Hijo del Guaiquillo (Antología personal)
Américo Reyes
Ediciones Nueve Noventa
Curicó, 2022
112 páginas
De: LOS POEMAS PLUMAVERAL (Ed. B 612, Curicó 1992)
PARA SALTAR AL SOL
Si no creyeron en mí
qué va a importar, es difícil
soportar una época que no alcanza
para besar, para subir
y bajar una escalera rota;
si no fui sufrible, amistoso;
si me pasé la vida escribiendo poemas
que al fin y al cabo
nunca sirvieron para levantar una casa
—un ladrillo pudo más que eso—;
si no bendije el agua que di
si no importó a su tiempo
ya no, qué va a importar;
si estuve siempre encerrado en mi felicidad callada;
si le prendí velas a la inocencia y me quejé después
de los muertos que no me han dejado vivir
tranquilo, qué
va a importar
si no importó
en su momento.
Aunque no importa, es verdad:
estoy aquí
para empezar de nuevo.
De: BOLEROS SON BOLEROS (Mosquito Editores, Santiago 1995)
BOLERO EN UN BOTE
Nos estamos oliendo sobre el tajamar
y hacia él cae nuestra desvergonzada
espuma.
No te he perdido. La tarde es limpia
y debajo de tu ropa
hay un cuerpo que espera por mí
y el río tiene que pasar
también por nosotros
para llegar a su destino.
No te he perdido aún. Éste
es el mismo secreto profundo,
la misma historia con duraznos
y vino.
No te perderé al anochecer
ni tampoco te perderé en las rocas
ni tampoco te perderé nunca
pero nunca.
De: ANTOLOGÍA SECRETA, junto a Rodrigo González Langlois (Ediciones CAUM, del Café Literario Zaguán, Curicó 2001)
EPITAFIO VITAL
Recién habíamos llegado. Se nos escuchaba el bosque a lo ancho de la plegaria, con el otoño que también fue tu delirio: era algo así como hilvanar canciones. Tú estabas muy pequeño todavía y te sobraban tempestades; la gente amaba sobre todo tu pelo pálido.
Hablaron tanto de ti en los sueños que no te oí llegar. Iba a darte un beso y la corona de España me cayó encima, cuando te recordaba de una vez por todas… para que tú supieras que aquí en mi puño cabían los años venideros.
Y así te presentía: perfecto en tu misterio, quería aprender de memoria tu tranquilidad, ser sabio en sonreír, y de pronto todo fueron cicatrices.
Te fuiste, como la juventud y el vino.
Testigo fue este aire que aprendió sin proponérselo a perdonar al barro, al frío. Ya se llenó de segundos que tiemblan, cargó la soledad en vez del trigo y tú preguntas por mi madre, y yo pregunto por las cartas, por las sandalias que crecieron hondo, las lecheras voces.
Pero no saben las palabras cómo defenderse de los labios.
Allá al fondo, el Guaiquillo en su inofensivo pelaje con sus troncos resentidos que aún titilan en los meandros —a un minuto de su abrazo con los fantasmas amigos— dejó que su claridad se la llevara la corriente. Y los nuevos cazadores ya orinan sandeces —rufianes peludos mojados con un vino incurable, de suyo alborotado—.
A tu hacendosa sombra derrochada en los yuyos, yo subo todavía, porque el verano siguió su curso hacia el mar —pese al ripio municipal y la codicia, hubo la música de las cuatro de la tarde y los guairaos—.
Ahora tú preguntas qué es un río, para qué sirve un río.
No hay tiempo para responder largas caminatas y todo lo que tocas te transforma en un hombre libre por el que de golpe yo mismo he debido envejecer,
si bien ya fui viejo una vez, me reí de espaldas ajenas, acaricié una nieve lánguida y tuve que esconderme de todos en el fondo de todos porque no pude reconocer compañeros, los besaba sin comprender y decía: Ah, el aire, ¡y el aire vivía ante nosotros!
Después, alegremente echado sobre unas algas de Iloca, miro arriba y abajo, justo en el límite de mi aliento de ayer y mi aliento de hoy, y vislumbro una palabra en donde se oye el mar que eres. Verde me alzo pero infranqueable, así en la paz del cuerpo como en la paz de las horas desde la salada furia que ronca contra el cielo y bailo, más desnudo que nunca, al son de un grano de arena, junto a los peces negros que encienden una noche, niño.
…Niño, qué son las ciudades para ti, qué una mano, qué el amor que inspira tu desordenada confianza. Mira cómo pasaron 64 años, los mismos de llamarte Jorge y tener hambre, los mismos de vagar entre peldaños y humaredas.
