Por Comité Editorial Revistalipsis.cl
Encontramos la obra de Sergio Sarmiento por accidente, gracias a recomendaciones y azares en la red. Cuando llegamos a Ojo de mar (2018) quedamos tan sorprendidos con su poética que buscamos el resto de sus libros y los leímos con atención, deshaciéndonos en elogios y recomendaciones, pero sin saber nada acerca de su autor.
Nos pusimos a investigar hasta que finalmente dimos con él. Sergio nació en Santiago, pero actualmente vive en Batuco. Su poesía mezcla el sentido del humor, la claridad, el desencanto y la contemplación: algo así como Parra y Trakl fumando juntos en el litoral. Durante décadas ha escrito fuera de los focos, compartiendo sus libros con unos pocos amigos y conocidos, y prácticamente no tiene datos biográficos disponibles, excepto por su participación (a veces bajo seudónimos) en revistas literarias sobre las cuales aún quedan registros en la red.
En esta entrevista, él nos cuenta sobre su vida, su obra, su formación, y otros aspectos interesantes de un poeta que, más allá de su reticencia a la exposición publica, ha visto pasar a varias generaciones de escritores entre las vicisitudes del Chile de los últimos cuarenta años: incluyendo la vida cultural en dictadura así como las décadas del noventa y el dos mil.
Primero que todo, háblanos un poco sobre ti. No hay mucha información sobre tu biografía. Eres algo así como un autor secreto (al menos para nosotros). ¿En qué lugares has vivido? ¿Cuáles fueron los años más intensos de tu formación como escritor?
Soy santiaguino. Nací en los sesenta, pasé mi infancia y mi adolescencia en Conchalí, en los años de la dictadura. Después viví en Macul, en Valparaíso, en Quilpué, en el barrio Franklin, en Recoleta -a pocas cuadras de la gran necrópolis que conforman los cementerios General y Católico- hasta que me vine a vivir a Batuco a fines de los noventa, hallando arraigo en estas tierras llenas de espinos y aves. En cuanto a mi formación literaria, tuve la suerte de que mi padre, que era un desmesurado lector y lamentablemente también un desmesurado bebedor, mantuviese una biblioteca con títulos de Kafka, Sartre, Pratolini, Faulkner, Mauriac, Baudelaire y otros pesos pesados. Como a los trece comencé a leerlos y desde ahí no paré. No eran, por cierto, mis únicas lecturas, pues también leía y sigo leyendo bastantes comics, desde las viejas revistas Trinchera o El Monje Loco, pasando por El Eternauta, Torpedo y las historias eróticas de Milo Manara, hasta la producción de autores como Alan Moore o Grant Morrison.
A comienzos de los ochenta, según recuerdo, sumé otra vertiente a mis lecturas, puesto que me hice socio de la biblioteca del Goethe Institut, que se encontraba en calle Esmeralda, cerca del Parque Forestal, y afortunadamente era gratuita. La mayoría de los libros estaban en alemán, pero había una caja con revistas y libros de poetas y narradores chilenos de la época, lo que me permitió acceder a un mundo proscrito por Pinochet y la derecha. Por esos años estudiaba en la USACH -primero Física y Matemática, luego Ingeniería Comercial- y había escrito, desde la media, varios cuadernos con poemas. Poco a poco mi vocación literaria comenzó a chocar con la economía de mercado que se enseñaba y se sigue enseñando en Chile. Me acuerdo de la impresión que me causó leer “La riqueza de las naciones” de Adam Smith, texto basal de esta línea de pensamiento -publicado en 1776- donde se señala que la base de la economía -una ciencia supuestamente social- es el egoísmo (self-love, en palabras de su autor), mientras yo veía que lo que necesitaba el país era justamente lo contrario. Lo lógico, en este contexto, hubiese sido cambiarme de carrera, pero no podía hacerlo, no tenía plata, estudiaba con crédito y ya lo había hecho una vez. Como una forma de equilibrar las cosas decidí inscribirme en el taller literario de la universidad, que era dirigido por la narradora y académica Amalia Rendic, una mujer amable, democrática y generosa. La recuerdo pidiéndonos que bajásemos un poco la voz cuando criticábamos a la dictadura o leíamos a Neruda o De Rokha. La recuerdo caminando descalza por el césped de los jardines de la