Sobre «Frágil palabra impresa» de Fernando Rivera Lutz (por Felipe Moncada)

Una fragilidad salvaje


Captura de Pantalla 2022-06-11 a la(s) 15.09.51Frágil palabra impresa
Fernando Rivera Lutz
Editorial Aparte
Arica, 2022
74 páginas.

¿Cómo son los momentos absolutos? En uno de ellos, Fernando Rivera, el autor de estos poemas, compone un solitario partido de ajedrez con los objetos que están sobre la mesa (tres torrejas de limón, un salero, dos vasos), o quizás, es el momento en que el polvo se detiene en el aire, como contrayéndose antes de una posible detonación, mientras juega con la vieja pistola del padre. O podría ser el momento crudo en que los gatos contemplan desde una higuera cómo entierran a decenas de gallinas muertas, o aquel momento en que el poeta entra a la pieza en que murió su padre y halla un gato inmóvil cerca de un busto de yeso del Papa Juan Pablo II. Momentos cargados de tensión, con un simbolismo que no se explica, que se deja vibrar como una cuerda hasta que cese el temblor del sonido, desde esos momentos escogidos se libera el poema. Y es que las situaciones predominan, así como los instantes en que se cruzan fuerzas oscuras: memorias familiares de una ruralidad remota en el tiempo y la geografía, los ideales de lucha de la juventud, el hiperrealismo del cuerpo físico (las uñas que suenan al ser cortadas, una gaviota muerta que un perro lleva en el hocico, un estanque dónde se ahogan las ratas), pueblan los rincones de estos poemas frágiles, breves en su momento de captura y salvajes en cuanto a narrar, objetivamente, hechos, situaciones grabadas al azar, como una conversación sobre una tragedia oída al pasar en un terminal de buses, que se queda como una herida en la memoria.

Aquella idea oriental de que “todas las formas son temporales” se hace objeto de zoom con la lente realista del artista plástico, que conversa con una vendedora de reinetas en la playa y se preocupa ante la ausencia de viento que ya no hace mutar a las nubes.

El licenciado en arte, que convive con el poeta que compone estas capturas, sigue siendo un esteta con lo precario, desarrolla —improvisemos— una estética de lo inconcluso, hay una vocación de pintor también al ver formas de animales en la pintura inacabada del techo, en el doble sentido de la expresión “pintar las nubes”, ser cronista de sucesos arbitrarios, observar el momento en que sucede el movimiento, o la inmovilidad, lo hace inminente. Aquella idea oriental de que “todas las formas son temporales” se hace objeto de zoom con la lente realista del artista plástico, que conversa con una vendedora de reinetas en la playa y se preocupa ante la ausencia de viento que ya no hace mutar a las nubes.

El tránsito, la evocación de lugares que fueron o pudieron ser, es otra corriente de estos poemas: el situarse en lugares como la playa o el desierto, con sus horizontes infinitos de distinto elemento, entrar en esos territorios, pero desde su óptica de habitante distanciándose de la mirada como escenario abstracto, pues quien escribe se identifica con las criaturas sobrevivientes, alimañas con las antenas bien paradas, aparte de un cuero duro y buen olfato, siendo el paisaje el campo de tensiones que contiene esa vida.

Una parte de este libro nos presenta un relato generacional situado a principios de la década de los 70, cuando en el contexto de una humilde intención de guerrilla, con más entusiasmo que armas, la ilusión iba a quedar opacada, corroída por las sales marinas, por el olvido, constatando que no pasó nada, que las armas que sostenían el extremo de la utopía yacen descargadas en el cuarto del fondo, donde nacen y mueren innumerables camadas de ratas, siendo el vacío el gran contenedor donde se pueden acumular aquellas ilusiones muertas.

Parece haber en la poesía de Fernando Rivera un impulso de captura más allá de lo fotográfico. El cuadro tiene movimiento, evocación, memoria. La madre que degüella el pato para las visitas, el abuelo parecido a un azadón, delgado y de manos huesudas, la mosca que, sangrante, le recuerda un pétalo de enamorados, el retrato de un hombre que queda loco al explotarle una bomba, lo salvaje también de la cotidianeidad humana, esa escena oscura, quizás pintada por un Goya ensombrecido por la guerra que mira detrás de la puerta, allí donde no se quiere mirar y te da su versión, su captura en frágil papel impreso “como en una fotografía donde algo no cuadra”, pero que deja de manifiesto un ojo feroz, atento a las señales de lo cotidiano, capaces de estremecer la percepción y conectar con lo más profundo de la ensoñación o la memoria.


Felipe Moncada Mijic: Nació en Quellón, en 1973. Profesor de Física y Matemáticas (USACH). Editor de Ediciones Inubicalistas de Valparaíso. Ha publicado los libros de poesía: Irreal (2003), Carta de Navegación (2006), Río Babel (2007), Músico de la Corte (2008), Salones (2009), Mimus (2012), Silvestre (2015, Premio Municipal de Santiago 2016), Migratorio (2018, Premio Mejor Obra Literaria Inédita CNCA en Poesía, 2017). En el género ensayo ha publicado: Territorios Invisibles. Imaginarios de la Poesía en Provincia (2016, Premio Mejor Obra Literaria Inédita en Ensayo, 2015).