Prólogo a la Reedición de Nostalgia del Futuro, Una Biografía del Poeta Jorge Teillier

 

Por Ricardo Herrera Alarcón.

 

Volvemos a la obra de Teillier porque en ella encontramos el gesto íntimo de compartir las palabras. Si bien sus poemas están llenos de citas e intertextualidades y pueden ser interpretados como una personal reescritura de una parte de la tradición chilena y universal, eso no es lo más importante. En ellos siempre importa más la transmisión de una experiencia que miles de lectores han hecho suya en su forma de describir el paisaje, crear una atmósfera íntima, sea opresiva o de ensueño, o en su capacidad de hacernos creer que la realidad cotidiana bien podría ser una maravilla o el gastado metraje de fuerzas poderosas (políticas, económicas, burocráticas), a las cuales debemos desdeñar. Su vida fue también el intento por habitar un mundo paralelo, leyenda u Hotel Nube, donde poder conversar con otros en la semioscuridad de los cuartos. Eso decía que era la poesía Eliseo Diego, una conversación en la penumbra, y Teillier le hace caso y nos acostumbra a apostar por el silencio, por el rechazo a la grandilocuencia, por el respeto a las personas y trabajos sencillos, democratizando el ejercicio poético que homologa al de cualquier oficio bien realizado: un jardinero, un boxeador, un hortelano del Molino del Ingenio.

La fanaticada que lo sigue tiene algo de secta que busca en sus poemas la actualización de ciertas primeras lecturas asociadas también a experiencias personales

Su poética no toma distancia de sus lectores sino que los invita, en un gesto que ellos han sabido apreciar. Cito a Luis Oyarzún, de su Diario Íntimo, 25 de marzo de 1968: “Leo con encantamiento la Crónica del forastero de Teillier. Su refinamiento poético —es curioso— reposa en la observación externa tanto como en la experiencia interior evocativa. Sus versos son tan reveladores como las metáforas de otros poetas, pero a la vez son exactos, como inventarios notariales”. Ese carácter evocativo, de pérdida y de recuperación al mismo tiempo, es el que nos trasmite la lectura de sus textos, como si las palabras fueran manos extendidas. Los autores de esta biografía destacan en no pocas páginas esa característica de su obra y personalidad, de atraer a su íntimo núcleo a seres tan dispares como Miguel Serrano o Volodia Teitelboim. Llegan a afirmar que debe ser uno de los escritores más queridos de la literatura chilena (aunque el poeta exprese, en algunas entrevistas, que la suya es una actitud personal de desapego con los demás). La fanaticada que lo sigue tiene algo de secta que busca en sus poemas la actualización de ciertas primeras lecturas asociadas también a experiencias personales. Más que otros, es un autor que provoca la búsqueda de esos contextos iniciales y quizás iniciáticos: personas y rostros, lugares, instantes de una nostalgia que no es opresiva ni castigadora, como cierta crítica ha mal leído. Esta biografía me hace recordar cuando conocí su obra, que se situaba en las antípodas de mis lecturas juveniles adscritas al creacionismo de Huidobro y las vanguardias europeas. Por la poesía de Jorge no habitaban aeroplanos del calor u horizontes cuadrados. Nadie se vería reflejado allí en un espejo de agua. No existía el ánimo de fundar territorios sino al contrario, andar el camino que ya nos habían trazado otros. Ese gesto fue el primer indicio que me enfrentaba a un poeta distinto, cuya actitud estaba más cercana al de los amigos que conocía en el liceo que al de los adalides de la tradición de la ruptura. Hoy sabemos que la obra de Jorge Teillier representa uno de los puntos más altos de la poesía chilena de la segunda mitad del siglo XX.

Si bien su vida muchas veces eclipsó el conocimiento de su poesía o, por lo menos, limitó su estudio a las dimensiones teóricas que él mismo estableció en sus ensayos Los poetas de los lares (1965) y Sobre el mundo donde verdaderamente habito (1968), su obra es de una complejidad que sobrepasa largamente el calificativo de lárico. Así como su influencia puede pesquisarse en corrientes diversas como la poesía etnocultural o el poslarismo de sectores de generaciones ulteriores y recientes, es también cierto que en su propia obra fue capaz de ir más allá de las fronteras autoimpuestas o definidas en los citados ensayos. Así como el creacionismo traía en su propio sistema las leyes de su fermentación y fecha de vencimiento, el desarrollo de la poesía lárica, en la propia obra del autor de Lautaro, es la confirmación de su agotamiento y superación. Nadie podría negar que, por lo menos, desde Para un pueblo fantasma (1978) el mundo lárico acusa las fisuras que la propia vida del poeta experimenta. Si alguna vez fue una poesía donde el arraigo y el mito son las vigas esenciales, el propio devenir de su escritura terminan por echar abajo esa casa de la infancia. Lo anunciaba el poeta en el citado prólogo de Muertes y Maravillas: “Mi mundo poético era el mismo donde también ahora suelo habitar, y que tal vez un día deba destruir para que se conserve”. O quizás la misma poesía de Jorge, tiendo a creer, incubaba desde Para ángeles y gorriones, en “Sentados frente al fuego”, esa conciencia que la fugacidad y el desgaste de todo hace imposible la plena realización humana.