universidad, alta, elegante y angulosa como la cordillera de Los Andes. En el taller conocí a Maximiliano Díaz Santelices y a una variada fauna de escritores y aspirantes a escritores. Parte del grupo, al que me sumé, se reunía en bares y restaurantes de Estación Central, como El Burro Alemán, ubicado en Matucana o en sus casas. Uno de ellos era Eduardo Wood, cuyo hermano Ronald fue asesinado en 1986 por los militares, razón por la cual Eduardo abandonó la universidad, el país y la cordura, suicidándose una década después. El mismo año del asesinato de Ronald Wood, Maximiliano nos presentó a sus alumnos poetas del liceo Excelsior. Uno era Héctor Figueroa, el Chico (que falleció en 2019); el otro, Germán Carrasco, quienes se sumaron a las juntas. Los demás contertulios eran David Matthies y Georgina Gajardo, que no perseveraron en la escritura, así como Leonardo Moya y Paula Muñoz (que falleció en 1996), quienes estudiaban arte en la Universidad de Chile. Éramos un grupo -quizá un conglomerado- poco común para la época, transgeneracional, podría decirse, con estéticas, intereses, géneros y lecturas diversas. Nos juntábamos casi todas las semanas, bebíamos, fumábamos THC, intercambiábamos libros, hablábamos de política, arte y cultura, leíamos nuestros textos y nos criticábamos sin piedad, mientras escuchábamos jazz, música protesta, rock, punk y new wave hasta el amanecer. Juntos nos tocó vivir el fin de la dictadura y la transición a una democracia que nunca llegó, la irrupción de la posmodernidad y la consolidación del neoliberalismo en los inicios de los noventa.
Me acuerdo de la impresión que me causó leer “La riqueza de las naciones” de Adam Smith, texto basal de esta línea de pensamiento -publicado en 1776- donde se señala que la base de la economía -una ciencia supuestamente social- es el egoísmo (self-love, en palabras de su autor), mientras yo veía que lo que necesitaba el país era justamente lo contrario
Fue, en lo personal, un tiempo súper importante, dado que pude ampliar mi mundo cultural y afirmar mis ganas de dedicarme a la literatura. El período más intenso de mi formación como escritor, sin embargo, comenzó después. Fue en la segunda mitad de esa misma década, cuando del grupo quedábamos solo tres sobrevivientes: Héctor, Maximiliano y quien habla y decidimos salir a la superficie. Surgió entonces la idea de hacer una revista y tras varios años de indecisiones el producto fue Esperpentia. Ya no se trataba de reunirse con los amigos a solo a carretear, prestarse libros y leer poemas, sino de articular discursos para un público, por escaso que este fuera, lo que nos exigió mucho trabajo y dedicación.
Lo de ser un autor secreto, finalmente, es bastante cercano a la realidad, puesto que he autopublicado mis libros en tirajes de cien ejemplares y últimamente he optado por las ediciones digitales, repartiendo ejemplares en papel o links entre amigos, colegas y parientes que, por lo general, no están ni ahí con la literatura, manteniéndome lejos del mercado editorial. Es importante que se vendan libros, lo entiendo, pero hoy en día lo único importante parece ser vender. Cuando se habla de un título exitoso -libro, obra musical o película- se mencionan los millones de dólares que ha recaudado en determinado tiempo, pero no se hace una crítica seria acerca de su valor artístico o cultural. Otro elemento que contribuye a esta secretitud es que he escrito variadas columnas bajo distintos seudónimos, como Sparky, Robinson X, Ignacio Floyd, Marcelino Molle o Enrique Atenas, entre otros, que con el tiempo se han convertido también en personajes de mis escritos, muchos de las cuales permanecen inéditos. Te hace falta marketing, me aconsejan mis amigos, pero yo -que estudié marketing- prefiero dejar que las cosas fluyan naturalmente, que lo que escribo viva o desaparezca por su propio peso. En este sentido, no le he dado tampoco demasiada importancia a esas ceremonias tipo primera comunión del ego llamadas lanzamientos -útiles para vender libros, según se sabe- habiendo caído en la trampa sólo una vez, cuando publiqué “En la berma” y lo presentamos junto a “Retratos hablados” de Díaz Santelices en la Biblioteca de Santiago.
