Ofrendas al viento y su óxido, de Felipe Moncada
Ofrendas al viento y su óxido
Felipe Moncada
Editorial Aparte
Arica, 2022
208 páginas
Conocí la poesía de Felipe Moncada a través del poemario Silvestre; sobre el mismo escribí entonces:
Hay pocos libros que consiguen la fragancia de lo que nombran, no sólo su representación. Pocos libros donde la delicadeza o la vehemencia de los elementos, resuenan, se manifiestan. Silvestre, de Felipe Moncada, a mi juicio lo consigue notable, sencillamente. Y creo que esa sencillez, es expresión cabal de su depuración, de su honestidad, de su maestría. No hay alardes retóricos ni de ninguna otra índole, y el poeta, el hablante, se interna en lo agreste, en la espesura del bosque o la selva, que no es umbría, porque ha conseguido, dentro de ella, hacer un claro.
Partiendo de una imagen con que abre a manera de epígrafe, hay un cardo, solo y agresivo, a quien nadie amó, ni siquiera los asnos. Pero la soledad que se atraviesa en el poemario, con la que se ironiza también y se escriben, envían recados paródicos al Monje, es de naturaleza solar, nutritiva. A diferencia de los hombres enajenados de la “ciudad grande”, que apenas pueden levantar las cabezas del asfalto que pisan, acá se regresa a un tiempo y a un espacio fuerte, ritual, rural, por la palabra. Aparecen los arrieros, los montañeros, los hombres que bajan y suben la cuesta, un país de barrancos, que escuchan cantar al gallo con su eterna pregunta sobre si no estará solo en el perdido corral de madera, aparecen las manos de Filomena Manquepi, que aprendieron de memoria y por la memoria regresan al territorio del poema, de la escritura: ¿Cómo aprendió? / De pura memoria, dice. / De los murallones coronaos por pehuenes / De los cardos y los dos metros / De nieve, de ahí, de lo que me acuerdo. / Si en el silencio del fogón, lentamente / Se urde la geometría del azul, / La flor silvestre de los barrancos, / La esbelta fragancia del poleo, y si el viento / Se pudiera tejer, el balanceo / De los grandes sauces, / Sería también de pura memoria. (Manos de memoria).
Porque este poemario recobra así, la relación primera, indisoluble, entre poesía y memoria, entre cultura y memoria. El hablante, escindido entre las exigencias de una cotidianidad que encadena a un deber productivo, cuentas, deudas, pagos, consigue, por la palabra y la memoria, remontarse en el lenguaje.
Cito: Urgente. Correo del monje / anuncia la fiesta de los avellanos. / Carpinteros de cabeza roja / y un canto para llenar cien jarras. / Lo leo / encadenado al arriendo, / la luz, los gastos comunes / y si no fuera por la deuda, / por el peso a peso / de la gotera en la cocina, / por la ambición nuestra / de cada semana / con siete lunes de piedras: / Me bañaría en el Sol, / animal de puro lenguaje, / perdería la vista en los cóndores. (Urgente).
Leyendo este poemario sentí el recuerdo, la remembranza con poetas como Jorge Teillier, Tibulo, cantor agreste, con Eliseo Diego, quien creía firmemente que nombrando las cosas tan despacio regresarían bramando con el alba. Quiero decir, se pueden establecer filiaciones entre el poemario de Felipe y poetas como Robert Frost, el objetivismo norteamericano o la depurada poesía oriental. Pero sobre todo, reconozco un tono, personal, de autenticidad, que se ha despojado de todo lo superfluo para llegar a lo esencial, a lo medular, por sobre lo decorativo o lo enfático. Con él uno puede entrar en la orfebrería del bosque, en el aroma de la cocina a leña o escuchar un caligrama en los riscos del Peine. En el ritmo de una escritura, que no traiciona el ritmo del bosque. Y que, en su búsqueda de lo medular, se enfrasca en la estética de “lo pequeño”: Otros verán lo sublime, el glaciar cayendo a nebulosas lagunas, soñará el profetón su nombre escrito en los acantilados, su ego en la camanchaca de los desiertos. Déjanos Moisés, mirando el destello en los hilos de araña, recogiendo avellanas, crepitando junto al fuego de la rústica cabaña.
Con estos poemas regresan la cabaña, la cocina a leña, el rehue, el lonko que habla de la revolución, rituales, costumbres, personajes que con la seudocivilización (su barbarie) van desapareciendo. Pero como el fino huemul de Gabriela Mistral, no importa la fina bestia extinta, sino que haya existido, que exista, en estos poemas, y dejen su impronta en la cultura de una raza.
