A Luis Conejeros
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Un gato blanco con manchas amarillas.
De 5 a 7 meses de edad, ¿juega o pelea?
con una gata mucho mayor.
Ella lo mira indiferente.
Su pelo es negro con reflejos grises.
Él está en el piso. Con la panza hacia arriba
está lanzando muchos golpes,
acertando pocos, ella da algunos,
pero los acierta casi todos,
está sentada, y desde arriba los lanza.
Sobre el marcador de agua
un tercer gato completamente negro los observa.
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Conocí a Cristal al volver a casa.
Es de pelaje blanco con manchas amarillas.
Es pequeño y lleva un collar purpura algo gastado;
por eso creíste que era una gata.
Cristal es el más pequeño del grupo,
es un gato adolescente comparado a los otros
dos gatos. Con uno juega a pelear.
Cristal se lanza al piso mientras el otro
con sus patas lo golpea ágil
aunque algo desinteresadamente,
pero con entusiasmo Cristal
busca que el juego no termine.
El otro gato es de pelaje negro con reflejos grises claros,
y unos ojos verdes menta oscura. Brillan.
El tercer gato de la escena
es totalmente negro y tiene ojos dorados,
y lleva un collar rojo con bordes dorado-oscuros
con una hebilla también dorada oscura,
que hace resaltar lo bien cuidado de su pelaje
y con ello lo bien alimentado, dándole
un bello toque estético a su actual postura
sentado sobre la estructura de cemento que cubre
y protege el medidor de agua.
Curioso los observo a una distancia prudente
por un par de minutos.
Pero debo entrar, ya es de noche.
La luz amarilla de los postes ilumina
como el frío, la escena.
Al notar que abro la reja. Los dos gatos huyen rápidamente.
En cambio, Cristal que los ve huir se levanta
se queda quieto y me observa.
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Me acerco a hacerle cariño. No se aleja.
Aún más, se acerca y echándose al piso
busca continuar el juego.
Yo acepto. Juego un momento con él.
De cerca el collar es celeste,
y tiene una hebilla plástica roja.
Cuando me canso, se apega a mi pantalón.
Qué gato más sociable, pienso.
Debe ser de alguna casa cercana.
Aunque es muy pequeño para que ande solo.
Miro alrededor, no se ve a nadie buscando
o esperando a un gato. La calle está vacía.
Sólo la luz, y el frío que es húmedo
y tiene algo del frío de los metales.
Bajo la escalera que me lleva mi casa
(un pequeño departamento debajo de una casa;
la casa de arriba está situada sobre una loma
que permitió la construcción de un pequeño departamento
entre los pilares de la casa; ambas se complementan
perfectamente, parecen una única casa de dos pisos).
Cristal va cruzándose por mis piernas y maúlla.
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Lo observa. Lleva un collar algo gastado, pero no lo suficiente como para creer que el gato no tiene hogar. Pero tanta amabilidad en un gato tan joven, declara a gritos que el gato es hogareño, o eso piensa el joven desde su experiencia, porque él nunca ha tenido gatos y esto es solo especulación en base a libros, a películas, documentales y gatos de amigos que visita esporádicamente y con los que siempre procura socializar un poco. Así que no es ningún experto, pero es buen conversador y por eso sabe algunas cosas que alguien que no ha tenido gatos no debería saber. Ahora él avanza y el gato se le acerca y se frota contra sus pantalones, él se agacha y lo acaricia, y mira alrededor, buscando alguna pista que le dé claves de la procedencia del gato de manchas doradas. Pero no hay claves en esta noche azul oscura (acaso negra) y despejada, pero fría. Sí, hace frío, así que el joven va apresurado al pasillo que lo lleva a su departamento interior y entonces para su sorpresa el gato lo sigue, y mientras lo sigue maúlla para llamar su atención. Él abre la puerta, deja la puerta abierta, deja la guitarra en su pieza, no se saca la chaqueta (debe ir a comprar pan pronto, antes que se haga tarda y no haya pan en el negocio), vuelve a la puerta gira una silla del comedor, y se sienta a observar al gato que duda en entrar, finalmente al ver al joven sentado, entra. Se le acerca maullando, el joven lo acaricia, teme tomarlo, así que cuando ve que el gato blanco de manchas doradas se comienza a pasear por la habitación simplemente lo deja recorrer.