En el prólogo a Ojo de mar, Héctor Figueroa caracteriza a tu poesía como “una poesía ecléctica, mixturada en ocasiones con un microscopio objetivista y sensual, junto a destellos luminosos de concentración japonesa zen”. ¿Estás de acuerdo con esta opinión? ¿Qué otros elementos puedes reconocer en ella?
En cierto sentido estoy de acuerdo con lo que generosamente escribe Héctor, puesto que el libro contiene muchas imágenes, muchas reflexiones de carácter minimalista e intenta huir de lo hermético, de lo barroco, tratando de que lo visible no se vuelva invisible y no al revés, como sostienen aquellos poetas que -como escribió Nietzsche- enturbian las aguas para que parezcan más profundas. Hay -eso sí- algunos aspectos del poemario que Héctor no menciona, como la crítica social, la defensa de lo ecológico, el choque entre la modernidad neoliberal y la ruralidad, así como un intento de realizar una poesía “ensayística”, como se puede apreciar en el poema “Champas (cuatro notas acerca del césped)”.
En este libro, Batuco es un territorio situado junto a un humedal mezcla de aguas lluvia, desagües y acequias. A pesar de que no existe idealización del lugar, te las arreglas para encontrar belleza entre los escombros. Y nombras a Trakl, a Blok, que me parece no son influencias directas, pero es evidente que algunos poetas nos influyen de maneras no perceptibles en nuestra propia escritura. ¿Por qué Trakl o Blok, que pueden parecer tan distantes a tu poética?
Nombro a estos poetas -a los que admiro- porque ambos construyen sus discursos desde una zona limítrofe entre la modernidad y un presente donde aún la naturaleza y la cultura tradicional son visibles en la poesía y en lo cotidiano, tal como ocurre hasta el día de hoy en zonas rurales como Batuco. En el caso de Blok la frontera es la revolución rusa y para el caso de Trakl, poeta del viejo imperio austrohúngaro, esta frontera es la primera guerra mundial -no olvidemos que Blok se mató en 1914, justo al inicio de este choque que sirvió para industrializar las formas de matar-. Ambos poetas atisban lo que vendrá: Blok lo hace irónicamente a través del poema Los Doce y Trakl en Grodek, su último escrito, anticipando la brutalidad de la guerra que viene.
Siguiendo esta idea, en “Ojo de mar” lo que pretendo mostrar es la zona fronteriza entre la modernidad neoliberal y la ruralidad, que también es un espacio de fricción, de roce entre formas culturales que se encuentran y van en distintas direcciones. No intento, por cierto, anticipar lo que vendrá, eso es patrimonio de los iluminados, no de escribas de pelaje corto como yo.

Nos gustaría que nos hablaras de Esperpentia, la revista que dirigiste en la década del dos mil. Y que también nos pudieras contar sobre tu proyecto digital El mal menor.
A finales de los noventa las revistas literarias y culturales que habían proliferado durante la dictadura: La Bicicleta, Pluma y Pincel, El Organillo, La Castaña, Literadura, Contramuro, y muchas otras, habían desaparecido sin que surgiera, según recuerdo, un caudal importante de revistas que siguieran sus pasos. En su lugar aparecieron publicaciones como Rock & Pop, Zona de Contacto (de El Mercurio), o Fibra (de la compañía de teléfonos), más bien ligadas a la cultura global y con niveles de tiraje y producción que superaban ampliamente a las revistas de los ochenta, muchas de las cuales eran fotocopiadas o impresas en papel Kraft o roneo. A nosotros, con esto me refiero a Maximiliano, a Héctor y a quien habla, nunca nos gustaron demasiado las antiguas revistas -muy artesas, muy panfletarias, muy sesenteras- ni las nuevas -muy globalizadas, muy capitalistas, muy esnobs-. Decidimos, entonces, hacer una publicación que nos gustara a nosotros mismos. Para eso tuvimos que superar un grave problema que habíamos tenido en ocasiones anteriores: elegir el nombre de la futura revista, pues cada vez que lo intentábamos cada cual votaba por el suyo, generándose un empate perfecto e inmovilizador. En esta ocasión, afortunadamente, alguien cedió y la propuesta de Díaz Santelices, Esperpentia -que significa “tierra de esperpentos”- resultó elegida. Este extraño nombre, nos dimos cuenta a poco andar, nos venía de perillas, pues nos sentíamos ciudadanos y escritores esperpénticos, malhechos, imperfectos, grotescos, viviendo en una sociedad también esperpéntica: mercantilizada, banal, injusta, colonial, que había traicionado los proyectos de quienes estuvimos contra la dictadura de Pinochet y la derecha.
