Prólogo a «Después es siempre antes» de Guillermo Riedemann (por Ricardo Herrera Alarcón)

Guillermo Riedemann o el cuerpo de los hechos

despues antes riedemannDespués es siempre antes
Guillermo Riedemann
Editorial Bogavantes
Valparaíso, 2021
184 páginas

La presente antología tuvo alguna vez como título tentativo El cuerpo de los hechos, en alusión a esa pulsión que recorre la obra del autor por ver lo que sucede allá afuera, escuchar la degradación de las utopías, contar la historia como una mala broma o una broma sangrienta. El título definitivo, Después es siempre antes, es una frase de Günter Grass que sugiere la idea de un eterno devenir, con ecos griegos y pesadillas latinoamericanas, una red de hilos secretos que conectan hechos, personas y lugares, que nos recuerdan que la historia se repite, siempre. Dice Grass en su autobiografía: “Después es siempre antes. Lo que llamamos presente, ese fugaz ahoraahoraahora, está vigilado siempre por un ahorapasado, de forma que también el camino de huida hacia delante, llamado futuro, solo puede recorrerse con suelas de plomo”. Mucho de ese después es siempre antes, se puede vislumbrar en la imagen que acompaña la portada de la presente antología: una fotografía tomada desde una colina que mira el pueblo de donde son originarios los Riedemann que emigraron al sur de Chile. Poeta y psicólogo, nuestro autor propone en su poesía un viaje hacia ese antes de este presente, que es también un recorrido por la psiquis humana, tránsito que se ha construido sobre ciertos ejes temáticos que intentaré ir delimitando.

Uno de esos ejes, es la poesía social ligada a elementos de la poesía latina (Catulo y Marcial) y a las influencias de autores sudamericanos como Roque Dalton, Ernesto Cardenal o Antonio Cisneros. Esta vertiente cruza su poética desde su primer libro, Poemas desde Chile (1983), hasta el último, De la vida cotidiana (2019). Lo que hace su poesía es abordar el drama humano desde ángulos que van variando desde formas escriturales que le otorgan otro sentido a un relato histórico que insiste en contarse como pesadilla.

(…) el resto de los poetas del 80 andaban en otra sintonía, fundamentalmente haciendo del lenguaje su preocupación central.

Frente a esta historia del poder, Riedemann opone, desde un comienzo, la belleza frente al dolor, la ternura ante la prepotencia, la ironía y el humor como formas de enfrentar la estupidez humana. El lenguaje de sus primeros libros es llano y limpio, con una claridad que contrasta con la experimentación neovanguardista y barroca de la época y lo acerca al espacio lírico de autores como Alejandro Pérez, Eduardo Llanos o Bernardo González Koppmann, entre otros. Diría que el resto de los poetas del 80 andaban en otra sintonía, fundamentalmente haciendo del lenguaje su preocupación central. Lo que no me parece para nada mal, pero acá la cosa iba por otro lado y el intento por hacer una poesía de la claridad (no en el sentido parriano, obviamente) es correlativo a un momento histórico en que se buscaba también tener audiencias que fueran más allá del ámbito estrictamente literario. No fue un afán inútil, mirado en retrospectiva. Más allá de las discusiones teóricas y los lugares comunes que apuestan por no ceder centímetro alguno a la independencia del escritor frente a la ideología, asumidos ahora en una época donde la palabra «reflejo» produce arcadas, muchos de estos poetas apostaron por huir de la oscuridad y los juegos de salón.

Riedemann mantiene esta apuesta por la claridad en toda su obra, pero con ciertas alteraciones en libros como Salto al vacío (1998), Perdigones (2016) y más evidentemente en los poemas inéditos que componen el libro Vía Muerta. En todos ellos, como también en De la vida cotidiana, propone formas y juega con la idea de los personajes como símbolos, sean estos El dipsómano, El insomne, El abandonado, de Salto al vacío; o La mujer de los ríos, en De la vida cotidiana.

