«Canto en el canto» (por Felipe Moncada)

«No debemos decir que una ciudad no existe: debemos decir que una ciudad no ha sido fundada bajo las estrellas que corresponden. O que no dispone de la niebla pertinente para sus historias de encuentros y desencuentros»

De Canto en el canto. Américo Reyes.

El primer libro que conocí de Américo Reyes fue un ejemplar artesanal, de tapas café, guillotinado al límite de los epígrafes y corregido a mano, se llama El centinela y su cántaro. Apareció en Curicó bajo el rótulo de Ediciones B 612, el año 2010, unos meses después del terremoto. Sabía que Américo vivía en Curicó, tenía buenas referencias de él por poetas de Talca, pero no lo había leído. Me sorprendió lo inesperado del formato: todos los poemas comenzaban con un texto a manera de epígrafe, luego el poema propiamente tal, el que era complementado por notas, las que siguen desarrollando el poema, a veces hacia breves narraciones, a veces a poemas completos. En esas notas sigue creciendo el poema, se convierten en derivas o fractales, que se van ramificando en los libros de Reyes y proponen contenidos en otros formatos. Las temáticas también sorprendían, eso llamado problemáticamente “amor homoerótico”, la celebración del cuerpo, y una veta que profundizaría en sus siguientes publicaciones: los encuentros con extraños, el deseo, las pasiones encarnadas en seres callejeros, populares.

Sabía además que Américo trabajaba plastificando documentos en el frontis de la muni de Curicó, frente a la plaza, pero no sospechaba que esa habilidad manual se extendía a las ciencias de la autoedición y que lo había llevado a fabricar su primer libro[1], que se llama Los poemas plumaveral[2] (Ediciones B 612, 1992), el cual escribió a máquina y compaginó con un formato de libro. Luego vendría el libro Boleros son boleros, publicado por Mosquito Editores el 95, Antología Secreta, junto a Rodrigo González Langlois (Ediciones Zaguán, 2001). Ese grupo de libros que he mencionado hasta ahora, circularon en la ciudad de las aguas negras[3], pero el año 2012 comenzaría a conocerse a nivel nacional con la publicación de su libro Que los cuerpos cumplan su destino (Ril-Editores). En ese libro se reúnen y reescriben sus tres primeros libros, se agrega una sección de odas y contra-odas, y desarrolla su sistema escritural de utilizar notas, las que despliegan sus propias líneas narrativas o teóricas, creando varios polos narrativos en sus libros, y desarrollando notas de notas, expandiendo la dendrita temática. En esas subnotas puede incluir a su vez variantes de poemas que no fueron incluidos en el libro (y sin embargo se incluyeron), cuentos, bromas, explicaciones y detalles de las ediciones.

El confesionario, publicado el 2015 por Ril-Editores, es su siguiente publicación, este libro de confesiones en verso y prosa, llegó a ser finalista del premio Municipal de Literatura de Santiago el 2016. En El Flautista[4], su siguiente libro, hay un regreso al poema solo, sin intertexto, sin citas, y es también el regreso a imágenes bucólicas, cargadas de un lirismo silvestre, de orillas de río. El flautista es un personaje mágico, en el sentido que vence la cotidianeidad con su percepción sutil del devenir, por momentos recuerda la templanza de El jardinero de Tagore, inflamado este por el ardor a la divinidad, así como el flautista por al ardor carnal y sensual, impregnado de “la insolencia de la juventud”. En las florestas ribereñas del río Guaiquillo es una figura huidiza, como un pudú, que encarna la plenitud del gozo sensual[5]. Hasta que llegamos a su libro Black Waters City (Ediciones Nueve Noventa, 2018), que obtuvo el premio a la Mejor Obra Literaria publicada el año 2018.

