Acerca de «Parestesia» (por Claudio Guerrero)

Hormigueos en las manos

Alcaino-Parestesia-scaledParestesia
Andrea Alcaíno
Ril Editores
Santiago, 2020
68 páginas

Andrea Alcaíno (1998) reúne en su primer libro de cuentos, titulado Parestesia (2020), ocho relatos breves. Predomina en estos textos una composición narrativa que da espacio a personajes juveniles desacomodados, excéntricos, más bien freaks cuando no psicópatas, que atentan contra su propio cuerpo o sobre el cuerpo de otro u otra, ya sea humano o animal. Por lo regular, las familias son disfuncionales, los niños y jóvenes que la conforman están abandonados o viven prácticamente solos, porque sus padres están ausentes, ya sea porque trabajan todo el día o porque son maltratadores o porque se lo pasan discutiendo a gritos. Los personajes juveniles, sin acompañamiento, entregados a su suerte, son personajes oblicuos, torcidos, se constituyen como antihéroes, esquizoides, violentos, anómicos.

No resulta extraño, por lo tanto, que en estos relatos se explore sentimientos y emociones acordes al nivel de dislocación de los personajes: el resentimiento, la crueldad, el humor ácido, la ironía absurda, el aburrimiento, la depresión, la soledad, o, el desarrollo de una constante pulsión de muerte que a veces de expresa no solo en el asesinato de un padre, por ejemplo, sino que también en el canibalismo.

El efecto de repulsión que busca generar la mayoría de estos relatos tiene que ver con la exploración de lo políticamente incorrecto, con lo grotesco y lo torcido. La explotación de la suciedad, de olores nauseabundos, los cortes de piel, las manchas de sangre, el cercenamiento de las extremidades del cuerpo recuerda la estética del cine gore de terror. Hay en esta proximidad al cine B un gusto por la espectacularización de lo ignominioso o abyecto. Una estética que se muestra a sí misma exacerbando sus planos de enunciación. Ahora bien, cuando la realidad no alcanza a ser placentera, cuando el realismo capitalista, diría Mark Fisher, cierra los horizontes de expectativas y decreta que no hay otra alternativa, la recurrencia al gore, a lo grotesco, al feísmo, tal como lo hicieran Baudelaire o Edgar Allan Poe ciento cincuenta años atrás, Ambrose Bierce o Lovecraft más recientemente o el ya citado cine de terror de bajo presupuesto, pareciera ser una respuesta que permita hacer contrapeso al peso enorme de lo real, al exceso de realidad que promueven tanto los medios de comunicación como las medidas político-sanitarias de un gobierno, al tedio contemporáneo 24/7 que adormece los cuerpos y oblitera el deseo, al abandono de las familias en función de la autoexplotación en el trabajo, etc. El exceso de neurastenia, en este caso, podría parecer una respuesta exagerada, hiperbólica, fuera de lugar, y, sin embargo, resulta totalmente plausible y sana en la medida que propone el advenimiento de lo ominoso como un realismo gore en cuanto salida alternativa al adormecimiento general que predomina en las sociedades contemporáneas.

La parestesia, entendida como sensación nerviosa de hormigueo en la piel, se explora con mayor propiedad en el último relato. Leído simbólicamente, el hormigueo que siente la personaje y que hace que se vaya cortando una a una las extremidades, desesperada por los movimientos internos, resulta acaso una consecuencia del exceso de mercancías que llenan el paisaje del capitalismo tardío. Tiene que ver también con cierta parálisis que provoca el exceso, cierta detención, cierta anulación de la capacidad de sentir. En este sentido, como respuesta corporal a un estímulo externo, bien puede entenderse como lo contrario a un sentimiento generalizado de autodestrucción. Sería más bien un síntoma, una muestra visible de una enfermedad. Pero la diferencia respecto del tratamiento de cualquier enfermedad es que aquí las hormigas están dentro del cuerpo, por lo que darle al fin a la enfermedad es poner fin a la vida. Resulta interesante que el hormigueo esté asociado a la escritura. Con el brazo que le va quedando, mientras escribe se refuerza y acrecienta el hormigueo. Escribir es lo único que hace sentir. Pero, como si se tratase de una aporía, cortarse, desmembrarse es sanarse. Escribir es sentir el hormigueo. No se puede parar de escribir. Acaso lo único que va quedando, los escasos modos de sentir algo en medio del vacío.

 

 

 

Agua Santa, abril 2021


Claudio Guerrero Valenzuela es autor de la plaquette Código menor (2017) y los poemarios Las corrientes luminosas (2020), Pequeños migratorios (2014), El libro de las cosas que se ignoran (2002) y El silencio de esta casa (2000). Ha publicado además el libro de ensayos Qué será de los niños que fuimos. Imaginarios de infancia en la poesía chilena (2017) y es coautor de Tres estudiantes descubren la Odisea de Kazantzakis y exploran la poesía de Kavafis (2000).

Imagen de la cabecera: https://www.publicdomainpictures.net/