Gonzalo Millán: El Poeta de la Epifanía Negativa (por Ricardo Herrera Alarcón)

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Tres hebras rojas. Conversaciones con Gonzalo Millán.
Autor: Luis Andrés Figueroa.
Editorial Bogavantes, Valparaíso, diciembre 2020. 103 páginas.

 

Tres hebras rojas. Conversaciones con Gonzalo Millán se divide en tres partes, tres conversaciones que Luis Andrés Figueroa sostiene con Millán y algunos estudiantes, entre los años 2004 al 2006, más una serie fotográfica que lo muestra de niño, adolescente y adulto. Acompañan también al texto algunas fichas del archivo Zonaglo: trabajos visuales del poeta.

El primero de los diálogos acontece en un café, solo con Millán y Figueroa como protagonistas, y está centrado en la observación de lo cotidiano desde una supuesta inspiración no sublimada de lo poético. Diríamos que son las reflexiones de un poeta o “una persona que descubre revelaciones debajo de una piedra, no mirando las águilas”. Alguien creería que por adherir de manera manifiesta al objetivismo y a una crítica nada solapada a la retórica de generaciones anteriores, Millán se ubicaría en las antípodas de cualquier idealización del oficio literario. Pero no es así, y acá se despliegan las opiniones de quien defiende, por ejemplo, el concepto de inspiración como aterrizaje forzoso en lo cotidiano, a la manera de los maestros del haikú, la tradición de la poesía latina o la carroña de lo yerto en los poemas de Morgue, de Benn.

La poesía de Millán no cautiva a la primera lectura y siendo joven no la entendí, me parecían notas al pasar sobre las cuales, sin embargo, me volcaba una y otra vez.

Una poesía que se aleja de lo cándido y lírico, lo abstracto y la vaguedad, para explorar en el realismo y sus impurezas. Ese alejarse del concepto tradicional de lo poético, es el recuerdo que tengo de mis primeras lecturas de Millán, las de Seudónimos de la muerte, un librito pequeño editado por Manieristas en 1984 y que cayó en mis manos un poco más tarde. Si mal no recuerdo (que me corrijan los expertos en el autor de Claroscuro), los poemas de ese libro recogen algunos fragmentos de La ciudad en su versión primera de 1979, publicada en Canadá. Así como la edición chilena de 1994 incorpora, en un ejercicio inverso, poemas de Seudónimos (como “Mientras” o “Árbol de la esperanza”). Por eso no aparece como libro en la antología Trece lunas. O eso creo. No tengo esos textos para corroborar lo que digo, pero no importa. Seudónimos de la muerte es el libro del exilio, del sujeto que no puede nombrar la mantequilla en español y solo quiere saber dónde se encuentra; del que le exige al árbol de la esperanza, cuyas raíces crecen mitad en el aire, que se mantenga firme; del sujeto que denuncia el allanamiento y la tortura mientras usted, nosotros, nos despertamos en mitad de la noche y, somnolientos aún y un poco agitados, bebemos agua. Como señala Luis Riffo en el prólogo de Tres hebras rojas, la poesía de Millán no cautiva a la primera lectura y siendo joven no la entendí, me parecían notas al pasar sobre las cuales, sin embargo, me volcaba una y otra vez. Tuve que andar, ya veinteañero y treintañero, por La ciudad, por Relación Personal, para comenzar a entender. Los lectores de Millán encontrarán en esta primera parte de Tres hebras rojas algunas claves que iluminan los procesos de creación del autor, como una continuación natural de los fragmentos de entrevistas y citas reunidas en La poesía no es personal, compilados por Guido Arroyo.