A nosotros (…) nunca nos gustaron demasiado las antiguas revistas -muy artesas, muy panfletarias, muy sesenteras- ni las nuevas -muy globalizadas, muy capitalistas, muy esnobs-
Nos enteramos, después, por intermedio del poeta Rubén Venegas, acerca de la existencia del teatro del Esperpento de Valle Inclán. Leímos sus obras y nos encantaron. El azar había hecho lo suyo. Durante más de seis meses planificamos la revista, ideamos las columnas, nos las repartimos y comenzamos a redactar artículos pensando que pudiesen ser leídos por cualquier persona: no queríamos escribir para los académicos ni para los jurados de los concursos como hacía un amigo cercano. Incorporamos, también, columnas de cine y cómic, las que estuvieron a cargo de Edicson Solar.
Una de las características de la revista -que molestó a muchos- era que ecualizábamos algunos de los poemas que publicábamos. Era medio totalitario, lo reconozco, pero también era un juego: los covers estaban de moda. Las críticas que hacíamos, por otra parte, eran más bien rudas, pesadas, irónicas y nos llegaron bastantes cartas de reclamo. En cuanto a los contenidos, intentamos hacer una mezcla de autores extranjeros de poca difusión en Chile por esos años, como Edgard Lee Masters o el mismo George Trakl; poetas chilenos de generaciones anteriores que se mantenían en el semiolvido, como Carlos Bolton, Teresa Wilms Montt, los poetas runrunistas o Ricardo Navia y autores y temas emergentes, como la poesía de los noventa y la irrupción de los cómics en el cine. Coincidimos, por ese tiempo, con el surgimiento de una nueva camada de revistas que contribuyeron a renovar el ambiente literario y cultural, como La Calabaza del Diablo, Matadero, Plagio, Carajo y el mismo The Clinic, que surgió en 1998 y aún sigue publicándose. Esperpentia, por su parte, se publicó hasta el 2012 y su periodicidad fue regularmente irregular, alcanzando a contar con veintidós números, la mitad en papel y la mitad en versión digital.
En lo personal, la creación de la revista me obligó no solo a entender la lógica de una publicación, sino también a aprender a manejar programas de diseño, a convertirme en algo así como un fotógrafo y a imprimir y encuadernar libros, ya que no teníamos dinero para pagar por estos trabajos. Aprendí, también, que la poesía es un negocio perfecto para quien quiera perder dinero. Durante esos años además creamos Ediciones Esperpentia, cuyos tres primeros títulos fueron “Groggy”, de Héctor; “Aviadores”, de Maximiliano, y “Mutante”, de mi autoría. Formamos también la Agrupación Cultural Esperpentia de Batuco, lo que nos permitió hacer talleres para la comunidad. En esos talleres conocí -como participantes- a la poeta y educadora Melody Valenzuela, al fotógrafo Emilio Serey y al educador Jaime Núñez. Junto a ellos -y con la posterior colaboración de Héctor Figueroa- dimos vida a El Mal Menor. Eso fue en el año 2015, cuando el proyecto de Esperpentia se había agotado. El Mal Menor buscó, en su primera etapa, ser una revista literaria y cultural enfocada en lo local, específicamente en la provincia de Chacabuco, teniendo conciencia de su carácter periférico. Publicamos, según recuerdo, once números en papel que están disponibles digitalmente en la red. Luego nos dimos cuenta de que gracias a Internet podíamos escribir para un público más amplio. También de que hoy en día casi todo el mundo es periferia. Así, luego de estar dos o tres años en silencio, este 2021, en agosto, comenzamos el proyecto El Mal Menor edición web junto a Melody, Emilio, el poeta sanbernardino Marcelo Sepúlveda Ríos y el narrador y poeta Sergio Miranda, quien escribe desde Argentina. Puedo anticipar, además, que pronto se nos unirá Maximiliano Díaz Santelices.
