Poemas de Mandy Gutmann-Gonzalez

Poemas traducidos del inglés por Maruja Gonzalez-Torre y Mandy Gutmann-Gonzalez.

Transistor

La Rueda de Chicago gira su eje
en la distancia. Flores de loto sucias
se extienden, brillando un poco con la llamarada roja
que el pueblo desecha al cielo nocturno
sonrojando al pantano. Palmas rígidas
vainas, disparo de sombra. Saboreo
la soledad como una canción, la noche—mi viejo
santuario—habiéndome escapado del hotel
repleto de durmientes.
                                              Figuras se separan

de las sombras de los arboles. Una soga se desliza
a través de mi pierna y cuando la punta
desaparece, my cabeza retiene un ritmo
de rompehielos: dos mujeres
guiadas cómo yeguas hacia un hotel.
A mi alrededor, una especie de boca, silenciosa
y húmeda, se cierra. Olor
a orina, algo que es arrastrado. Mi boca
se seca. Una ampolleta se prende en una pieza.
Me escabullo hacia una pared, miro hacia adentro
al único brillo en esta noche.
El canto de los grillos aumenta y se apaga
de golpe. Lo que veo tras
las cortinas comprime mis pulmones.
Las mujeres son llevadas
dentro de una pieza hacia un hombre desnudo
apoyado contra la esquina
sosteniendo casualmente
                               una botella de vidrio de coca-cola.
El viento levanta mi pelo.
El mundo se torna. Inmóvil. Ahora el sonido
en mi costilla se encuentra con los sonidos
en la pieza. Se funden.
No puedo mirar, no puedo no hacerlo.
Miedo recorre mi columna vertebral, una sensación
delicada, casi agradable: espasmos
de diente de leon.

Un sonido cruje
en la gravilla. Dientes. Puedo sentir algo especifico
detrás mío, un calor. Giro.
Un rebaño de búfalos
mas negros que la noche, sus pezuñas
crujen al descender la pendiente y entran
el estanque donde se vuelven
ingrávidos.

Hojas de loto barrosas
se extienden densamente sobre el agua
las separo con mis rodillas manos
tratando de entrar
evitar la caída
cualquier sonido y la vegetación densa
amortigua mi entrada.
No me salgo de esta.

Algo afuera pulsa, lo sé.

Debajo, los pastos del pantano
allá abajo donde el agua muere
como escarabajos ciegos
agarrados a los vientres del ganado.

Barro va cubriendo mi cintura
como vieja amiga,
me intimida, me sumerge.

Estoy tratando de huir de lo que
ocurre en mi cabeza,
la terrible empatía.
Lo que le esta pasando a esas mujeres
no me esta sucediendo a mi
¿es así?

La luna traspasada
de piojos, tan oscura menos mal
y ninguna estrella
solo la vegetación densa
como pelo enmarañado sobre el agua
donde mi pelo se entremezcla.

Cuernos de acero destellan
sobre el lago negro, ese lago tan callado
como un brazo de petróleo derramado.

Los cueros son lonas cálidas
qué envuelven huesos contra huesos.

Zoológico Zanesville

Durante la noche del 18 de Octubre, 2011, en Zanesville, Ohio, EEUU, Terry Thompson soltó varios animales salvajes que tenia enjaulados en su granja, y luego se mató con un disparo. Thompson recién había vuelto a su casa después de un año en prisión por posesión ilegal de armas. Cuando la policía se enteró que los animales andaban libres, el sheriff Matt Lutz ordenó a sus oficiales que les dieran muerte. Mataron a 49 animales. Los 6 animales que sobrevivieron fueron llevados al Zoológico de Columbus, la capital del estado.

i. bovino

Apareció por los pastos ya pisoteado
y amarillos, espantando insectos con su mano,
como si el aire le molestara.
Arriba, abejas sobrevolaban
llevando polen,
los rayos de sol como dagas sobre Ohio. Inclinó su gorro,
raramente hablaba más
de lo necesario. Llevaba una cuerda gruesa
amarrada en su hombro.
Oí que su esposa lo había dejado—
mis manos lastimeras le hicieron un sandwich
que comió alejado de mi, sus ojos fijos
en las vacas. Le mostré el cadáver
y el circulo de pasto pisoteado
donde había agonizado. Chasqueó
la lengua en sus dientes mientras amarraba
las pezuñas, apoyando una a una
cada pierna bovina en su hombro.
El único sonido era su música
exceptuando un animal cercano
que rumiaba. Dijo que sofreiría
esos 30 centímetros de lengua con cebollas
y tiraría el resto a los leones.
En sus brazos y cuello: las marcas de garras
por doquier—fingí no darme cuenta.
Sus pantalones negros
con tanta sangre incrustada, yo les hubiera dado
un profundo lavado.

ii. eclipse

Predispuesto a pensar en los bordes de las montañas otra vez
vuelve su rostro hacia donde debiera estar Marte

si la celda no cubriese al planeta.
Echa de menos la melena negra del león, algo casi

impossible de tocar. Cicatrizes blancas
sentidas en la noche, ríos secos que su sed

persigue una y otra vez.
Su estomago se retuerce de amor

por esas fieras, a pesar del peligro
de tocarlas. Se despierta jadeando.

