EN UNA CLASE DE GEOGRAFÍA ENSEÑANDO A LOS NIÑOS
QUE HUBO EN OTRAS ÉPOCA HOMBRES QUE NO CREÍAN
ESO DE QUE LA TIERRA ES REDONDA
Lejos de acá conocí a una mujer de cuyo nombre aún suelo acordarme.
Hace unos días encontré, entre los libros, algunos sobres vacíos
de sus primeras cartas.
Se me vino de golpe el recuerdo de aquella última vez
que la dejé en el aeropuerto
con dirección al Atlántico.
En esa oportunidad deambulé hasta el anochecer, entre los túneles
y planicies de la Alameda,
sin saber qué hacer con tanta confusión y olvido que cercaban
mis pensamientos.
Después se me ocurrió entrar a un cine sumergido entre las galerías
del Centro.
Había un intenso olor a orina entre las butacas. Había allí hombres
y mujeres casi haciéndose el amor,
humedad y penumbras. Espectadores arrancándose el corazón
o persiguiendo algún reflejo de sus vidas.
Hoy, inclinado sobre las orillas del Pacífico, con los años
de mi edad y suficiente lluvia escurrida
hacia la bahía de Valparaíso,
desde casi el fondo de un pizarrón sin luz, dibujando
el cielo como quien captura mariposas en la oscuridad con un pañuelo
blanco,
gesticulo en el vacío
intentando coger los pensamientos de mis pequeños
alumnos.
Pero sus ojos de bruma, cruzándose con los reflejos
del mar, se desbordan por los ventanales,
rodando cerro abajo, entre los cordeles con ropa tendida y los techos
grises de las casas.
Más allá de los pastizales
y las flores blancas y amarillas
que revientan sobre las olas
barriendo los cables del cielo,
apenas se divisa un velero, detenido o moviéndose hacia el sol. No estoy
seguro de que los niños lleguen a comprender
algunas de mis palabras
o hayan aprendido
esta vez
eso de que la Tierra es redonda.
Después de todo, pienso, a quién puede importarle
mucho una clase de geografía, si siempre seguirá habiendo,
si siempre seguirá habiendo, en los acantilados de Porvenir Bajo,
siempre seguirá habiendo un barco que como por arte de magia desaparezca ante nuestras miradas
y se voltee
inmóvil en el horizonte, resbalando sin pausa hacia el otro lado del mundo.
EN UN DÍA DE MAREA ALTA QUE HUBO
EN LA BAHÍA DE VALPARAÍSO
El mismo día en que varó el Río Rapel,
Yo andaba con una mujer a la cual
No tenía mucho que decirle. Ella tomaba
Fotografías de la nave, simulando
Estar sola. Las algas, en cosa de horas,
Habían recubierto la hélice, casi
Enterrada en la arena. No me resultaba
Fácil pensar de acuerdo a las circunstancias
Y el frío que me calaba los huesos.
Hace algunos años me habría alertado
Su presencia, uno que otro de sus gestos,
Pero en esta oportunidad sólo tenía
Ojos para acumular imágenes extrañas,
Palabras sin sentido, recuerdos
Sin dirección. Tiempo después ella tuvo
La deferencia o complicidad -¿habré querido
Saberlo?- de enviarme algunas copias
Desas fotografías. Sin embargo en ellas
Aquel barco, varado en Valparaíso el 16
De junio de 1992, ya no parecía el mismo.
Así, contra la sal y el viento e inclinado
Sobre la playa, me hizo recordar aquellos
Días en que yo, con medio pulmón de menos
Y sin saber qué hacer con la vida, abandonaba
El Hospital de Crónicos del Parque y enfilaba
Sin rumbo por las calles de Concepción
Con un libro de James Joyce en los bolsillos
Y los ojos desaparecidos en la niebla.
De Fermosa Fiera
Ediciones de la Quinta
Valparaíso, 1999.
URONDO EN EL PABELLÓN DE MEFISTOS
Este año, definitivamente, las cosas
no se han dado bien. El invierno,
para el gusto de algunos, ha sido demasiado
seco. El Río Rapel, que ya había logrado
ser rescatado de los bancos de arena,
volvió a encallar con el último temporal,
este 13 de abril en mi cumpleaños 42,
debiendo ser desguazado para total
desencanto de quienes lo soñaban hendiendo
las heladas aguas por los canales del sur
y sutil deleite de unos cuantos chatarreros.
En estos días, bien adentrado el estío, el hielo
y la espesa niebla que soplan desde el Océano
siguen humedeciendo los cerros.
Tengo amigos que se quedaron
donde yo no puedo alcanzarlos. Tengo espejismos
necesarios para sentir la tierra bajo los pies.
Un jardín repleto de flores que huelen
a herrumbre y perfume envasado.
Este año, definitivamente, ha sido extraño.
El Partido, con más pena que gloria,
aunque sí con mucha ilusión y retórica,
convocó al Primer Encuentro de Escritores
Comunistas, acá en Valparaíso, sin lograr
ponerse de acuerdo en eso de si somos lobos
con piel de lobo o lobos con piel de oveja.
Más de alguno pudo haber pensado,
sin decirlo, acuchillado y desde el fondo
del océano, que hemos sido simplemente ovejas.
Tengo mentiras muchísimo más verdaderas
que todo cuanto he escrito. Más ciertas que todas
las traiciones que pudieron haberme colgado.
A menudo suele suceder con los hombres
que la imagen que cada cual tiene de sí mismo
viene a resultar bastante más perversa o cándida
que aquella que consagran sus más cercanas palabras.
