mezclan.

Resulta una obviedad, también, decir que urge y es necesario ocupar espacios para que voces y lenguas silenciadas puedan decirse. Luego, mucho más acá de la urgencia (y me parece escuchar a Macky diciendo “una obra de arte debe justificar su existencia”), he visto pocos casos felices en estas transferencias de un código a otro. Uno es el de Raúl Mansilla, mi compadre, compañero de Celebriedades. Su poesía nace para ser dicha, pienso. No es de corregir en papel porque, dice, la excesiva corrección mata la frescura, la primera imagen. En aquel grupo, en la urdimbre de lo colectivo, lo oral se tornaba coral y estaba dado por la ecualización de voces y tonos. Como el sonido cambiante de una multitud.

 

En el mismo Bien de consumo existe un poema en homenaje a Gonzalo Rojas. Quisiéramos saber cuál es tu relación con la poesía de Rojas y qué otros autores de acá han sido fundamentales en tu quehacer literario.

La poesía de Rojas es muy importante para mí. Con decirte que me volví loco buscando “Íntegra”, el colosal volumen de su obra reunida y editada por Fabienne Bradu. Tuve la oportunidad de conocerlo en un encuentro de escritores en Junín de los Andes, acá en Neuquén. Quedé fascinado. Diría ahora muchas cosas relativas al plano de lo personal, ínfimas, aburridas, fundamentales. Gracias a la generosidad de Verónica Zondek pude comunicarme con él, y así entablamos una pequeña comunicación epistolar y telefónica. De hecho, me hizo una devolución de “Hora blanca” que me impulsó a que acepte publicarlo, y estábamos pensando una gira que no llegamos a disfrutar. Otra vez, Diosa Fortuna: conocerlo fue aproximarse a un ídolo —en el más antiguo de los sentidos—, otear un faro incendiado, hallar una razón.

A la ya nombrada Zondek y a Rojas, debo sumar a Jaime Huenún, a quien invitamos a participar de unos espectáculos con Celebriedades hace muchísimos años. Fuera de la contemporaneidad, he sido lector de De Rohka y de Huidobro, y de algo de Neruda también.

 

Finalmente, sabemos que estás por publicar tu último libro, titulado Árboles, que es también un homenaje a la poeta Macky Corbalán. Cuéntanos un poco del libro y lo que representa la figura de Corbalán para ti y la poesía de la Patagonia argentina.

Me hacés pensar dos cosas: en que en todos mis libros hay alguna reflexión sobre la poesía, sobre el lenguaje, sobre la trampa y la voluptuosidad que encarna escribir. Y en que cada uno de mis libros es diferente en forma a los demás. Me interesa eso, aunque no es una meta que persiga. Simplemente: cuando aparece un son, lo sigo. Salvo Mitología y algún otro trabajo en progreso, no suelo pensar en el todo antes que en sus partes. Árboles no escapa a esa idea. Su factura responde a un sonido surgido a partir de imágenes verdes y marrones, con pájaros, la imposibilidad de decir de otra forma lo que se dice, lo que anhela ser dicho, un cuadro con viento y mar y Macky, su poesía, su amistad, la reverberación que aun perdura en las calles neuquinas y en toda la Patagonia (pongo primero su poesía y luego su amistad: podríamos no haber tenido un vínculo personal, pero yo tarde o temprano me convertiría en su lector).

Sin dudas que Mac, la poeta Macky Corbalán, es una estrella patagónica. Amada su poesía, amada ella, admirada, casi venerada, aun la extrañamos por todas partes.

 

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Tomás Watkins (Neuquén, 1978). Poeta, editor, hacedor de libros y coordinador del CeDIE Literario, espacio que desde el Consejo Provincial de Educación del Neuquén promueve, difunde y fomenta las letras y los libros de su región literaria. Integra el mítico grupo de poetas Celebriedades. En poesía, ha publicado GRITO (plaqueta de autor, Neuquén, 2003), 26 (Libros Celebrios, Neuquén, 2004; El Suri Porfiado, Buenos Aires, 2007), Mitología (EDUCO, Neuquén, 2012) Hora Blanca (Espacio Hudson, Rada Tilly-Lago Puelo, Chubut, 2015) y Bien de consumo (Ediciones Con Doble ZZ, Neuquén, 2015). Se encuentra próximo a publicar su quinto libro, intitulado Árboles, a cargo del sello editorial El Suri Porfiado, mientras que otras dos obras suyas, Mirage y Nueva Mitología, están en etapa de edición.

Imagen de la cabecera: Homenaje Postumo de Duilio Pierri (1985-1986)