Mal de ojo (1991) es un libro particular dentro de su producción poética. Publicado ya terminada, formalmente, la dictadura, su temática se despliega con ella de fondo. Son poemas que unen el universo lárico y la preocupación política. Abundan en los textos los trenes, las muchachas, la imagen nostálgica del sur (no olvidemos que Riedemann nació en el pequeño pueblo de Reumén, para llegar a los pocos días a Temuco, y este mundo no le viene de la literatura sino de la vida). Un larismo político, como aquel practicado por Teillier en algunos de sus poemas emblemáticos (“Retrato de mi padre militante comunista”, “En el mes de los zorros” o “Treinta años después”, por ejemplo), que en Mal de ojo se expresa en textos como “La elegida” (dedicado a Karin Eitel) o “Habeas corpus”, y quizás, tangencialmente, en poemas como “Estas son las mañanitas” o en “Nadie imagina lo que cabe en un bolso de cuero”. A pesar de que son pocos los textos que tocan el tema, el libro entero tiene un aura que une de una original manera lo lárico y la contingencia social.

Es la de Riedemann una poesía deliberadamente de tono menor, expresada como propuesta o modelo teórico en su libro Hombre muerto (2007). Por poesía menor Riedemann entiende una poética de la precariedad que se haría cargo de los restos de la realidad, del hecho de que todo ya está (casi) escrito, o que la poesía se escribe también casi sola, porque gira en sentido contrario a la iluminación o la inspiración y trabaja allí, sobre el rescoldo de la grandilocuencia. Pero Hombre muerto parece el programa de un libro anterior (La manzana de oro) y el antecedente natural de Calle de un solo sentido (2013), memoria de sí mismo y lo imprevisto, título que toma prestado de un texto de ensayos breves de Walter Benjamin, publicado en 1928.

En sus próximos libros Riedemann continúa su afán por explorar la resistencia del cuerpo ante el dolor, el cuerpo como desecho frente al devenir histórico, la dictadura chilena y las dictaduras como destino, el psicoanálisis como forma de operación poética o mecanismo para indagar en el sueño de la razón y sus engendros. El habla, por así decirlo, está siempre buscando nuevos mecanismos de construcción y en De la vida cotidiana se hace poesía documental, al estilo de Holocausto de Reznikoff, en este caso desclasificando archivos sobre los detenidos desaparecidos y trasladando fragmentos de esos archivos a su poema.

Esa puede ser una lectura, pienso ahora: Riedemann trabaja sus libros de a dos o en pares. Luego se cansa y va a otra cosa.

Entonces una lectura de la obra de Riedemann podría ir poniendo los acentos en los quiebres o rupturas que esta propone, desde su poesía asentada en el intimismo de los discursos políticos de su primera etapa, pasando por la descripción de personajes que conforman un croquis de la sociedad en Salto al vacío, la poesía de tono menor en Hombre muerto o La manzana de oro, la lírica conceptual propuesta en Perdigones, la poesía documental en la parte 2 (“El cuerpo de los hechos”) en De la vida cotidiana, hasta el carácter fotográfico y de exposición de los hechos (por no encontrar otros nombres) de su libro inédito Vía Muerta. Creo que Salto al vacío y Vía muerta se conectan y pueden ser leídos también de manera consecutiva, en su búsqueda formal, a pesar del tiempo trascurrido entre uno y otro. Lo mismo pasa con Poemas desde Chile y Para matar este tiempo, con Mal de ojo y La manzana de oro, son libros en la misma sintonía. Esa puede ser una lectura, pienso ahora: Riedemann trabaja sus libros de a dos o en pares. Luego se cansa y va a otra cosa.

Salvo algunas fotografías que lo muestran junto a Rubio y un joven Millán, y otras junto a Cecilia Atria, son pocas las instantáneas que muestran a Riedemann (o Esteban Navarro, su seudónimo hasta el año 2007) posando para la posteridad junto a sus compañeros de generación. Es un poeta fuera de foco, casi al margen, y los que tenemos el gusto de conocerlo, sabemos que es un escritor que reniega de las operetas colectivas. La poesía es lo que importa, y no el poeta, parece recordarnos Guillermo, y no podemos sino agradecer ese gesto de humildad y humanidad.

En esta antología, los lectores se encontrarán con esa personal voz y ese mundo lleno de violencia y ternura que construye, donde se puede leer nuestra historia, pero también la vida de un escritor que nos permite entender (y soportar) de mejor manera este tiempo oscuro que nos ha tocado vivir.


Ricardo Herrera Alarcón (Temuco, 1969). Profesor de Castellano. Editor de revistaelipsis.cl y de Editorial Bogavantes de Valparaíso. Ha publicado Delirium Tremens (2001), Sendas Perdidas y Encontradas (2007), El Cielo Ideal (2013), Carahue es China (2015), Santa Victoria (2017) y la antología Todo lo que duerme en nuestro corazón desembocará un día en el mar (2020).