Continué adentrándome en su poesía con Migratorio y hoy celebro la edición de esta antología de su poesía, a la que los lectores podrán acceder en más de 200 páginas, la reunión de una selección de 7 libros y el trabajo sostenido de años. Se agrupan en ella poemas de Irreal, Carta de navegación, Río Babel, Salones, Músico de la corte, Silvestre, Migratorio, a las que se añaden las secciones Molido, Crujido y Médanos (inéditos).
Esta ANTOLOGÍA, a la que ha titulado Ofrendas al viento y a su óxido, creo que, coloca, desde el título, una postura de asunción de una totalidad, que en otros, sería tal vez escisión: por una parte, celebración, ofrenda al viento (su aire) y a todo lo que pueda producir: generación de energía, electricidad, aliento, impulso de barcos, de veleros, de aereonaves, impulso del vuelo, y también su efecto corrosivo, el deterioro que produce: su óxido.
Sus versos van a acoger, así, tanto lo vital, de la naturaleza, los elementos, como de los hombres, y sus ciudades, sus formas de vida, de sobrevida, la corrupción y la decadencia. Con esta aspiración, de nombrar lo disímil y lo fragmentario, su poesía se va configurando como una expresión híbrida, mestiza, donde coexisten el árbol, el hombre y la motosierra, donde van a estar, por una parte, un tiempo y un espacio donde todavía están el pájaro, el árbol y también la tala, formas de vida tradicionales y los desplazamientos migratorios hacia las ciudades, con su consecuente desarraigo.
Quiero señalar que, a mi juicio, la poesía de Felipe Moncada no se restringe al formato del verso impreso, se desplaza en la canción, en la música, en la edición, con lo que advierto una poética, una poiesis, una forma de vida. Sus versos entrecruzan lo rural y lo urbano, la referencia histórica conviviendo con la naturaleza superviviente. Su poesía conserva el afán por la preservación de lo rural y los oficios, aquellos que tanto celebrara Gabriela Mistral. Editor de rarezas, de fábulas campesinas, de cantos a lo humano y a lo divino, su poesía entronca con la tradición rural chilena, con lo clásico, que sobrevive en los campos de Chile y con sus manifestaciones (los cantos populares).
Gran parte de la poesía actual está segada no sólo de la geografía sino del paisaje; la de Felipe Moncada recupera esa urdimbre: la tierra que no es sólo accidente geográfico, sino vivencia, habla, lenguaje, forma de vida. Por otra parte, su verso incorpora el aprendizaje contemporáneo, estricto, medular.
Se pasea por la lectura y el lenguaje y la confrontación con las vanguardias, por la pintura, por la fotografía, por la música, por la poesía lárica (homenajes y guiños al autor del Hotel nube) por la antipoesía. Es la suya una voz distintiva dentro del panorama chileno actual. Como muestra de la aspiración a una música sincrética, barroca, de fusión, que, con el poema escrito aspira ( también) a “conectar la música étnica / con pulsaciones de galaxias de Bach”, cito, de Músico de la corte: La multipercusión es mi arma: / siete gongs de origen chino / completamente fuera de este mundo / el deseo es conectar música étnica / con pulsaciones de galaxias Bach / con los yoruba jazz tocar una teología / de esclavos en la pista cristiana. / Una manera de oír esto / es imaginar arquitectura de termitas / Changó maravilloso / vibráfono eléctrico en mi computador / así percuto el tímpano de la santería / así me persigno contra la falta de fortuna. (Tímpano de la santería).
Es capaz de escuchar la fiesta electrónica del bosque y de hacerla, contribuir añadiendo su nota al conjunto. Y esta es una capacidad de su poesía, no sólo nombrar, sino observar, escuchar, lo minúsculo, del grillo, de la brizna. Hay una ironía en sus versos que sonríen ante las separaciones de lo mayor y lo menor, en su poesía todo adquiere su relieve, tiene su justificación, su presencia. Felipe Moncada creo que es un poeta regional, otro enamorado de “la patria chiquita” que sirve y aúpa la grande[1], su poesía tiene no sólo el tono sino el sabor de lo agreste y lo rural, de la región, por lo mismo, no se limita sino se abre, desde el terruño a lo universal. Creo que es de aquellos provincianos, que pedía Cesare Pavese, o que encarnaban también Miguel Hernández y Antonio Machado.
