Cinco poemas de Sebastián Núñez

 

 

Los poetas salvajes

A Gabriela Paz Morales

 

Somos una estirpe de condenados

en la víspera del juicio.

 

Fuimos heridos mortalmente

por palabras buscando la alquimia

de las redenciones,

una sola estrofa para decirlo todo.

 

Abatidos por secuencias de ritmo,

imágenes quebrando el orden,

alucinaciones métricas

por hablar en voz alta demasiado cerca de la verdad.

 

En los bosques

aterrados por el aullido de los lobos,

sangrando pero determinados

a desechar cualquier frontera

porque en el reverso de los espejos

tan solo el silencio nos aguarda.

 

No necesitamos condiciones de gloria,

las creamos estrofa por estrofa

en las páginas con que deliran los advenedizos,

los que piensan que un poema es el recuento

de su café por las mañanas o cualquier disparate

de bufones pretenciosos.

 

Más que mirar al abismo

queremos vivir en él sangrar en él

como bestias olvidadas

que un día cualquiera regresan cubiertas

con el aura del coraje.

 

Somos los poetas salvajes

que nunca encontraron a Cesárea

y que todavía vagan por los desiertos

con la persistencia de los órices

bajo el sol en un sueño de Namibia.

 

Hemos conquistado los áridos continentes de barro

en el fondo seco de las corrientes,

entre los valles de la humanidad

siguiendo el presagio del mar

tras el bosque en las colinas.

 

Escribimos haikus

bajo la lluvia tímida de abril,

danzamos en la música

de los vientos solares

recitando poemas

sobre los tejados

como oráculos febriles

del cielo nocturno.

 

En las cimas terrenales

anudando resonancias de arpas destrozadas,

giros inesperados del viento

que afloja su lira de arreboles

para que escuchemos

los pasos furtivos del otoño.

 

Colgados entre los capiteles

por haber proferido blasfemias

contra la santidad académica

luego de rasgar nuestras sotanas

de monjes enloquecidos.

Para nosotros y solo para nosotros

son las horas renunciando al tiempo,

la frágil esperanza de las miradas

bajo el neón candente de luciérnagas

en la noche ebria de conjuros.

Romance

 

Bosque sigiloso de aromos

entre los flancos de la colina.

Hacia la fuente, tarde de amapolas,

en el silencio vigilante del invierno.

 

Por el camino sinuoso,

rodeado de abedules, me conduje.

 

En la fuente no había nenúfares

pero sí el techo derrumbado del cielo,

la paciencia infinita de lo ausente.

 

Bajo el alambre seco de los espinos

se escabulleron las lagartijas.

 

¿Qué quieres decirme, viento del oeste?

 

Ahora, junto al borde arenoso de las ciudades,

la hierba crece.

 

Me he refrescado en los meandros

oyendo a las hojas burlarse del cielo

porque nunca toca la tierra.

 

Si un colibrí se posara en mis manos

no podría sostener la ausencia de su aleteo.

Contraluz

 

Antes del momento y luego exactamente,

antes pero después

se derrumbará entonces

antes, antes que hubiera un ayer,

ni siquiera la sospecha del presente.

 

Antes del beso la boca

el sueño de ser antes para despertar.

Límites de iridio en adelante

humo barrido por ráfagas

antes que gritaras tu nombre

para reconocerte en la sombra.

 

Antes que el sol reverberando

en la orilla de los mundos,

antes que el jadeo furioso del mar

antes incluso de que los hechos se acumularan.

 

Antes que un vapor de electrones

rondara en los páramos del abismo,

antes que la telaraña el aire

mimoso que la suspende

sobre olvidados monumentos.

 

Y antaño las vacías dimensiones

del fuego sin residencia para la ceniza.

 

Antes de que algo se revelara

el ojo que lo contempló con recelo,

el hondo respirar de las latitudes

antes que el norte obtuso,

el puente entre el silencio

y lo que calla porque nada tiene que decir.

 

Y mucho antes era tarde todavía…

 

Tendencia

 

De nuevo el viento cierra las puertas

empecinado en quedarse solo en los cuartos.

 

El viento, es el viento que desordena

la cabellera de los siglos

cuando se rompen las crisálidas

y pasan aullando las horas postergadas.

 

Tú escribes obituarios o palabras

que duelen antes de pronunciarse.

 

Pero hoy te digo que olvides

las rutas conocidas del sosiego

y que no cometas el error de Orfeo

de mirar atrás,

pues iremos tan lejos

que nos adelantaremos a la causalidad

y los hechos ocurrirán antes que los motivos.

 

Tú que permanecerás dormida

en las corrientes abisales

como el detritus de dioses condenados,

nosotros que seremos otro engrane

en la trama de los teseractos

con el sol reverberando

en las orillas de un sueño irrescatable.

La caída

 

Como viejos árboles

de pronto afectos a su peso,

se desplomaron los sacramentos

el estatuto del alabastro,

la mueca pretenciosa

en los labios de la Ley;

se vaciaron las clepsidras

y en las manos

el agua se escurrió

como las horas vacías

donde el destino se sumerge.

 

Me abruma

el vestigio inútil

de los ídolos desechados,

el manso vaivén

de sueños definidos

por un insondable

algoritmo de conciencias,

la tristeza de millones de rostros

en los vertederos

donde resuma su odio

el tiempo inerte, carcomido.


Sebastián Núñez Torres (Santiago de Chile, 1984) Poeta, docente e investigador académico. Director de Revista Vórtice y Vórtice Ediciones. Doctor en Literatura por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Ha publicado El bosque de los ausentes (2015), Las arpas rotas (2020) y Espejismos (2022). Sus poemas y artículos han sido publicados en diversas revistas literarias y una parte de su obra traducida al inglés.

Imagen de la cabecera: El doble secreto de Rene Magritte (1927).