Cuando no existen los océanos
Amar o Desarmar: He ahí el dilema
Bernardo Navia
G0 Ediciones
Santiago, 2022
74 páginas
Este viaje (que otros llaman Libro) se sumerge, se hunde de inmediato; sin anuncios, sin advertencia y sin preparación. Los de a bordo no sabemos cuánto tiempo se soportará la falta de aire, la presión del océano, la oscuridad, el frío. No sabemos cuándo el poeta volverá a emerger, a ver la luz del sol, a respirar. Así lo vemos, en el fondo, distraído, pensando en habitar un lugar eterno —quizás lo sea— y, sin embargo, los de afuera, vemos que el tiempo se termina. ¿Los de afuera? ¿Estamos realmente afuera? ¿Indemnes? ¿Ajenos?
Desde el inicio: “Hay un verso que no lee nadie / que no acaba nunca de nacer” (“Poética I”), hasta el final: “mientras la muerte llega a mis libros / y salpica de tinta un verso final” (“Un vals en la tarde”) no hacemos más que sumergirnos y compartir aquel viscoso espacio, de realidad potencial, de valentía autoimpuesta, de cordaje extremo, larguísimo, de piedras que resbalan hacia arriba, hasta el punto de partida, si es que existe alguno. Porque, finalmente, se es y se no es. Viajamos de regreso, hacia el final, y resbalamos hacia cualquier parte.
Un libro (que otros llaman Viaje) de dolor, de despedida. Como tantos otros, libros, dolores, viajes, despedidas. Si se intenta la abstracción al revisar cientos, miles, quizás decenas de miles de otros libros, se encontrará que el amor y la muerte están siempre, de distinta forma, con distinto tono o tratamiento. Algunas combinaciones se pueden plasmar de manera inequívoca: el amor de la muerte, el amor a la muerte, la muerte del amor… Y tal vez todas desemboquen en la misma orilla, una orilla que, de día goza de rebalses y caricias, mas de noche se repliegan los oscuros, los tildados en su andar errático. Y entonces, la misma playa luminosa se transforma en un marasmo de pesares y temblores: “Es ese fantasma, el de los espejos, / el que flota sobre lo que escribo / y me espera en la orilla a la que arribo / porque sabe que me gusta irme lejos” (“Es ese fantasma, el de los espejos”), que se nos relata en el medio del viaje de un viajero ya extenuado.
El lector atento lo ha descubierto, es la primera estrofa de un soneto, como varios otros que habitan este viaje. Poesía métrica (cuatro cuatro tres tres, ABBA) en inglés y en español, ya que parte del libro es bilingüe, haciendo manifiesto el ánimo virtual, de inmigrante o relegado, del poeta, dejando en claro que no es su propio océano. Es más. El poeta no tiene océano al que sienta propio, sino que habita aquel punto equidistante a no pertenecer o pertenecer a medias a cualquier lugar, incluso al fondo del océano.
Se busca una salida, se lanzan al aire preguntas retóricas: “¿Cómo le explico a la gente que mira / que el timón no responde, que no puedo bogar?” (“Preguntas”), cuando ya sabemos, los de dentro, los de fuera, que la situación está perdida. El buque yace en el fondo abismal, a merced de las mareas y otros monstruos de las profundidades. Y el náufrago, hundido, sumergido, no tiene más que un lápiz, que a ratos —cual timón— se rehúsa a funcionar: “Este lápiz mío, veraz, / ya no me habla más” (“Mejora”). Y entonces, el hundido, el sumergido, se queda ahí, a oscuras, solo, aterido, sin nada con lo que escribir, ni siquiera una raya en la pared de piedra; no cuenta los días, porque transcurren iguales; tampoco el cambio de estación, porque es siempre la misma. No hay salida. No hay regreso. Dejad fuera la esperanza.
Y, en medio de todo, el peregrino sigue su camino hacia ninguna parte, con decisión, tenaz, por completo alienado. Insiste en hablar, en hablar-le, en reunir palabras y enviárselas, quizás por intermedio de algún pez, o de una corriente subacuática. Paradójicamente, no se agota, más bien se muestra acostumbrado al nuevo hogar. Es un poco incómodo, parece decirnos, pero al menos soy inmune al agua. Porque, eso sí, después de tan intensa aventura, de tan dificultosa senda, de tan dolorosa vía, el poeta, el vidente, el peregrino permanece, incólume, de relativo buen ánimo, soportando los vaivenes, las mordidas de los peces, la falta de aire, incluso la falta de escritura.
¿Qué es peor para un poeta peregrino? ¿La falta de amor? ¿La falta de poesía? Sin el primero, sobrevive. Sin la segunda, muere. Esta es la conclusión, después de un largo y desesperanzado andar: está vivo y es la poesía lo que queda, en verso libre, en justa métrica, en cuartillas demenciales o en disueltas cartas de navegación. Es lo que le queda. Y, por ende, también es lo que nos queda. A él, a ella, a todos, a todas. La poesía sobrevive al agua, a los espantos de la ausencia: “Así me asalta tu nombre en un verso, / Así me habla al oído tu ausencia” (Soneto VII), a la nostalgia, a sí misma, incluso. Es la compañera fiel, confiable y eterna. Por esto, el peregrino elige el verso exacto, la norma – forma – horma en la que se puede incrustar y sentir, otra vez, protegido, a salvo; de cierta manera, en casa.
Amar o Desarmar es un texto diferente. Una rara avis de la poesía actual. Es un texto extemporáneo que, como el amor, o la poesía, no tiene época. Eso sí, se nos advierte, no se puede ingresar sin salir indemne, ni de uno ni de otra. No se puede salir igual a como se entró. Uno es un camino. La otra es el camino, el objetivo. Es ella, la letra viva, la que nos sostiene, redime y salva. La más fiable en cada zarpe, en todas las tormentas, en todos los naufragios.
Nueva Aldea, octubre 2022
Carlos Almonte (Santiago, 1969). Editor y poeta. Es Licenciado en Literatura hispánica (Universidad de Chile) y Máster en Literatura (Universidad de Barcelona). Ha publicado el poemario Flamenco es un sueño (La Calabaza del Diablo, 2008), el ensayo creativo Neoconceptualismo: el secuestro del origen (Sarak Editions, India, 2001), escrito junto a Alan Meller, el poemario dual, junto a Juan Carlos Villavicencio: Breaking Glass (GrilloM Ediciones, 2013), la novela Viento blanco (La Calabaza del Diablo, 2013), y el relato en prosa poética Alicia en la carretera (G0 Ediciones, 2018).
Imagen de la cabecera: El Jardín de las delicias, de El Bosco (1500-1505).