El Refrigerador de Bernardita debe ser uno de los libros más divertidos de la poesía chilena reciente. ¿Cómo fue su proceso de escritura?
Por esos años andaba bastante deprimido debido a ciertos tropezones sentimentales y económicos que me tocó experimentar. Un día, leyendo El Mercurio, me encontré con la carta de Bernardita, en la que se quejaba porque su refrigerador nuevo no funcionaba. Me pareció gracioso que alguien sufriese tanto por un electrodoméstico cuando había gente -como yo- que tenía problemas mucho más serios y no se quejaba públicamente. Vi también esta carta como un símbolo del consumismo y la banalidad que se enraizaban en nuestro país. Entonces me propuse escribir unas cuantas epístolas a Bernardita para expresarle mis ideas y mis emociones. Así nació el texto. Recuerdo que obtuve un premio con ese poemario -justamente en Temuco- para el aniversario de los cien años del nacimiento de Neruda. Fue un estipendio muy salvador, ya que por ese tiempo mi propio refrigerador estaba completamente vacío. Un par de años después escribí un guion basado en el poemario, que fue llevado a las tablas bajo la dirección de Hernán Lacalle. Como la mayoría de los textos que he escrito, autoedité cerca de 100 ejemplares del libro, por lo que prácticamente hoy no existe.
De Ojo de mar (Plebe ediciones, 2018)
UN CEMENTERIO LACUSTRE
Fui a la laguna y la hallé evaporada: osamentas
carroñas, hinojos flacos y huraños, grietas formando
un mosaico de la gran desolación ocupaban el sitio
donde ayer las nubes se miraban al espejo
Examinando el cuerpo podrido de una carpa
que hedía junto a una lata de Monster Energy Drink
me dije: este no es un cementerio marino, este es –apenas–
un pequeño cementerio lacustre
Me dije: los muertos, en esta tierra quebrada
no se encuentran bien, los muertos, en este ojo de mar
son el glaucoma, son la conjuntivitis, son la ceguera
me dije: el desierto es para Ud. señor Ceniza
Volví a casa pensando en mi piñufla condición
en mi incapacidad para hacer llover (no soy un mago)
para revivir peces (no soy un pequeño dios), y me acordé
del tío de un amigo que antaño, en la laguna, pescaba
El hombre atrapaba carpas y se las daba a sus perros
para ahorrar, decía y a veces hasta llegaba con un coipo
amarrado a su cinturón, un coipo gordo y bigotudo
de grandes dientes blancos, abatido con escopeta
En la calle todos le gritaban: ¡buena, Manolito!
alzando latas de cerveza, alzando botellones de blanco
mientras Manolito iba a un almacén por carbón
para armar un asado al que no invitaba a nadie
Me dije: la sequedad no comenzó hoy, la sequedad
es permanente. Y lamenté las grietas del ojo de mar
la carpa podrida, los hinojos secos, el frágil esqueleto
de un cisne que tuve que pisar para continuar mi camino
INFORME
La luna es un ojo
de buey con cortinas blancas, dice, mientras aspira
un cigarrillo de marihuana mirando el cielo
Yo contemplo el cielo
y no veo ningún ojo de buey, menos cortinas blancas
pero le digo que sí, que tiene toda la razón
Te regalo esa imagen
Sarmiento, escríbela, ordena entonces, como si se tratase
de una genialidad capaz de engrandecer la obra de cualquiera
Y yo, que nunca vi
lo que ella vio, yo que ni siquiera estoy seguro de saber
lo que es un ojo de buey, callado cumplo su orden
Me traiciono solo porque ella es hermosa
porque tiene la piel suave
como los damascos
porque tiene sexo
como nadie
porque ella
es la fuente
donde adquiero
forma y volumen
yo, que soy líquido e informe
yo, que nunca termino de cuajar
De Ocupación (Plebe ediciones, 2015)
ABISMO
Pound se preguntaba qué es mejor: instalar
un negocio y volverse un pequeño héroe capitalista
un microempresario –como se dice ahora–
o quemarse la cabeza fabricando versos
para un mundo indiferente.