En esta antología, se pueden encontrar poemas donde puede estar la anécdota, la historia, el registro del habla popular, la calle, el hombre, lo humano universal, su desgarrón. No es la suya obra de un intelectual, donde vida y obra admitan una separación, su verso se intuye vivido, apurado, caminado, con lo que dota a su poesía de una autenticidad, una vitalidad y honestidad, allí donde otros son escritores pusilánimes de lámparas. (…) Como los muchachos de Whitman que se bañan desnudos en el río / pero en versión porteña: / asolean cicatrices, fuman yerba y pierden la vista en los pelícanos, / tatuados por quinientos pesos con el escudo del cacique. / Desfilan los cuerpos que no saldrán en las revistas: / la madre de cuatro chicos, con su cicatriz de la cesárea, / el moreno tajeado con el pellejo pegado al espinazo, / la niñita con su polera mojada, / la gorda que grita a su hija: ¡Yamila, ven paracá!, / el tata de gran barriga, un monstruo de peluche con la espalda manchada de lunares. / Para todos un viento que hace tambalear gaviotas, / vuela carpas y servilletas que envolvieron un pedazo de pollo, / para todos la espuma dibuja galaxias de leche, / burbujas que los chicos persiguen en calzoncillos. (Torpederas).
Otra cosa llamativa en su poesía es el nombramiento de tanta especie nativa chilena, de una vegetación que va creando otra arboladura poética, allí donde en el paisaje humano ha sido segada: Escalinatas de humedal llevan a su médula de musgo / espirales de boqui trepan universo sin gravedad / cántico de todos los tamaños. / Ruta de huilliches / sin más tumba que el espesor de la quila / arrayanes son la puerta, árboles caídos y renovables (…) / luma, meli, canelo, altas columnas de templo acuático. (Anay).
Hay un afán de seguir un rastro, de recoger huellas ancestrales, justificación y testimonio de la existencia humana. Se buscan los ancestros, “la huella de los peñis de la costa”, en un recorrido, una itinerancia que no está exenta de sacralidad: “altas columnas de templo acuático”.
Entrar a su poesía es entrar (también) a un sendero del bosque, escuchar la convivencia del grillo, el gallo, el zorro y el hombre. Sobre las especies, crea una especie de aforismos poéticos, que reactualizan la sentencia campesina, con la modernidad, en una expresión personal, híbrida.
Su poesía está también llena de sonidos: canto del chucao, del tue tue, pájaros entreabren alas en las páginas, se dejan nombrar, escuchar, escapan.
Quien recorra estas páginas, no sólo encontrará a un hombre, sino una larga itinerancia y tiempo transcurrido, maneras de afirmar la precariedad de las vidas y del lenguaje, a un poeta, que puede celebrar a otro, (un poeta chino) a Elías, cantor a lo divino de Guzmanes, con las manos de los oficios, mezcladas con el elemento primordial de toda creación: el barro.
Yo lo he leído con fruición, sólo me queda compartirlo y recomendarlo a los lectores.
Damaris Calderón Campos
Isla Negra, marzo, 2022
[1] Gabriela Mistral, Breve descripción de Chile, conferencia dada en Málaga, Archivo del Escritor.
Damaris Calderón Campos es una poeta que nació en La Habana, Cuba, en 1967. Ha publicado más de 15 libros de poesía. Entre ellos: Sílabas. Ecce Homo (Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2000), Parloteo de sombra (Vigía, Matanzas, Cuba, 2004), Ediciones Lom, Santiago de Chile, Los amores del mal (El Billar de Lucrecia, México, 2006, 2da edición Mago editores, Santiago de Chile). El arte de aprender a despedirse, Ediciones Matanzas, Cuba, El remoto país imposible (Coedición ediciones Fuga y Las Dos Fridas, Santiago de Chile), 2da edición Ediciones Matanzas, Parloteo de Sombra y Las Pulsaciones de la derrota, por Lom ediciones, Santiago de Chile. Su obra aparece recogida en las antologías personales La soñante (Efory Atocha Ediciones, Madrid, 2014), El infierno otra vez, ediciones Unión, La Habana, Cuba y Mi cabeza está en otra parte, editorial Alquimia, Chile, así como en numerosas antologías de poesía latinoamericana contemporánea. Su obra ha sido traducida a diversas lenguas como el francés, el inglés, el portugués, el holandés, el alemán, el griego y el servocroata. En 2011 obtuvo la beca Simon Guggenheim, en poesía y en 2014 le fue otorgado en Chile el Premio Altazor a las Artes, en el género de poesía, y el Premio a la Mejor Obra Publicada por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura de Chile.
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