Su libro más reciente Canto en el canto[6], fue publicado el 2021 en Curicó por Ediciones Nueve Noventa, y tiene algo de los anteriormente mencionados. Mantiene algunas de las temáticas principales, profundizándose y depurando sus mecanismos, vuelve a aparecer con fuerza y madurez la idea del descubrimiento y encuentro con el otro, en el plano erótico, pero más allá, con toda la carga de ilusión y desilusión, que le otorga narrativa y contexto a esos episodios.

En la primera parte, Del sacrificio de los hábitos, el hablante, que podría ser el mismo del libro El flautista, se define sin definirse, al modo de los versos contradictorios del Tao, que generan una sensación de vacuidad: No me perdí en el claro del bosque / cuando me perdí en el claro del bosque. // Tampoco me desdoblé y maldije / cuando me desdoblé y maldije / ni tuve un dios cuando tuve un dios. La mayoría de los poemas de esa sección tienen anexos a pie de página, que a su vez son pequeños relatos, donde las transposiciones temporales y alusiones a la vejez se entretejen como una medida del paso del devenir:

Anexo II (POETA SEMEN, página 16): Ya no tengo la edad para ser el padre de mis hijos. El tiempo pasó muy rápido para ellos y a mí me dejó pegado en este instante cabal.

Anexo II (CHACALITO, página 25): Cuando desperté, mi leñador estaba muerto. Me enfrenté cara a cara con el alba, como compadeciendo al frío. Yo nunca había tenido un leñador. Ese leñador —ahora orgullosamente muerto— marcó mi pubertad como ninguno, hasta la impertinencia.

Anexo (EXTRANJERO MARRÓN, página 28): Quien sonríe así no puede venir de tan lejos, no puede ignorar la costumbre de pasar por altanero frente a un desconocido y disculparse con esa risilla que lo contiene todo.

Anexo (ANDANZAS, página 31): A poco andar, bajo el cedro de Atlas vi a un individuo envejeciendo y me acerqué a fin de inquirir las causas y él me respondió qué, no bien hubo nacido, envejecer fue lo primero que aprendió, y lo único que ha continuado haciendo, diestramente y sin cesar. Transcurrieron muchos segundos y el individuo no paraba de envejecer, a vista y paciencia de cuantos transitaban a esa hora por la Plaza de Armas de la Ciudad Espléndida.

En aquellas notas a pie de página, denominadas esta vez Anexos, suceden pequeños universos narrativos, que son derivas a su vez de los versos de la página. Como se puede leer en los anexos citados más arriba, la temporalidad experimentada en el cuerpo, la aparición de la vejez, la pérdida absoluta de lo querido y la apertura a lo extraño, los sucesos oníricos que alteran la linealidad del tiempo y los recuerdos, el convertir un suceso completamente cotidiano y biológico, como envejecer, en un suceso sobrenatural, gracias a la descripción detallada del presente, son algunos de los ejes que se abordan. Vuelven a aparecer esos seres que provienen de la pobreza, o de la extranjería, como intrusos en este mundo, sujetos raros que la provincia transforma a veces en anomalías, artistas secretos, vagonetas, barzas, gozadores, los cuales deslumbran, seducen, comparten el frenesí y se convierten en el enemigo, todo esto frente al tiempo impasible que marchita toda plenitud.

La mayoría de los poemas de Canto en el canto, versan sobre encuentros y desencuentros, y con un ánimo romántico se podrían clasificar dentro de la categoría poemas de amor[7], con toda la carga arquetípica y estereotípica que ello conlleva. El amor alejado a una distancia astronómica del amor romántico, o de la cursilería que se asocia generalmente a esa temática, el amor como un espacio y descubrimiento, encuentro y desencuentro de los seres, donde es posible aún el asombro sin apego, pero también el encuentro furtivo, el deslumbramiento erótico, y lo único seguro: la pérdida. Esa tendencia trasciende al segundo capítulo llamado Pregón del orillero, que se emparenta con El flautista en su vocación silvestre y despreocupada, “el orillero” podría ser esa persona que en un estado de epifanía permanente, habita las orillas de un río, su floresta caótica, donde es leve y solo fiel a su libertad, y que transporta, una idea de belleza[8], o una posesión involuntaria de ella.