En la segunda conversación, Millán dialoga con estudiantes de la Universidad Católica en el año 2005, en el marco de un curso sobre literatura, política y cultura. Las ideas que aquí se despliegan tienen relación con lo autobiográfico y la autobiografía como género, los límites difusos entre vida y ficción, algo que hoy nos parece de moda. Sería importante poner atención a la intrahistoria que propone Millán, a la biografía del ser anónimo, por la relación que tiene con su manera de abordar la propia vida en su obra o como los asuntos más baladíes fueron siempre objeto de su preocupación y cómo fue camuflando los temas paradigmáticos (la muerte, el amor, el viaje) en lo anecdótico, en una visceralidad de lo nimio, en una pedrería de los escombros. Sus opiniones sobre lo real maravilloso (“la realidad latinoamericana es realista mágica, fuera de la literatura y del arte”) si bien concordantes con lo expresado por Carpentier en el prólogo a El reino de este mundo, siempre están enmarcadas en una crítica a la manera en que se piensa la literatura desde la academia. A la luz de los actuales fenómenos migratorios, es interesante como Millán desnuda la extrañeza de sentirse hablante en otra lengua. Es cierto que una idea que se repite demasiado comienza a fallar, y pienso en esas que reiteran ciertos silencios u omisiones del canon al estilo “de Rokha es el gran ignorado de la literatura chilena”. Sí, quizás lo fue en su momento, pero ya no, desde que alguien pronunció esa frase y otros la repitieron hasta el cansancio dejó de serlo, y comenzó a leerse y luego a ser nombrado y dejar de ser leído nuevamente. Pero ese es otro tema y lo traigo a colación solo para explicar que Millán tiene, en esta segundo set de conversaciones, la capacidad de responder preguntas que nos podrían parecer un poco obvias (sobre el realismo mágico, Isabel Allende, las dificultades de trasvasijar experiencias y subjetividades de un idioma a otro) para llevarlas siempre a su propia experiencia. Es lacónico a veces, es cierto, pero en largos pasajes se explaya lucidamente.

Acá hay una reivindicación de esa lentitud, de un territorio libre para respirar las palabras. “Me gusta concederle a la escritura un espacio y un tiempo holgado, que sea respetuoso del acto de escribir”, dice.

La tercera y última sección se centra en reflexiones biográficas ligadas al oficio literario. William Carlos Williams es citado para recordar una poesía donde lo que importa es el tratamiento directo del objeto, sin parafernalias ni aderezos. Recuerdo haber leído una entrevista, hace muchos años, donde Millán expresa lo necesario de alejarse por un tiempo de la poesía, para poder volver a ella y mirar con otros ojos. Acá hay una reivindicación de esa lentitud, de un territorio libre para respirar las palabras. “Me gusta concederle a la escritura un espacio y un tiempo holgado, que sea respetuoso del acto de escribir”, dice. Estas conversaciones reclaman ese lugar poético de dignidad frente a la tecnocracia economicista que reclama velocidad y resultados.

Millán describe en distintos momentos de este libro su experiencia como poeta durante el proceso revolucionario de la UP, donde él tendía a alejarse del compromiso militante y la literatura como reflejo artístico. Es en su exilio, primero en Costa Rica y luego en Canadá, donde su poesía se hace cargo de ese pasado histórico y su presente de apátrida. Más cercano a una sensibilidad anarca y punk y a una estética visual e hiperrealista, el sujeto Millán vivirá en carne propia lo que significa ser chileno en el exilio, así como el intraexilio en el retorno a un país donde se experimenta el triunfo de un modelo en el cual la derecha ve la cultura como página social de diarios, pose y adorno, y una izquierda tradicional que la asocia al folclor y el panfleto. “Si uno elige el arquetipo del héroe tiene que cumplir con esas características. Irse de su comunidad, encontrar un sentido y después comunicar ese sentido. Y todo el costo es difícil porque uno puede llevarles un sentido y la comunidad decirle: “¡Y a nosotros qué nos importa eso!”, como sucede acá en Chile”. Con estas palabras de Millán termina Tres hebras rojas, y constituyen, a mi modo de ver, el reclamo a un país que ignoraba e ignora, y ahora también, peligrosamente, criminaliza la actividad intelectual.

 

Labranza, marzo de 2021.


Ricardo Herrera Alarcón (Temuco, 1969). Profesor de Castellano. Editor de revistaelipsis.cl y de Editorial Bogavantes de Valparaíso. Ha publicado Delirium Tremens (2001), Sendas Perdidas y Encontradas (2007), El Cielo Ideal (2013), Carahue es China (2015), Santa Victoria (2017) y la antología Todo lo que duerme en nuestro corazón desembocará un día en el mar (2020).

Imagen de la cabecera: memoriachilena.cl