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Soy Cristal, un gato blanco con dos pequeñas manchas amarillas en mi cuerpo. Una que cubre casi toda mi cara y otra en mis patas traseras que va uniéndose con el inicio de mi cola que luego al final es blanca.
Estos humanos amigos no me llaman por mi nombre. Pero claro no lo conocen, así que no les puedo pedir mucho. Me llaman con voces dulces, como la de mi ama-amiga.
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A cristal no se le llamaba con sonidos de la boca, sino que rozando tres dedos de la mano (pulgar, índice y anular), esa pequeña fricción y ruido los reconocía como una llamada, y solo así se acercaba.
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No tengo comida de gatos.
Tengo avena. Los gatos comen avena dice en internet.
Le pongo agua y avena en dos potes distintos.
Ella sólo se acerca al agua, sin tomar,
y de la avena come sólo un puñado.
En fin no tiene hambre.
Es un gato hogareño, estoy seguro.
Cristal pasea por la casa buscando algo.
No lo encuentra. En un momento comienza a arañar
una silla. Le digo que “no”, subiendo la voz.
No se asusta, pero parece ofendido.
Da una vuelta alrededor
de la mesa, y sale por la puerta de la casa que seguía abierta.
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Voy a comprar pan. También compro
un poco de comida para gatos.
Cuando vuelvo a casa, no veo a Cristal cerca.
Me siento al computador reviso las redes sociales.
Leo mensajes. Pongo música. Debería prender la estufa.
Escucho unos maullidos.
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Cristal está en mi cama.
Le tomo por si acaso algunas fotografías.
Le gusta que lo acaricien
salta a donde estoy sentado.
Está en mi regazo. Me mira.
Lo observo atentamente.
Escucho su ronroneo. Profundo y vibrante.
Veo mi chaqueta llena de pelos, pero no importa.
Lo bajo para continuar con mis cosas,
pero una y otra vez vuelve a acercarse.
Se cansa, se va al sillón del living-cocina-comedor-zaguán.
Noto que se duerme.
Pasa una hora.
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Publico en un grupo de Facebook
del sector donde vivo
si alguien busca a un gato perdido.
Más de una persona comparte en sus muros la publicación.
Una mujer me envía un mensaje.
La mujer me dice que ese gato al parecer es de la vecina
de su esposo. Es del pasaje donde hay un negocio lila.
Conozco el negocio, es cerca. Mañana iré a preguntar.
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Cristal se va.
La puerta seguía abierta.
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Lo escucho maullar pero no alcanzo a llegar a la puerta.
Ya estaba acostado.
Lo llamo pero no viene.
La noche es silenciosa negra y fría.
Se escucha muy a lo lejos un auto pasar.
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Me cuenta que lo encontraron.
Que sí era de esa casa. Es de una niña.
La madre se fue de casa, y el padre con los hijos
que salen a trabajar temprano, descuidan la entrada
y salida del gatito.
Por lo que no es primera vez que se pierde.
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Pasan las semanas. Casi he olvidado,
pero había decidido escribir algo de Cristal.
Me gustó la primera escena.
Tres gatos del sur observándose.
Uno buscando jugar. Los otros dos observándolo.
Yo observando a los tres. Con mi guitarra,
y un destino que apenas descifro.
Pero me escriben nuevamente.
Cristal está ahora en otra casa.
Mucho más lejos. Lo tiene una mujer.
En la fotografía se ve a Cristal sobre la mesa del comedor,
tan sociable como siempre.
En la pared se ven fotos familiares.
Y se ve la mano de una mujer adulta que se acerca
al lomo curvilíneo de Cristal.
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Voy muy deprisa a dejar unos libros.
En poco menos de una hora viajo a Santiago.
El pedido es urgente, me aseguran.
En la esquina dos jóvenes esperan locomoción.
A sus pies está Cristal.
