«Las preguntas bomba» por Cristian Rodríguez

 

Últimamente, he visto varias entrevistas donde, sin muchos preámbulos, sobrevienen dilemas acerca del compromiso del autor, la identificación con el país o el territorio, el destino de los pueblos, los verdaderos motivos para escribir, la relación entre vida y poesía, y otros asuntos para los cuales uno necesitaría de varios años para vislumbrar una respuesta. Creo haber tenido actuaciones disímiles en estos casos y aún sigo pensando en cómo responder a estas cuestiones, buscando algún modelo para defenderme con gracia o con elocuencia. Al respecto, hay una entrevista muy divertida a Michelle Houellebecq, en el canal de Louisiana, donde el autor contesta a las dudas del público escritas en papelitos sacados al azar. Cada vez que le toca una pregunta “bomba”, Houellebecq se queda pegado por varios segundos, mirando un punto fijo en el horizonte, suspirando cada vez más hondo, con el cuerpo desgarbado y esa típica cara de desesperanza, hasta provocar un ataque de risa entre los presentes, incluido el entrevistador; evidenciando –en un sólo gesto– su perplejidad frente a este tipo de preguntas. Vargas Llosa, por su parte, es una máquina de responder preguntas «bomba». Se mueve como una gacela ante cuestiones como el populismo, la ideología, la gramática y el destino de América. Su estrategia se podría resumir en una sola línea: es un tipo inteligente y que tiene las cosas claras. Lo cual, para quienes vivimos en un estado permanente de perplejidad ante la vida, es un don envidiable, tal como ser buen mozo o tocar la guitarra.

Uno podría decir que este tipo de diálogos, concentrados en temas gigantes, desconocen la progresión natural de las conversaciones, las cuales siempre van desde lo particular a lo general y no al revés. Pero otra parte de mí comprende muy bien la motivación de estas preguntas. He estado en ambas posiciones (como entrevistador y entrevistado) y también he sentido impotencia ante la verborrea de un escritor sinuoso, poco sincero, sin ideas propias, y demasiado alineado con su época. En esos momentos, dan ganas de ponerlo contra las cuerdas, de sacarle un poco de sustancia para salvar la situación. Aunque uno generalmente se contiene al saber que provocará el efecto contrario: el de replegarlo aún más en sus frases cómodas y en su crítica tibia y consabida. 

Uno también podría hacer otra interpretación positiva de estas preguntas “bomba” como indicadores de expectativas válidas ante un autor literario. Allí hay una necesidad, una persona que siente el interés genuino por saber algo. Y más encima, la esperanza halagadora de que uno podría responder a ese algo. Así, este tipo de preguntas pueden resultar empalagosas, pero conllevan un mensaje que sí es cierto: la gente aún busca pistas sobre ciertos temas fundamentales, y no desde cualquier persona, sino de un escritor. Extemporánea o no, esa posibilidad debería ser, al menos, un dato del contexto; el recordatorio de que uno escribe desde una órbita demasiado pequeña cuyas lecturas todavía desconoce, y que los motivos y lugares que uno creía evidentes en su libro siempre terminan por hablar de otra cosa.  

En realidad, uno también guarda sus propias preguntas “bomba” esperando a encontrar el momento adecuado. Siento genuina curiosidad por tener luces sobre varios temas exasperantes, como por ejemplo: ¿cuál es la importancia de la ficción en la actualidad?, ¿desaparecerán las humanidades?, ¿qué pasa con el cuento cómo género?, ¿cómo reafirmar la autonomía creativa ante la presión y la censura? Estas preguntas existen porque, asimismo, existe la necesidad de responderlas. Y si uno deja caer este tipo de misiles, a veces incómodos para los autores, es porque la única opción –ingrata y desoladora– es hacerse el loco y quedarse con la duda.


Cristian Rodriguez Büchner (Valdivia, 1985). Poeta y narrador. Profesor de lenguaje y Mg. en Literatura Hispanoamericana. Editor y columnista de revistaelipsis.cl. Ha publicado Lluvia de Barro (cuentos, 2012), Caligrafía del Insomnio (poesía, 2017) y 19 poemas (2020). 

Imagen de la cabecera: Pareja con el dibujo de una calavera, de Andrew Stevovich (2011).