En libros anteriores, en especial en Que los cuerpos cumplan su destino, el sistema de notas que utiliza Reyes, amplia la mirada hacia otros punctum posibles, desarrolla variantes narrativas, pero por sobre todo hace relativizar la jerarquía en sus obras, pues puede que la clave de un texto esté en una nota o subnota, más que en el texto principal. En Canto en el canto, aparte de incluir sus anexos, incluye una larga nota que deriva en una especie de biografía de un personaje, llamado Aladino Midas Midas, un joven jardinero, del cual se incluye una especie de plaquette llamada irónicamente Hierba de hojas, aludiendo a Whitman, a la cannabis y a la adolescente epifanía de cargar con la belleza como quien lleva algo involuntario y dañino, finalmente, para el resto. Canto en el canto confirma en una versión madura y depurada, el enorme universo literario que ha ido creando con los años el gran poeta de Aguas Negras.

 

[1] Es un libro artesanal, hecho 100% con mis propias manos, escrito a máquina y tratando de que se pareciera lo más posible a un libro de verdad. Incluso lo publiqué bajo el sello de las ficticias Ediciones B-612, que es el asteroide donde vivía el Principito y que yo siempre entendí como una metáfora de la intimidad con todo lo que ello implica: tristeza, soledad, pero también la búsqueda de los afectos transcendentales (amistad, amor, etc.). (Correspondencia con Américo Reyes).

[2]“Ese poemario que consta de 33 textos escritos en su mayoría en los 80 habla más bien de mi visión de mundo de aquella época, una posición muy personal frente a la dictadura y mis propias incertidumbres, algunos de esos poemas los incluí en Que los cuerpos cumplan su destino en y en BWC. Si me preguntaras con cuál de ellos me identifico más, te diría que es con Carta al niño que fui pues es para mí una suerte de autobiografía poética que aún al presente me define”. (Correspondencia con Américo Reyes).

[3] Aguas negras es el significado más aceptado para la palabra Curicó, que da nombre a la ciudad de la región del Maule donde nació y habita Américo Reyes. De ahí saldrá también su juego con nombrarla como Black Waters City, en el libro suyo que lleva ese nombre.

[4] Publicado por Inubicalistas, Valparaíso 2017, dentro del contexto de la colección de plaquetes “Proyecciones”, y publicado como libro en Curicó el año 2020, por Ediciones Pepelibros, con prólogo de Bernardo González.

[5] ¡Oh el agua! Brillas / atrapado en su tejido // Más que desnudo: feliz / Más que feliz: triunfante / Más que triunfante: libre // Y aunque tu alegría se ha multiplicado, / cuando sales del agua, / el agua ríe. // ¡Oh el agua! (El flautista, página 35).

[6] El autor del libro me hizo entrega de un ejemplar al interior de un espejo.

Sucede que tuve que viajar a Molina a entregar una caja con el libro, M. Rex y otros cuentos molinenses, de Claudio Oyarzún, al Teatro Municipal de esa ciudad. De Talca a Molina son cuarenta minutos por carretera, detrás de los vidrios empañados se adivinaban peajes, eriazos y camiones. El invierno hace surgir de los potreros unos fríos blancos de niebla que se disuelven en el azul cristalino.

Arribamos con mi acompañante editorial en un minibús congelado. Hicimos la entrega y nos dedicamos a recorrer las calles, recién abriéndose luego de la pandemia. Quedamos impresionados con los dibujos de las tiendas, los letreros de las tipografías, las pinturas de frutas y abarrotes en los almacenes, había ahí una especie de barroco, en los dibujos de los completos rebosantes de kepchut y mayonesa, con una colorada vienesa asomando por una punta del pan, parecía que habían vuelto a la vida los antiguos cartelistas, los pintores de provincia que alegraban con su imaginación los carros de completos, los talleres ciclistas, las relojerías. Alguna vez conversamos con el crítico Pedro Gandolfo, sobre la posibilidad de un barroco maulino, esa cosa relacionada con la abundancia de la huerta que se mete a la ciudad a través de las panderetas o del lenguaje. Y justamente pensaba en el libro M. Rex para esa categoría, el barroquísimo libro de relatos ambientados en una Molina mítica perdida en los tiempos, donde todos los personajes tienen nombres largos y las historias se terminan fundiendo con el lenguaje.

