«El viaje del alma» por Natalí Aranda

 ¿A qué nieblas y oscuridades conduce tu sendero? ¿Tengo que aprender también a perder el sentido? […] ¿Hay también un suprasentido? ¿Es ese tu sentido alma mía?

Carl Gustav Jung

 

Heráclito habla de la imposibilidad de alcanzar los límites del alma, por la profundidad de su logos. Mientras más ahondamos en ella, más se expande y más nos damos cuenta de su naturaleza colectiva y también creadora.

Para este filósofo el logos es común, no es personal, a nadie pertenece. Es algo que nos traspasa y que traspasa a todas las cosas. La sabiduría consiste en reconocer este hecho y también consiste en reconocer que todas las cosas son una sola a partir de este logos.

¿Cómo vivir desde esta consciencia de unidad? 

El viaje del alma es un camino hacia el encuentro con la realidad desnuda, que es también nuestra desnudez. Consciencia de no-dualidad. Un darse cuenta de los vínculos que hay entre todas las cosas, invisibles vínculos que a través de una atenta intuición pueden ser percibidos.

Este viaje nos devuelve al asombro. Este asombro es la expresión del alma ante su propia desnudez. Tal vez vivir sea un aprender a estar cada vez más desnudos, susceptibles, vulnerables y entregados a la existencia, pero siempre desde la sabiduría que el alma nos va señalando. Esa sabiduría que para Jung es un suprasentido o un supralenguaje como dice la poeta Ximena Rivera.  

Hace algún tiempo leí “Las Cábalas del sueño” de la poeta chilena Olga Acevedo y observé en su escritura una búsqueda de unidad entre los aspectos cotidianos y sagrados de la existencia. Búsqueda que el alma va haciendo cuando decide ahondar en sus propias profundidades: “Como una luciérnaga trasnochada, el alma va sola en la noche tremenda”.

¿Cómo comenzar este viaje? Imagino que se inicia cuando atendemos a esa voz interior y a su pasión por el misterio. “Oh pasión de cráteres y abismos”, afirma la poeta. Reconocer la atracción que ejerce sobre el alma lo desconocido e indecible es un paso para ir al llamado de lo profundo.

También por el reconocimiento de la herida. El dolor nos predispone a iniciar esta búsqueda, este ahondar en lo íntimo.

Pienso que lo divino es finalmente la libertad que da lugar a la creación. Es lo abierto, la experiencia vacía de nombres. Lo trascendente por ser inasible. Un poema es una forma de acoger esta experiencia, por eso un poema puede ser la expresión que el alma encuentra para dar cuenta de su viaje.

El dolor es la consciencia de un vacío originario. Para Simone Weil hay que rechazar las creencias que buscan llenar este vacío. Aceptación del dolor para ir a su fuente, porque el alma en algún momento de su viaje sentirá al vacío como plenitud. Sentirá un vacío creativo, al no-ser movilizando la realidad. Se dará cuenta de lo que siempre intuyó: de que la ausencia es el lugar del acto creador, por esto tal vez la creación es un acto más de desaparición que de presencia. Es en este punto donde conectamos con la experiencia de lo inacabado y desde esta experiencia con nuestro ser creativo y su apertura, en otras palabras, con la libertad. Pienso que lo divino es finalmente la libertad que da lugar a la creación. Es lo abierto, la experiencia vacía de nombres. Lo trascendente por ser inasible. Un poema es una forma de acoger esta experiencia, por eso un poema puede ser la expresión que el alma encuentra para dar cuenta de su viaje.

Sé que muchas veces el dolor es insoportable, nos enfrentamos a la desesperación, un estado que nos obliga a retroceder en algunos momentos, volver a nuestra máscara, al ícono, a la creencia. Pero si buscamos una existencia auténtica no queda más que caminar este dolor, esta herida.

La angustia, el hambre, el anhelo son constantes en este camino. “El gozo es un viejo relámpago sagrado de difícil presencia. Hay un solo camino hacia sus símbolos, pero es de angustia rigurosa”, nos señala Olga Acevedo. ¿Por qué esta angustia? Desprenderse del sentido es enfrentarse con la muerte. Es un regreso al vacío, a la apertura dejada por la muerte del ícono. Regreso al vértigo que nos produce el infinito, la inmensidad sentida en el cuerpo. El corazón aumenta sus latidos cuando nos acercamos al abismo en la búsqueda del relámpago.