¿Es suyo ese gato?
No, se acercó solo.
Froto mis dedos. Cristal parece reconocerme.
Maúlla fuerte, se da vueltas sobre sí,
se me acerca.
Lo tomo y le hago cariño.
Le cuento a las muchachas
que es un gato de otro pasaje cercano
que siempre se pierde.
Prometo que si vuelvo pronto lo llevaré a su casa.
Vuelvo en 20 minutos. Cristal no está.
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Pienso en una novela. La protagoniza un gato.
El gato se pasea por distintas casas.
Siempre está perdido.
El padre de su pequeña ama-amiga, descuida al gato.
La madre de la pequeña se ha ido de casa
¿por qué dejó a su hija sola con su padre y sus hermanos?
El gato es el mejor amigo de la hija.
La hija se preocupa mucho por el destino de su gato.
Pero un día se preocupa más por su destino
y el destino de su familia.
El gato entonces va por una y otra casa.
Cada casa es un mundo, es una y cien historias.
El gato da el paso para hablar de la historia de cada hogar.
Yo escribiré la historia de cada hogar, de cada fotografía.
Haré lo que hizo Perec en La vida instrucciones de uso.
El gato será el modo de recorrer esta ciudad tan fría
que amo. Será el modo de sacar luz a tantas historias
de amor, y hablar de amor es siempre hablar de dolor
y también de luchas, odios, roturas y fortalezas.
De historias repletas de alegrías y ilusiones y llantos
y desdichas y nostalgia y desconsuelos.
El nombre del gato será Cristal. Es un bello nombre.
Evoca misterio y un mineral hermoso y puro
(la transparencia deja pasar la luz, acaso la intensifica
o la guarda).
Cristal finalmente volverá a casa.
Dormirá en su casa.
Su ama que ha crecido,
su ama que aún espera a su madre,
acaricia a Cristal.
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Encuentro a Cristal tras las rejas de una panadería que está cerrada. Siempre lo llamo, él se acerca. Veo que está bien. Veo que ha crecido. Sigue reconociéndome.
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Un día uno de los personajes lo vuelve a encontrar, Cristal está notoriamente asustado y alerta. Al principio se distancia. Pero me reconoce y se acerca. Está afuera de la casa donde sé que vive. Lo acaricio.
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Cuando me enviaron el primer mensaje
la mujer me alertó que no era bueno que un gato
anduviera solo fuera de casa, lo podrían atropellar
agarrar unos perros, llevárselo alguien irresponsable,
y alguna cosa peor que no quiere imaginar ella
y no quiero imaginar yo.
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Lo deben haber seguido algunos perros.
Ha crecido, se nota. Está más alerta, eso es bueno.
Se ve algo desordenado su pelaje.
Al principio al acercarme erizo sus pelos.
Sentí un escalofrío.
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Le cuento la historia a amigos. Será una novela de un gato que recorre distintas casas, y cada casa en que se detiene tiene una historia.
En la intimidad y en mis anotaciones yo fabulo hablar de abuelitas que crecieron en el campo y hoy viven en Temuco, y que sólo sueñan con el pronto descanso de esta vida, y con ayudar un poco a sus amados antes de partir… Sueño que relato sus historias: algunas crecieron en el campo, siendo chilenas hijas de pobres, otras fueron mujeres mapuches que crecieron hablando su lengua y luego la vida las empujo a las ciudades a buscar mejor suerte que en el campo (donde la pobreza reinaba), y ahí olvidaron su lengua e hicieron destino y algunas llegaron a despreciar sus orígenes, por motivos distintos y algo complejos de descifrar: peleas familiares por tierra, traiciones, malentendido históricos, etc. Pero ¿algo de nostalgia amorosa siempre perdura? Otras, ese día que Cristal llega a su casa se han caído en el centro porque las calles están descuidadas y/o mal pavimentadas y es una triste normalidad que los adultos mayores sufran accidentes de ese tipo. Y se aguantan el dolor y se curan con pomaditas que venden en el centro, y que verdaderamente les hacen bien. Y se sirven un mate y recuerdan a sus hijos, y esperan que hoy el viejo no llegue con mañas. Y esperan ilusionadas a sus nietos que vuelven de sus colegios. Y los aconsejan y tratan de guiarlos de la mejor forma con su amor que se emparenta con el infinito.