En la portada de M. Rex aparece un grabado con el orfeón que hay en la plaza de Molina, ese escenario circular donde antaño tocaban las bandas sus retretas milicas. En ese mismo orfeón a las 13 horas del día señalado, nos juntamos con el poeta Américo Reyes. Luego de los abrazos protocolares, los saludos y la fotografía reglamentaria, emprendimos viaje a un restaurant que funcionaba de manera clandestina, subimos al segundo piso donde conservaban antiguas vitrinas con vasos de otras épocas, un par de máquinas Underwood llamaron la atención del poeta que recordó haber escrito en una. Había en el salón otro tipo de barroco, uno que va acumulando elementos más por el abandono que por intención, ¿habrá relación de eso con las notas y subnotas que Reyes teje en sus libros?

Nos sentamos en una mesa y quedamos frente a un gran espejo, el que daba profundidad al salón, con nosotros flotando en medio de esa profundidad, el marco tallado rigurosamente daba el aspecto de pintura sombría de la escuela holandesa, de salón de cantina del Far West replicado en un pueblo del valle central de Chile.

En ese espejo transcurrió la conversación, como en una escena apócrifa de Raúl Ruiz, el vino maulino llenaba las copas pues las mesas eran parras, los aromas de la cocina completaron la fiesta y ahí brindamos por los vivos y los muertos. El espejo copió fielmente cuando el poeta Américo Reyes escribía una dedicatoria en la portadilla de su última obra: Canto en el canto.

[7]A la luz de lo que sabemos hoy de nuestra siempre cercana y lejana Gabriela, ¿podríamos decir que la suya, desde luego su poesía amorosa, es una poesía homoerótica? (…) ¿Cuantos/tas poetas homosexuales no asumidos/das, por temor, recato, o aún por la más elemental de las vergüenzas, han debido “torcer”, cuando no inventar sus historias, para contárnoslas? Razonado como inquietud, este dato solo visibiliza, redundándolo, un hecho axiomático: toda “poesía homosexual” —si de ese modo pudiese clasificarse—, es en esencia, poesía de amor. (Américo Reyes. Fragmento de la Nota 28 del libro Que los cuerpos cumplan su destino).

[8] Dice Cristián Gómez en la solapa del libro: “La porfía de una triste belleza. Si hubiera que definir a vuelo de pájaro aquello de lo cual habla este nuevo libro de Américo Reyes Vera, sería eso. La insistencia de una belleza que, pese al desamparo en que se encuentra, continua apareciendo en rincones por los que el progreso no ha pasado. Pero todo este abandono y todo este baldío, que en realidad más parece un peladero, no solo es escenario, sino también personaje de esta historia.”

 


Felipe Moncada Mijic: Nació en Quellón, en 1973. Profesor de Física y Matemáticas (USACH). Editor de Ediciones Inubicalistas de Valparaíso. Ha publicado los libros de poesía: Irreal (2003), Carta de Navegación (2006), Río Babel (2007), Músico de la Corte (2008), Salones (2009), Mimus (2012), Silvestre (2015, Premio Municipal de Santiago 2016), Migratorio (2018, Premio Mejor Obra Literaria Inédita CNCA en Poesía, 2017). En el género ensayo ha publicado: Territorios Invisibles. Imaginarios de la Poesía en Provincia (2016, Premio Mejor Obra Literaria Inédita en Ensayo, 2015).