“Un intenso alarido cruza de un cabo al otro el universo, y algo muere y renace en lo profundo del misterio terrestre”, afirma la poeta. ¿Qué es esto que muere y renace? La muerte del sentido hace aparecer un sentido que trasciende la esfera personal. ¿Es el logos de Heráclito, el suprasentido de Jung, el supralenguaje de Ximena Rivera? Lo que surge va más allá de la personalidad, de la máscara, de las identificaciones, ya que solo estando desnudos logramos la comprensión del relámpago.

Mensajes se anuncian en este viaje. “Todo se puebla de mensajes y relámpagos”, señala la poeta. Quedan grabados en el símbolo, ese lugar en que materia y espíritu se unen. La forma de poder manifestar esta interioridad es por medio del juego del lenguaje simbólico.

El juego es parte de esta revelación. En el intento de captar o comunicar esta profundidad nos abrimos a él como una forma de regresar a la inocencia y a nuestra potencia creadora. Ver por vez primera, regreso a un origen que es creado en cada encuentro del alma con el suprasentido.

Es interesante como la angustia, el dolor, la muerte, pero también la aceptación, el asombro y el juego son partes de un mismo viaje. No todo es llanto en este transitar del alma, también la risa viene a ser parte de esta experiencia interior.

La risa puede ser una forma de religación. Pienso en dos momentos fundamentalmente: la risa como una expresión del sentimiento de lo absurdo que nace al observar las estructuras y sentidos desde los cuales comprendemos lo real y como una expresión natural de un estado de simpleza y ligereza a la que llega el alma al contactar con la vida. Una risa que surge cuando nos damos cuenta de lo que Olga Acevedo señala: “Cuán firmemente somos en la secreta eternidad del ser”.  Llegar a esta experiencia de ser en la que el alma encuentra su fuente, su raíz y su quietud es llegar a un contacto directo con la vida.

El viaje del alma al llevarnos al encuentro con la existencia y a la consciencia de unidad, nos lleva a percatarnos de que esa división entre un afuera y un adentro es solo aparente, ya que es el mismo logos el que atraviesa a todas las cosas. Este viaje es todo lo contrario a un solipsismo. Es apertura hacia la vida en todas sus manifestaciones. Esta consciencia tiene fuertes repercusiones en las acciones que se generan en el mundo.

A partir de una mirada que observa la relación entre todas las cosas, podríamos desarrollar realmente una ética del cuidado de otros seres y de la vida en su totalidad.  Un hacer contrario a la lógica de guerra, de destrucción y de dominio que hoy nos condiciona.  

Realizar el viaje del alma es un proceso individual que nos acerca a lo colectivo, ya que su logos no es personal, nadie es su dueño, aunque algunos crean ser dueños del sentido, de la verdad y, por lo tanto, de otros seres.

Cultivar el cuidado y el respeto a toda alteridad es vivir más próximos al logos y a su sabiduría. Es vivir conscientes de nuestra participación en la creación o realización de todas las cosas.

¿Hay lugar para la sabiduría en nuestro encuentro con la alteridad, con la naturaleza y con nosotros mismos?

Hemos llegado a los límites de esta instrumentalización de la existencia. Se vuelve un imperativo construir otras formas de contacto con la vida, que no tengan que ver con su desaparición. Empezar a construir nuevas maneras de habitar, no creyendo que lo real nos pertenece, no ejerciendo un poder sobre aquello que se nos aparece como radicalmente-otro. No reduciendo la vida a un anhelo material y a un intercambio económico.

Hemos hecho de los fines en sí mismos solo medios para llegar a aquello que desde sus inicios fue solo una herramienta de intercambio y no el sentido último de nuestro hacer.

¿Qué lugar tiene el viaje del alma en esta existencia tan escindida de la vida? Parece absurdo hablar sobre esto en una época en la que la civilización y todo lo que hemos construido se desmorona, pero es necesario ver el vínculo entre la sabiduría que el alma va adquiriendo al contactar con la profundidad de su logos y las acciones necesarias que debemos ejercer para no llegar al colapso como humanidad. Reconocer este vínculo estrecho es un paso fundamental para realmente modificar nuestras formas de habitar el mundo.


Natalí Aranda Andrades (1987, Santiago). Ha publicado Lo uno, lo otro (poesía, 2016, Ediciones Inubicalistas, Valparaìso) y el ensayo El poema como huella en Ximena Rivera (2019, Ediciones Inubicalistas).

Imagen de la cabecera: fotograma de La aventura, de Michelangelo Antonioni (1960).