Así fue como Moctezuma no murió en manos
de Cortés, sino que sucumbió bajo las lanzas
de sus propias pesadillas. Así es como en la estampida
los búfalos huían de la tormenta sintiendo
sobre sus orejas el zumbido de flechas imaginarias.
Por propia voluntad iban todos al desfiladero.
Pude haber desaparecido antes de conocer
a aquellos que serían mis hijos. Pero las cosas
no se dieron de ese modo y las balas
que abatieron a tantos compañeros
apenas me rozaron. Así hubo también
algunos trasnochadores que escaparon
de la furia del Vesubio y hubo otros
que sucumbieron durante el sueño.
Mientras Orfeo continúe desencantando
el Río de las Aguas que no Fluyen,
desde las costas de la bella Hélade,
muchos serán los hombres que seguirán
perdiendo a la amada cada vez que giren
sus cabezas. Muchas más miradas seguirán
petrificadas por no dar las espaldas a la muerte.
También pude haber hecho una pequeña
fortuna con algo menos de orgullo.
Sin embargo soy el más vivo ejemplo
de que la poesía suele ser más proclive
a la imaginación que a esta realidad.
Están los abismos y el cielo, la noche y el día,
adentro y afuera. Siguen permaneciendo
los árboles y el mar. Este año, definitivamente,
las cosas no se han dado nada de bien.
La libertad ha sido el último
descubrimiento del siglo XX, pero aún quedan
comunistas que insisten en dudarlo
Pero aún quedan zorros y conejos.
Aún quedan los que huyen y los que persiguen,
los que aúllan y los que rezan.
Debí haber sido menos incrédulo
conmigo mismo y más benevolente con los demás.
Quién sabe si aún es tiempo de descender
al muelle y no equivocar esta vez el disfraz.
Las matanzas se han redefinido, en estos lugares,
como un mal necesario para preservar
la actual cadena alimenticia, la ecología
del libre albedrío y la abundancia.
No obstante, hay quienes reniegan
de seguir comiendo hierbas, hay quienes
ya no desean vivir sobre los árboles,
hay quienes insisten en ganar concursos
literarios y hay quienes insisten
en perderlos. Hay quienes todavía desean
caminar sobre la tierra. Es que se escribe
para crear la vida o para disfrazar la muerte.
Para la opulencia o el hambre, para la guerra
o la paz. Para el oprobio o la fama. Es que
se escribe para agradar o crear descontento.
Este año, definitivamente, las cosas
no se han dado nada de bien. El desencanto
y yo vamos de la mano. Será que tengo mucho
resentimiento y poca imaginación. Será
que el quid divínum destos tiempos,
en mala hora, es demasiado exuberante
para la sequedad irrevocable de tanta mitología.
Pero pese a todo, Mefistos, aún tengo palabras
que casi siempre alcanzan para hacerme feliz.
De El libro de Atanasio Beley
Ediciones Cosmigonon
Concepción, 2004.
SI NO ES EN LAS AFUERAS DE ROMA EN ALGÚN OTRO LUGAR DEL MUNDO TE VOLVERÉ A ENCONTRAR
Los gatos no mueren los obreros mis amigos las mujeres amadas los niños los revolucionarios los torturadores los mapuches asesinados por el Estado y la policía no mueren
Mi madre los mirlos los ruiseñores y las golondrinas que me regaló Oscar Wilde los jilgueros los chincoles los libros las higueras los sauces los patios de mi infancia las casas donde viví no mueren
El mar del Golfo de Arauco las montañas las nubes la libertad prevalecen Gelsomina como las hojas verdes en primavera y los manzanos y los cerezos florecidos de Curacatín a inicios de septiembre que alguna vez pensé ver contigo
DEL LÉXICO DE LOS OBJETOS NATURALES Y LA NEGACIÓN DEL TIEMPO
La grandilocuencia verbal de los torrentes
El eco de muchas voces fragmentadas en el espacio que engañosamente sus aguas firman como propias
Menos falaces consigo mismas son las montañas que recogen los residuos de palabras desprendidas de sus laderas
Ellas hablan sin pudor de la inexistencia del tiempo
La única preocupación que está más allá de nuestras necesidades básicas
Los vocablos angustia soledad cielo infierno redención amor odio esperanza gozo son la diadema de los plagiarios
Señales mudas cargadas de autocomplacencia
DE LA CONVENIENCIA DE SABER LO QUE SABEMOS ANTES DE ACUMULAR CONOCIMIENTOS SIN DESTINO
Es que el misterio aquí no es conocer el mundo ni las cenizas que te miran desde el fondo de lo que ayer fueron
No se trata de la separación de la luz de las tinieblas ni de la separación de las aguas de abajo de aquellas que hacen la expansión de los cielos
Los dioses y el espacio las flores los cuarzos y pájaros los animales las mujeres y los hombres están y no están en el lugar que ocupan cuando testimonian amarse
Los juramentos el albur las infamias las definiciones el saber son una red rota en la historia del universo
Esto es al parecer lo que prevalece
De Samósata y su modo de contar historias (inédito)
Nicolás Miquea Cañas (Llay-Llay, 1951). Ha sido corrector de pruebas, alumno de la carrera de Pedagogía en Español, estudiante de doctorado en State University of New York. Su poesía se encuentra en revistas literarias como Atenea, Casa de las Américas, Envés, Extremos (Estados Unidos), Repertorio Americano (Costa Rica), Literatura Chilena (Madrid), entre otras. Fue finalista del Premio Casa de las Américas, en 1998 y 2002, y en 2005 obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago, con el Libro de Atanasio Beley.
Imagen de la cabecera: Ansel Adams.