Yo me pregunté lo mismo varias veces
y varias veces me respondí: escribir, escribir
igual que el seguidor del fasci di movimento, escribir
no aplicar un sobreprecio, no cortejar el lucro
depositando, en ese acto, mi placer y mi victoria.
Mas no siendo de huidobriana casta
no siendo abc1
ni terrateniente
ni rey del retail
pero sí humano hueso, humana carne, humana tos
me vi enfrentado a la sobrevivencia: ni fondos ni fundos
tenía para mantener funcionando mi cerebro
mi corazón, mis testículos.
Intenté transformar mis escritos en pan
en agua, en thc
en electricidad
y no se pudo
Intenté volverme un pequeño héroe capitalista
un espermio de adam smith
y me endeudé con los bancos
y formé una empresa de algo
Pero el negocio no estaba en mis genes
no me importaba la competencia
no quería ser líder de ningún mercado
ni tener autoridad sobre los otros
Ocurrió que me hice amigo de los empleados
nos fuimos de fiesta en fiesta
me enamoré de las secretarias
las invité a pasear a la costa
Los clientes se transformaron en una molestia
así que los mandé a la chucha
su satisfacción no era mi problema
nunca he tenido vocación de taxi boy
Y encallé en los arrecifes financieros
me hundí en los abismos de la plata
y bajo el agua vi a medio Chile
fondeado, morado, asfixiado
Y tuve que emplearme, arrendarme,
en el océano profundo
con los pulmones vacíos trabajar
para los dueños del oxígeno
CIRCULACIÓN DEL AGUA
Recuerdo las clases de biología: el sesenta
por ciento del peso de un hombre adulto es agua
revelaba el calvo y amable profesor del ramo
En específico: el noventa y nueve por ciento
del plasma sanguíneo, saliva y jugos gástricos son agua
el ochenta y cuatro por ciento del tejido nervioso, agua
El setenta y tres por ciento del corazón y del cerebro
el setenta por ciento de la piel, el ochenta y tres por ciento
de los pulmones, el treinta por ciento de la osamenta, agua
Yo imaginaba mi cuerpo -entonces- como un estanque
donde el agua de lluvia o de llave se detenía y pasaba a ser
yo mismo -o casi yo mismo- y luego retornaba a ser agua
Agua contaminada con mis ideas y mis pulsiones
Agua fluyendo hasta pozos subterráneos, agua purificándose
Agua alimentando las norias que cavan los sedientos
Y los mares donde se refrescan las parvularias
y los empleados de los malls y los cuidadores de autos
fumando, jugando carioca, comiendo cachitos o palmeras
Agua colectiva hoy privatizada por los ateos de la materia,
agua diosa vendida con todos sus milagros, con los frutos
de su vientre, los ríos, con sus clérigos de cotonas azules
Operarios de mantención que su cuerpo cloran y reparten
en las copas-templos que en los barrios se levantan
conteniendo la vida que fue y la que será
De El refrigerador de Bernardita (Esperpentia ediciones, 2006)
“En marzo adquirí al contado en Centro-ofertas un refrigerador Cónsul RU-26C, que desde que lo hice funcionar presentó problemas. Pese a que lo ponía en el mínimo, congelaba todos los alimentos, así que haciendo uso de la garantía acudieron en dos ocasiones del Servicio Técnico Solectra a ver el aparato. Las dos veces le cambiaron el termostato, pero la falta persiste.”*
Bernardita López
Santiago
1
Lamentas, Bernardita, el estado de tu refrigerador
Y ofrendas dolida epístola allí donde el vulgo
Redacta cada día una fina metafísica para cucarachas
Demasiada carne congelada en el hogar
El albo electrodoméstico actúa de injusto modo