Oh como echa de menos los bellos caballitos
tímidos cuando en el viento olfateaban

al tigre. Y cuando los demás presos
duermen, acaricia sus tatuajes,

recordando las manos toscas
de su esposa, el cuerpo de ella eclipsando

el suyo. ¿Dónde estará ella ahora—?
Esposa en la espuma marina, indefensa no, sino

que haciendo un sonido muy suyo, impossible
de romper. Una vez al despertarse la había encontrado

desenredándose el pelo con los dedos, insomne, con ojos desorbitados.
¿Acaso la había arrastrado desde el pozo del océano?

Ese pequeño sonido seco en el fondo de su garganta…
Un sonido que se vierte en si mismo

así como una gaviota apenas levanta sus alas
para derramar la humedad que ahí se aferra.

iii. la mordida

Cuando el sheriff vio mi shock
y el cuerpo del oso negro—enrollado—,
me dijo, Yo di la orden, es mi culpa,
como si la culpa fuera transferible.
Él duerme sin problema, sin manchas en las lineas de sus manos.
Yo finjo, es lo mas cerca al luto…
Demasiado tarde para implorar, no hay nadie
más, solo yo y mi brazo de metal.
Los ojos pequeños, casi imperceptibles del oso

todavía abiertos. Si la piedra caliza tuviera oídos, si la tiza hablara.
Calcita blanca, estoy en una brecha terrible, sostenido en estalactita
pegado a un chorro de remordimiento. Mi vida lanzada
al galope, una loca carrera. Me vuelve una estrella frenética,
girando con la precision de un demente.
Mi mente todavía revoloteando sobre ese pasto.

Oh estrellas, perritos en el cielo, tal multitud
acallará la canción en mi, tong, tong,
un sonido metálico de peso muerto –
con consecuencias. Cuando me olvide, seré destruido
por mi maldición. Mis ojos girarán
hacia atrás, nunca más se cerrarán.

Me arrodillé al matarlos.

iv. el león

Más alla de la hilera de espinas
atadas al portón
y un letrero de “prohibido el paso”
casi escondido en las hojas,
mis bolsillos repletos
de ciruelas, suaves y machucadas
contra mi pierna, vi,
con un pie sobre una piedra
a punto de cruzar
el alambre de púas:
un coágulo de pelo, grueso
como el pelo de mi muñeco
rígido en mi mano y más largo
que la longitud de mi cuerpo.
Su melena enmarañada
con sangre seca,
un poco erizada
y cepillada hacia atrás por una brisa.
La mitad de su melena
al otro lado de la cerca, enviada allí
por la fuerza de una bala.
Sobre mi, ningún movimiento
de zorzal en la rama. No podia oír
nada. Hormigas
le hervían sobre la frente,
millones de mercaderes
trepando sobre la nariz rubia
y dividiéndose sobre las pupilas
—se sentían acaudaladas,
llevando pedacitos
de sal de los ojos, vidriosos
y abiertos
y astillados.
El aire repleto
de moscas, presurosas,
atragantadas—desgarrando la piel
en trozos. Cada hora tornaba al león
más rojo. A mi alrededor la mansedumbre
de Ohio se volvía terrible: hileras
e hileras de tallos secos como huesos,
torcidos por maquinas, abandonados
a la blancura del invierno.


Mandy Gutmann-Gonzalez es de Vilches, Chile. En su novela, La Pava (Ediciones Inubicalistas), tres niños viven indirectamente el trauma de la dictadura militar de Pinochet. Su poesía ha aparecido en West Branch, DIAGRAM, Quarterly West, diode, Interim, y otras revistas literarias. Ganó el Premio Boulevard para Poetas Emergentes en 2018 y ha recibido becas del Seminario Bucknell para Poetas Jóvenes, el Retiro de Escritura Lambda para Voces LGBT, el Centro para el Arte del Libro en Nueva York, la Conferencia de Poesía en la casa de Robert Frost, el museo contemporáneo MASS MoCA, y el Instituto de Escritura Creativa en Martha’s Vineyard. Tiene una maestría en poesía de la Universidad de Cornell y enseña escritura creativa en la Universidad de Clark, en Massachusetts, EEUU. Más sobre Mandy en su página web: mandygutmanngonzalez.com.