Quién ha sido tu padre y tu madre en la lluvia cuando llegabas de tan lejos, eternidades antes del almuerzo, pedaleando las únicas palabras que caben en un silencio verdadero: ¡Que lleguen otros niños con tambores a enamorarlo todo, y se diluya en el huracán la fiesta de los negros!
Resulta que si hube de ser tu hijo vívido y hurgar el puente entre esposos y esposas —dado que se ve, sin mucho esfuerzo, el plexo pensativo que hoy profanas, emborrachado por la brisa de mayo, y el griterío de enanos payaseros, subordinados al estigma de su propia payasería, y la remodelación de tu casa que ya es siempre tu casa— …yo te declaro ahora padre exclusivo y latente, padre mío con padre y madre a quien tenderle una mano en los atardeceres difíciles: el tiempo te dejará también a ti que creas en su obstinado círculo sin nombre y vanamente poderoso.
De: EL CENTINELA Y SU CÁNTARO (Ediciones B 612, Curicó 2010)
CARTA A MI CADÁVER
A quien llegue le diré: “Si quieres besa mi cadáver,
en él yace lo mejor de mi juventud, a cabalidad
todas mis heridas”.
Le diré también: “Mi única madre
ha sido la muerte que convalezco”.
Le preguntaré: “¿Cuántas veces pude yo suponer
que tu desnudez estaba cerca de mi cuerpo, haciéndolo
querible y compañero, liviano para el minuto final?”
Le recordaré, además: “¡Eres lo que me debes!”
P.D. Las malas decisio¬nes; la autoestima por el suelo; las iras; mi indignidad; la elaboración de defensas absurdas (si bien coherentes y fundamentadas) ante supuestas acusaciones terribles; los miedos fatuos; la puta terneza que me hizo pedir perdón en los momentos de mayor ofensa en mi contra; el arte de simular, perseguir, huir… todo ello… lo pro¬vocó el amor, y al amor volvía una y otra vez, sin embargo. En un paradero a las seis de la mañana, robándole sus monedas a un mendigo —cuando no el mendigo mismo— o en una ramada que supuse mi tumba. Interrogaba a quien fuera más o menos tincudo: “¿A dónde ir sin mi pecho…?” Y se me respondía en sorna: “A una casucha sin ventanas…” Y aprendí, a porrazos, que la satisfacción también tiene cara de hereje.
De: QUE LOS CUERPOS CUMPLAN SU DESTINO (RIL Editores, Santiago 2012)
FÁBULA PARA APRENDER A RESPIRAR
Valió la pena tener cuerpo porque hay niebla
y es un lunes que se filtra por las ranuras
ahora que vengo de tanto madrugar
sin ni una chaucha, sin mi madre
y sin máquina de escribir en donde cabría
una vida de descubridor perezoso,
chirriante entre colores verdes,
y un torso fugaz triza la turbulencia
como un perfume que busca su flor.
Y yo a quien busco es a quien sea como yo
—alguien que al irse no se vaya, que acabe conmigo—
en la ciudad en la que el que posa de “iluso”
es el que inaugura, sin la menor ceremonia,
este revival de tentación, perfidia y desencanto.
He conservado la mirada y miro
desde mi gruta el Curicó que no figura
—bien por sumisión, bien por rebeldía—
ni en las cartografías ni en los pensamientos de nadie,
y tengo quince años cada vez que me incitan
cual Scheherazade, rehuyendo
—entre verso y verso— del charlatán
cuyo reino termina donde comienza mi cuchillo.
Estoy auscultando címbalos
encadenados unos a otros
por un torrente que los prende y los multiplica,
y excrementos de ángeles en la luminosidad de los juncos.
(Desde el punto de vista de mi perro
sólo me faltaría la cola).
Aquí bajo mis pies
hay un polvo que podría servir.
Sería fácil hacer otro hombre de él.
De: EL CONFESIONARIO (RIL Editores, Santiago 2015)
…Y fue bajo circunstancias con tufillo a surrealismo de trasnoche —adolescente y pendenciero— y portadoras, por ende, de los valores que a la inutilidad y al entusiasmo les son tan propios, en las que don Carlos Neftalí Godoy Fernández elaboró, en su casa de Black Waters City, un muy particular catálogo, presentado en público como:
DECÁLOGO DEL POETA
Escribe poesía como si no tuvieses nombre, tal
si las palabras fuesen un sueño
o un derroche, como si hubieses sido tú
el primer partisano que gritara,
al lanzarla: ¡Viva la flecha fértil!
Escribe poesía de lo que nunca verás
ni podrás definir ni llevar a cabo
en contra de la luz o a favor de ella, como
si fueses el ciego que ostentó su blasón
en la ciudad marcada por el fin de la leyenda
y el principio del miedo.
Para el sordo verdadero
que aprendió a escuchar de abajo hacia arriba
escribe poesía
como si no fueras tú el Oidor flagrante, aquél
al que hicieron sosegarse a palos.