Jorge es un poeta complejo, en cuya obra confluyen tradiciones nórdicas, francesas, alemanas, inglesas, con nombres que van desde Trakl y Lubicz Milozs, pasando por Verlaine, Francis Jammes, Apollinaire, Rilke o Henry Treece

Dije que Jorge es un poeta complejo, en cuya obra confluyen tradiciones nórdicas, francesas, alemanas, inglesas, con nombres que van desde Trakl y Lubicz Milozs, pasando por Verlaine, Francis Jammes, Apollinaire, Rilke o Henry Treece, hasta los chilenos Romeo Murga, Alberto Rojas Jiménez y Juvencio Valle. También los narradores Herman Melville, Alain-Fournier, o Knut Hamsun. A pesar de ello su poesía no parece escrita para intelectuales ni la originalidad es un tema que le quite el sueño. Su búsqueda está orientada al hallazgo de una sensibilidad y creación de una experiencia a través de las palabras cuyo producto, el poema, pueda ser compartido: esa es la esencia de una estética que se juega en la página, pero que la trasciende en la comunión con esos desconocidos semejantes, con unos hipotéticos compañeros de juego. Aventuro que no aspiraba a ser santificado por la crítica o por sus pares, sino, como señaló en muchas ocasiones, ser leído por niños en textos escolares, por adolescentes en plazas aldeanas.  Fue a Carlos Olivárez a quien dijo que sus poemas estaban íntimamente ligados a experiencias vitales y epifánicas. Pienso ahora que lo cotidiano, la realidad concreta, fue el gran aliado y el gran enemigo de la vida y obra de Teillier.  Hacer de la realidad, del día a día, algo más que el tráfico y el trámite de respirar fue su tarea y es la imagen que uno tiene de su persona: la de un poeta que intenta o vive de una manera iluminada, un habitar otro mundo que parece no querer ser el presente y se transforma en la mujer idealizada, el espacio del bosque o la amistad. La poesía vista como una moneda cotidiana, sí, pero también como una zona oscura, secreta y sin arraigo hacia el final de su vida, cuando el poeta comenzó a publicar de manera más espaciada y se refugia en el silencio. Esta biografía muestra en profundidad esa correspondencia entre vida y creación, las relaciones con sus pares y el afecto que le tenía a una comunidad literaria a la que miraba tanto con aprecio como con sarcasmo. Están aquí también presentes sus obsesiones literarias, su intento por no traicionar una forma de estar en el mundo que abrazó con devoción y porfía, una eterna adolescencia que lo hacía siempre extranjero del presente y del espacio que habitaba.

Jorge Teillier decía tener 30 o 40 lectores, en un gesto de humor e ironía que le era clásico. Sabemos que son muchos más y que lo leen tanto escritores como personas alejadas del mundo literario. Es la suya una poesía que se resiste al mero análisis teórico y que reclama ser visitada desde la experiencia, la sensibilidad y los afectos. En el mundo del encierro y las pantallas, su obra nos invita no solo a poner la cara al viento en medio de un trigal, no solo a escuchar a los amigos muertos que regresan en los días de invierno con una llama de súbito reanimada en la chimenea, sino también a preguntarnos cuánto hay de honestidad en lo que hacemos, cuánto hemos traicionado nuestros sueños, cuánto de lo que escribimos es apenas la sombra de un puñado de palabras verdaderas.

Solo puedo agradecer a Carlos Valverde la reedición de este libro que escribió junto a Luis Marín. Tuve la suerte de estar cerca de ellos cuando esta biografía se fraguaba en la sede del Colegio de Periodistas de Temuco. Allí los visité tantas veces y fui testigo del rigor y el afecto que dedicaron a este trabajo.  Sean también estas palabras mi homenaje a la memoria de Luis Marín Cruces, que seguirá para siempre vivo en esta Nostalgia del futuro. Biografía del poeta Jorge Teillier.

 

Labranza, septiembre, 2020.


Imagen de la cabecera: bibliotecanacionaldigital.gob.cl