-eso hay que admitirlo-
Posta negra, corazón, menudencias: nada se salva
Y es la inversión más importante de tu vida
Es tu joyita, es el punctum
Del retrato de la familia ideal
3
Querida y desconocida Bernardita:
No eres la única que padece en este planeta
De seres con almas como lirios gangrenados
Yo sufro algo similar
Alguien congela excesivamente
No mis alimentos, sino mi corazón
Lo guarda en esa especie de nevera
Colmada de negros relámpagos
Que constituyen sus ojos
En cubetas de hielo lo guarda
Transformándolo en cubitos
Y no hay esperanza
No tiene reparación esa muchacha
4
Una tarde ella tomó mi mano derecha
Luego la izquierda, luego las cenefas de mi sombra
Luego esta humana conformación que me sostiene
Como la piel de un grumo de sangre la sangre
Y plisadas las echó en una bolsa de feria
Lanzó un beso al viento antes
De llevarme al mercado de las gangas
Emergí ataviado con oscuro impermeable
Revistas «Skorpio», discos de «Los Ángeles Negros»
Poemas de Winnet de Rokha y un anillo de vulgar fantasía
Mi mano fue llamada: «La mano de los 500 orgasmos»
Otra tarde armamos dos o tres cigarrillos de marihuana
En una playa junto al mar
Y hablamos de poesía
¿Qué es poesía? –preguntó ella
Le contesté: Poesía soy yo
Al anochecer
Cuando una elegante y fina garúa
Cayó sobre las cabezas de las vendedoras de erizos
Hablamos de la casa de Huidobro
casa de panes de tiza
Hablamos de la tumba de Huidobro
tumba de panes de tiza
Hablamos de la poesía de Huidobro
poesía de panes de tiza
Hablamos de las vértebras de Huidobro
vértebras de panes de tiza
Después, inserta la luna en el fichero del horizonte
Dormidas las vendedoras de erizos, pantanosa la garúa
Entre las sábanas de una módica residencial
Fornicamos, hicimos el amor, culeamos
-como quieras, Bernardita-
Al amanecer desperté blanco
Blanco activo, blanco radiante
Sombra budista en un campo de nieve
7
Mal del corazón y de los sesos
Aquejado de taquicardia y de simple estupidez
Descubro que pensar produce sueño
Que soñar produce angustia
Que angustiarse es estar inmóvil
Con todas las desventajas de no ser
Un cadáver embalado en un ataúd
En la lejanía alguien sufre, aúlla
Porque su refrigerador congela demasiado
Llena de escarcha la madriguera
Donde lleva a efecto su ciclo vital
Allí Bernardita es colapso de nieve
Alud de neurosis, ventisquero
De la más doméstica impotencia
Víctima de erradas políticas de posventa
Víctima de operarios chinos borrachos
Víctima de la educación chilena
Prusiano cacareo de lenguas lisiadas
Hay que moderar el frío
Moderar el movimiento de los sesos
Y el movimiento del corazón
No congelar más de la cuenta
No imaginar más de la cuenta
Escribir a medias, amar a medias
Sobrevivir a temperatura ambiente
Moluscos pegados en la fábula del miedo
10
Acongojada Bernardita: mi alma se pierde
Derritiéndose como se derriten
Tus alimentos precocidos
Y no podrá sanar
Si la poesía fuese una religión tendría el remedio
La religión sana, afirman investigadores norteamericanos
O salva, al menos salva, opinan evangélicos chilenos
Pero la poesía no es una religión
Cada cual para su santo
El poeta no es su propio dios
Oh Bernardita: este oficio ni siquiera
Me libera de mi propia parálisis
La poesía es un milagro al revés
_________________
*Extracto de una carta publicada en la sección «Línea Directa» del diario «El Mercurio» de Santiago de Chile, en su edición del 24 de septiembre de 1994.