Escribe poesía cuando te hablen y hablen
y el silencio, no obstante, persista,
pero también cuando no haya ningún silencio que encubrir
porque las palabras se habrán salido de madre.
Y porque el roce de las manos engaña y envilece
envejeciendo indistinta, prematuramente
al tocador y su tocado
escribe poesía como si no tuvieras manos.
Escribe poesía como si no tuvieras lengua, maldice
cantando los planes del mentiroso y del cobarde, y de rondón
pregúntate quién eres, de qué instrumento
no menos maldecible que tu lengua te has valido
para maldecir cantando los planes del mentiroso y del cobarde,
y di que las palabras no nacen de la lengua
sino de un sopor voraz a la par que justiciero.
Y cuando el deseo satisfecho reinicie, cual Fénix,
su incesante maquinaria de insatisfacción,
escribe poesía como si no tuvieras cuerpo
o tu cuerpo fuera el cuerpo del delito o
el reproche donde el amor retoza y perece.
Y cuando el universo cambie de lugar
escribe como bailas, cánsate sonriendo y avergüénzate
de ser aceptado en un mundo que detestas
—y que el iluso saque sus conclusiones—.
Escribe poesía como si no conocieras
el olor de la mandrágora ni la saturación de la muerte
y enséñale a tu lector, convéncelo, oblígalo a consentir
que los mil y un sentidos de los que has sido dotado
no te han servido en ningún tiempo
para nada.
Y dondequiera que te halles
escribe poesía como única defensa. No sea
que se desate una guerra
y descubran que eres el enemigo.
De: EL FLAUTISTA (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso 2017. Segunda Edición: PEPE LIBRO EDICIONES, Curicó 2020)
***
Hace muchos años
yo también retocé campante
en este mismo río
en el que tú retozas ahora.
Como tú, Jijsamm, aspiré a ser
un vagabundo azul bajo la lluvia:
ponderaba de igual modo la fuga de la lagartija
y el espesor de lo inalcanzable.
Donde no había secretos me los inventaba
en razón de ganarme
un lugar entre los obstinados.
Y tiritaba entre los yuyos. Y
recuperaba la fe, derramándola. Y perderse
acababa siendo siempre una iluminación.
Y los cobardes y los cínicos
eran más viejos que yo.
Latía mi rubor en la maleza
y llegaba noviembre
como por arte de magia
porque soñar era un deber.
Yo también fui un veinteañero empedernido,
adorable y obsceno —como tú—
y mis faltas de ortografía fueron reprendidas
con ternura, y perdonados los escupos lanzados
al parqué, y celebrado mi arroz sin sazonar.
Escarbaba en la oscuridad
a objeto de encontrar el origen de la noche
y el rincón más seguro donde esconderme
con mi flauta.
Como tú, Jijsamm.
De: BLACK WATERS CITY (Ediciones Nueve Noventa, Curicó 2018)
LA MUJER PERFECTA
La mujer perfecta
que aprendí a ser en sueños
queda atrás cuando
te sigo: vuela. Vuela
y vuelve, macho pandillero. Planea.
La mujer linda
que creó tu ausencia
desaparece no bien la miras
aunque es toda tuya. Borracha
pero tuya. Con
los calzones mojados
en un paradero
a medianoche.
(Como promiscua sensata
pero tuya
me defino al amanecer).
A la mujer perfecta
que pude llegar a ser
le digo: “Haces bien en volar.
Tu misión es volar.
Ninguna vuela como tú.
Localizas el alma del eunuco
hurgueteando en el pasado
y bendices y maldices
según la hora
porque tus alas te las hizo el viento.”
Te exhorto mujer perfecta:
“Vuela. Vuela.
Vuela como la que más…”
Otras no volaron
y ganaron el peor lugar
de la noche fueron elegidas
Miss Vulva Dispuesta
y Miss Misericordia
y luego condenadas
a balbucir “mmmmmm”
y obligadas a enmudecer
tras la ventana
y ser felices.
Estela Salas Espinoza (heterónimo)
De: CANTO EN EL CANTO (Ediciones Nueve Noventa, Curicó 2018)
UMBRAL
Volví a mí, a mis vigilias y desbordes.
He vuelto a ser irresponsable en un maizal.
Y cuando amaneció quise saber: «¿Quién soy yo
para vivir a expensas de la claridad?»
Y lanzándome a las aguas del Guaiquillo me pregunté,
atorado esta vez por la ligereza de espíritu:
«¿Qué me debo a mí mismo para pagarme de tal forma?»
Américo Reyes. Curicó, 1960. Ha publicado: Los poemas plumaveral, Boleros son boleros, Antología secreta, El centinela y su cántaro, Que los cuerpos cumplan su destino, El flautista y El canto en el canto.
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