«El tema» (por Cristian Rodríguez)

¿De qué se trata tu libro? Varias veces he escuchado esa pregunta y varias veces he dado una respuesta errada. Yo mismo la he formulado sin darme cuenta, sobre todo cuando estoy ante una novela o un texto no literario. La pregunta puede ser compleja, sobre todo para quienes cultivamos géneros divorciados del tema: como una prueba sorpresa, o peor aún: como encontrar el tornillo sobrante de un mueble que supuestamente ya terminamos de armar. Algo que deberíamos haber tenido listo hace rato, y en lo que, sin embargo, jamás reparamos hasta su aparición.

A veces he sentido la tentación por concluir que el tema ya no importa, y que uno escribe sobre los barcos, la política o los pájaros por una mera casualidad: porque eso fue lo que viví y porque debo rellenar un texto donde lo relevante es la forma y el estilo. El tema, bajo esa óptica, vendría siendo una especie de viruta o huaipe que le da volumen a un objeto mayor, donde el lenguaje literario ya no existe, la metáfora suena anticuada, y el verdadero sentido sólo se vería desde lejos, al contemplar sus contornos y estructuras, como una mediagua o una catedral.

Hay libros de poesía de un sólo tema (aparentemente un sólo tema) que son muy buenos, tales como Tratado sobre los buitres de Niall Binns, Criminal de Jaime Pinos, y Morgue de Gottfried Benn. Poseen una fuerte cohesión interna, y al mismo tiempo, no se sienten encorsetados ni predecibles. Son como breves cuadernos de un alumno aplicado, pero virtuoso y distendido, ideales para leerlos con las referencias a la mano. También hay autores con mil temas distintos: los poemas de Raimondi, por ejemplo, comprenden ámbitos tan diversos como la maquinaria, los puertos, los trabajos, la literatura, las herramientas y los hijos: todo bajo un mismo libro. Y no se siente disperso ni desordenado. En cambio, hay poetas que trabajan con obsesiones muy marcadas, como Carlos Decap y Claudia Masin, y sus poemas sobre cine. Y finalmente, está la gran poesía, donde el tema estalla en mil pedazos y se extiende hacia todo y nada. Sobre eso escriben Rilke y Pessoa, Shakespeare y Hölderlin. O Neruda en sus mejores momentos. ¿De qué tratan, por ejemplo, las Residencias? Sobre el progreso y la tradición, sobre el campo y la ciudad, sobre la muerte y el amor. Son todos esos temas, y al mismo tiempo, ninguno en particular. 

Hace varios años atrás, conocí a un escritor joven para quien un libro de poemas sin un tema definido no era un libro, sino un «cancionero». Otro amigo, mucho menos dogmático, me regaló una fórmula útil para zanjar el asunto. El tema viene después, me sugirió: no antes. La escritura, según él, vendría siendo el recorrido para encontrar sus recurrencias involuntarias, para identificarlas, ponerlas de manifiesto, y luego profundizarlas in media res. Visto así, el proceso de escritura también vendría siendo el proceso para encontrar el tema. Tiendo a concordar con él. La motivación o el impulso viene primero, el tema (si es que lo hay) viene después.

El tema también posee un aspecto cambiante y otro fijo. El aspecto cambiante es la contingencia: los objetos, personas e ideas que se repiten con fuerza en un momento preciso del presente histórico, alternándose mediante voces y actitudes que sólo existieron en ese lapso preciso de su creación. En cambio, el tema fijo de todos los libros es la crónica de su propia escritura: los primeros indicios, las ideas que fueron quedando registradas, los motivos y pulsiones que fueron transcurriendo detrás del teclado, las relaciones que se fueron rompiendo y consolidando en el camino, los trabajos que se perdieron y las amistades que se alejaron, el cambio de posturas sobre cómo y por qué se escribe, y esas obsesiones personales que nadie más comprende fuera del indefinible mundo de la literatura: tal como el tema de este artículo.


Cristian Rodriguez Büchner (Valdivia, 1985). Poeta y narrador. Profesor de lenguaje y Mg. en Literatura Hispanoamericana. Editor y columnista de revistaelipsis.cl. Ha publicado Lluvia de Barro (cuentos, 2012), Caligrafía del Insomnio (poesía, 2017) y 19 poemas (2020). 

Imagen de la cabecera: Sol en una habitación vacía, de Edward Hopper (1963).