Poemas inéditos
ENTRESIJO
Me siento –por las tardes–
bajo la sombra de los pimientos
y bebiendo yerba mate me pregunto
por el origen de las cosas
Por el origen de las aves
por el origen de la cordillera
por el origen de las quirincas
y
nunca llego a nada, como piedrecillas
en una noria mis interrogantes caen
Lo único cierto, me digo, es que la vida
es un entresijo sin respuesta, que morir en la ignorancia
como lo han hecho todos, como lo hizo mi Tata
como lo hizo mi madrina, es destino seguro
Después trato de no pensar y me quedo en
paz con mi ignorancia, que no me espectra del todo
que no me impide poner las palmas en forma
de cuenco y llenarlas con la luz del sol
Entibiando mis manos permanezco hasta
el atardecer, como un vendedor que ofrece
iluminaciones (en vez de naranjas o cebollas)
a gente invisible, que no deja de pasar
LA IMAGINACIÓN AL PODER
Esta mañana
cuando sonó el despertador, abrí los ojos y
me di cuenta de que no quería abrir los ojos nunca más
no deseaba seguir viendo lo mismo de siempre
los mismos pimientos, los mismos almendros
la misma cajera viuda en la panadería
achicándose, ajándose, secándose
tras el infarto del vasco piticiego
que cada noche la hidrataba
No, ya estaba bueno de ver y rever
lo que no quería ver ni rever
Ceguera, invoqué entonces, ¡ven a mí!
Y cerré los ojos y me di cuenta de que no
podría mantenerlos cerrados para siempre
Involuntariamente comencé a parpadear
involuntariamente abrí un ojo
involuntariamente vi un pedazo de mundo
Luego me pregunté si existía o no
algún programa de gobierno, algún beneficio
-como se dice-
parecido a las intervenciones dentales para pobres
sonrisa de pobre, para volverse ciego
(ceguera de pobre, podría llamarse)
Y no ver más la casa agrietada, mejor imaginarla
y no ver más el pueblo agrietado, mejor imaginarlo
y no ver más la vida agrietada, mejor imaginarla
LA CASA DE BAQUEDANO
Cuando llueva me pondré pantalón de tela
Y una camisa blanca, abotonada hasta los ojos
Me peinaré usando jugo de limón, me haré una raya
Y como un niño antiguo iré a la casa de mi abuelo muerto
Que queda en calle Baquedano, entre Rosas y San Pablo
Besaré su cara pinchuda, veré girar su tocadiscos RCA
Bajo el parrón de uva verde almorzaremos hablando de fútbol
Mi abuelo me contará proezas de jugadores muertos
Chilenitas de muertos, goles olímpicos de muertos
Expulsiones de muertos, superatajadas de muertos
Después del postre veré a mi Tata dormir su bella siesta eterna
Supervigilado por la Rosy, su mujer, que también está muerta
Veré la jaula del oscuro tordo, veré la jaula de los canarios
Escucharé los trinos muertos de los pájaros difuntos que
En sus nidos negros –tejidos por Blake– esperan la eternidad
A la hora de once veré llegar al tío Pedro y a su hijo Pedrito
Que padece retraso mental, cruzando apenas la mampara con
Sus piernas sostenidas por fierros y zapatones desconsolados
Con su cabeza testimonio de escrituras quirúrgicas erradas
Con sus ojos donde refulge la inocencia como diamante
A las siete volveré al pueblo en un recorrido que hoy no existe
Un payaso drogado contará chistes encubiertos acerca del pene
Haitianos perdidos preguntarán donde queda el paraíso, en qué esquina
Mientras la lluvia corre por los noticieros y en las húmedas veredas
Los vecinos se emborrachan celebrando la libertad
Sergio Sarmiento (Santiago de Chile, 1963) ha publicado los poemarios El fervoroso festín (1999), Mutante (2003), El refrigerador de Bernardita (y la muchacha de tiza) (2006), En la berma (2011), Ocupación (2015), Ojo de Mar (2018); así como relatos de Capital (2006), Fuerza de Roce (2020) y Luminarias (2020). Su obra, que ha obtenido distinciones en diversos certámenes literarios, ha sido difundida a través de variados medios convencionales y digitales. Ha sido, además, director de la revista literaria Esperpentia (2000-2013) y editor de la revista El Mal Menor (2015-2018).