El poeta Reinaldo Molina no era un traficante de saldos (por Ricardo Herrera Alarcón)

“El pobre tipo tiene la sensación que con un recuerdo
Se iluminan todos los rincones
Afuera del bar cree que hay un sol veraniego
Que brilló en otros tiempos.
Pero es martes y llueve sin tregua
Hace unas cuantas semanas”.

Reinaldo Molina

 

 

Llega un momento de la vida en el que todo poeta se transforma en un traficante de saldos, de los restos de su propia obra. Mi amigo Reinaldo Molina, a sus escasos veintitantos, me reveló un día que no era poeta porque pasaba semanas sin escribir. Era tal su conciencia y respeto por el trabajo literario, que solo podía sentirse escritor cuando escribía: fuera de esa realidad el mundo se le hacía insoportable.

Recuerdo a Floridor Pérez, en un encuentro de poetas en San Felipe, señalar: hay que ejercer el oficio todos los días, ya sea escribiendo, leyendo, conversando; nuestro mundo privado como un taller literario portátil. Le creí y le creo: la poesía es más que la sola hoja en blanco o la pantalla, más que los libros que leemos. En ese más allá, es quizás donde se sitúa la palabra.

Escritor es quien escribe, qué duda cabe, pero el asunto es un poco más complejo. Estos últimos meses solo me he dedicado a corregir, me confesaba un amigo. Pienso que el escritor no es quien escribe (todos lo hacen) sino alguien a quien se le ocurrió, o sintió la necesidad de corregir lo que había escrito. Yo traté de dejar de escribir, mis amigos conocen esa historia que duró un par de años: en mi casa de puertas abiertas prohibí que se hablara de literatura, estaba cansado, los guantes colgaban en una percha de madera. Lo mío era vivir la poesía: ese era el santo oficio. Pero cuando se iban todos, secretamente, seguía dándole a la Olivetti. Un tipo puede hacer cualquier cosa para ser distinto, le dice Sandoval a Espósito, pero hay una cosa que no puede cambiar (ni él, ni vos, ni yo, nadie): de pasión.

¿Cuándo, entonces, un poeta se transforma en un traficante de saldos? Cuando la poesía es el centro de una vida en la que no cree, de una vida que ha perdido toda la alegría y la pena de ser vivida. Aunque escriba y sea el primer poeta del Olimpo, ese poeta solo trafica saldos. Y solo él es capaz de saberlo. Algunos sustituyen la imposibilidad de la palabra con el vino, la imposibilidad de la palabra con el sexo, la imposibilidad de la palabra con el tedio. Cuando hay vida y palabras en comunión, el poeta es un Dios. No se equivocaban nuestros mayores.

Como el buen predicador evangélico que soy, vocifero y no creo, grito fingiendo entusiasmo, ecualizo la pena con mi diario de vida como biblia. No es tan malo traficar saldos: es abril de este año enfermo, el segundo de la peste. Me encuentro revisando mi vieja laptop en busca de archivos añejos que, en su momento, deseché con desprecio, y ahora vuelvo a leer con tristeza. Busco Algo Que Me Saque Este Mareo De La Esterilidad. El poeta que fui se muere lentamente como un fantasma que se queja en un burdel de barrio, con sus jeans negros manchados de cloro. Se muere con la idea del mundo libre por las calles. Agoniza para no volver a nacer convertido en un robot que consume etanol y repara y engrasa sus piezas antes de rezar y apagar sus sistemas. Un último video donde aparezca pronunciada la palabra amor, antes de cerrar los ojos. La imagen de un último poema donde florezca la palabra ternura, antes que el holograma se derrumbe.

Reinaldo murió tempranamente y con él una de las voces poéticas que más he admirado. No solo era poeta cuando escribía: su sensibilidad asomaba en cualquier orden de lo cotidiano, en su amistad, en su risa y su mirada melancólica. Sé que el mundo sería mejor con mi amigo Reinaldo Molina vivo. Pero está muerto y el mundo no es mejor. Siempre le dije que no era un traficante de saldos, que lo suyo era sentarse y esperar, que no había apuro. Pero Reinaldo se apuró hacia la muerte y nos dejó sin entender la vida, respirando apurados, prometiendo que ninguno de nosotros iba a repetir el gesto del durazno que cae del árbol.

“Cuida de los lobos y las brujas/ ese hermoso color de tu alma/ siempre hay piratas queriendo saquear/ el oro de tu pecho/ ámate con todas tus fuerzas/ que no sea destino tuyo/ reconocer tu propio rostro/ lleno de heridas”, me dice el poeta Reinaldo Molina. En su honor reivindico el santo oficio de la belleza y escribo, cuando se han marchado todos.


Ricardo Herrera Alarcón (Temuco, 1969). Profesor de Castellano. Editor de revistaelipsis.cl y de Editorial Bogavantes de Valparaíso. Ha publicado Delirium Tremens (2001), Sendas Perdidas y Encontradas (2007), El Cielo Ideal (2013), Carahue es China (2015), Santa Victoria (2017) y la antología Todo lo que duerme en nuestro corazón desembocará un día en el mar (2020).

Imagen de la cabecera: Transferencia, de Leonora Carrington (1963).