Y también hablo de los destinos de esos hijos. Porque Cristal se duerme en la casa, como se durmió en mi casa, y yo voy deteniéndome en los objetos y de cada uno saco una historia como lo haría un buen autor francés.
Y también sueño que Cristal va más lejos y llega a casas donde hay más dinero y yo escribo esas historias. Historias de mujeres que temen andar en micros porque un día fueron acosadas, y le agarraron terror a las micros. Y también historias de jóvenes que buscan amar. Y que no saben si aman o no. Y que aman y pierden, pierden en el amor. Y se están recuperando de esas heridas. De jóvenes que extrañan su hogar. De jóvenes que beben y se drogan porque están heridos, y cargan fantasmas y sombras que no pueden controlar. Y bailan. Bailan. O se guardan en un rincón oscuro, para apagarse. Ojalá volando. En un lugar donde nada existe. Y en sus casas siempre hay música: un rock atmosférico que calma un momento los corazones, y también hay canciones de amor, canciones que cantan al amor perdido y que ellos aúllan, sin ser poetas, qué hermosos y dolorosos aúllan.
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Le cuento a mi amigo que por aquí vive Cristal. Que quizá lo pillemos. Y aunque son las 1 de la mañana lo encontramos. En realidad, nosotros vamos a comprar, o a ver si alcanzamos a comprar algo para comer.
Y ahí está Cristal y está con su madre una gata blanca con manchas doradas y negras, con un collar similar al de Cristal. Ambos en medio de la avenida, y Cristal me reconoce, y su madre no se aleja. Qué raro ambos gatos tan sociables. Su ama debe ser muy tierna con ellas, las debe tratar muy bien, para dar unos gatos tan sociables. Yo juego un rato con Cristal. No andan perros cerca. Luego juego con la mamá. Mi amigo también se acerca a Cristal. Y Cristal juega con él. Sigue inquieto como siempre, ahora va tras unos pequeños arbustos cercanos, se lanza entre las ramas, y en seguida vuelve a buscar caricias y suaves golpes.
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Hace mucho no veía a Gabriel, hoy está acá llegó para Pascua. 24 de diciembre. Yo pensé que iba a pasar sólo la navidad. Pero ahí estamos conversando. Amo a mis amigos que se preocupan de mis proyectos literarios. Le cuento que planeo un libro, es una novela de un gato que recorre el sector e incluso más allá, y que va pasando por distintas casas y eso permite contar la historia de cada hogar. Es buena idea, hermano -me dice-, tení que hacerlo no más. Yo he escrito hoy un poema que habla de los amigos que se pierden y que un día vuelven a Temuco. Tomamos mate recordando. Y pienso si algún día escribiré algo de Cristal o si acaso lo volveré a ver.
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Cristal está a la orilla de la avenida Pedro de Valdivia. Es tarde. Pero aún pasan vehículos. Una joven en una bicicleta lo ve. Parece que Cristal cruzará la calle. Lo que claramente es una mala idea. La joven se detiene. Se acerca al gato. Ella vive cerca. Ella lleva audífonos. Ahora se los saca, quedan colgando en el cuello de su chaleco. Suena música: rock pesado y rápido, acaso punk. Le habla al gato, Cristal le maúlla, y da vueltas. Recibe sus caricias. Ella lo toma en brazos. Es primera vez que Cristal viajará en bicicleta. A lo lejos algunos vehículos. Ella pedalea.
Romero Mora-Caimanque Aguirre (San Miguel, 1993) es antropólogo por la Universidad Católica de Temuco y director de la editorial Tortuga Samurái. Ha publicado los poemarios: Fantasmas (2018, ed. digital), Motivos, escenas y gorriones. Primera entrega (2021, Tortuga Samurái), y Motivos, escenas y gorriones. Segunda entrega (2021, Tortuga Samurái).
Imagen de la cabecera: collage del autor.