Jan, invierno nuclear: poética del día después de lo humano
Jan, invierno nuclear
Bruno Serrano
Ediciones Inubicalistas
Valparaíso, 2022
68 páginas
En tiempos en que aún una intencionada retaguardia de la poesía quiere limitar el campo de su alcance, la escritura en Chile puede ostentar la buena salud de sus máquinas demoledoras -máquinas que, por lo demás, la han caracterizado desde la segunda mitad del siglo XX. Así, poder hacerse cargo de zonas en que solo la reflexión “seria” de la filosofía o las ciencias sociales se han autorizado a entrar, así como de temas en que se espera la, a menudo, simplona prosa de la ciencia ficción, resultan labores posibles para nuestra escritura poética, acostumbrada a quebrar visiones preconcebidas.
Jan, invierno nuclear (Valparaíso: Inubicalistas, 2022), de Bruno Renato (Santiago, 1982), es un libro de poesía que ha decidido internarse por una zona ya muy atropellada por la narrativa y el cine: la visión postapocalíptica en torno a un mundo que tras ir más allá de sus posibilidades de desarrollo tecnológico ha caído en el estado de catástrofe. Ya nos resultan temas familiares, dado lo ajustado de sus previsiones al avance real que han tenido nuestras sociedades: lo tecnológico difuminando la definición de conciencia humana o de vida en general, la pregunta por la identidad personal ante un horizonte posthumano, los desplazamientos sociales radicales que necesitaría un mundo con dificultades crecientes de provisión de energía y de todos los productos necesarios para la vida. No deja de resultar asombroso que temas que tocan tan fuertes obsesiones del arte poético -la pregunta por la identidad, la situación precaria, la duda sobre la propia conciencia- no hayan sido tomados con más decisión por poetas “de primera línea”, mientras se ha hecho notar sin cesar lo “poético” de las fantasías de Philip K. Dick o de los paisajes postapocalípticos de Mad Max. Podemos anotar quizás a Tomás Harris, Alexis Figueroa y Egor Mardones como excepciones ineludibles ante este olvido -y acaso al secretísimo Jorge Ojeda.
Lo que ejecuta Bruno Renato desde el principio del libro, es empezar planteando, a modo de enigma, un desafío al pacto con el lector: la identidad personal –Mi nombre es Jan, pero se escribe Oscuro y Renato / y soy una promesa-, lo antinatural del entorno que hacen notar sus cielos dobles, en fin, lo incompleto de la información, hacen de inmediato plantearnos en un escenario de fantasía de anticipación, que llama más a la sorpresa que a la comprensión del lector. En alguna medida, este debe experimentar la extrañeza a fondo, para que en el texto la noción de una anti-naturalidad sepa permear completamente el mundo que va desplegando Bruno.
Como cabe deducir del título, estamos ante un mundo de una supervivencia precaria, que parece ya condenada a ser puro gesto inútil. La sociabilidad se concentra en grupos que el hablante define desde la violencia y la reforzada marginalidad que sus nombres subrayan:
Las ciudades de los Nieblas, las ciudades de los Vietas
venados que roen venados y cada una una maquila
una hilera de ojos rasgados velando por los saldos
aramea, polaca sin nombre
ni madre que olvidar
toda esta noche
los Palizas
sus manos enormes
(…)
(p. 10)
Apenas se puede considerar sociabilidad este despliegue precario, y este abandono se confirma por contraste a través de los textos en que se describen fotos que se constituyen como residuos de una vida afectiva ya imposible. El mundo pre-catástrofe se deja leer con la precisión de una memoria obstinada,
Florencia 1276,
entra y sigue al patio de fondo, donde el taller
y ahora mira allá, justo donde caen y revientan los damascos:
es la carcasa de una tele con una Virgen del Socavón y sus velitas adentro:
es la pieza de la señora Isabel, la nana
y la mamá mapuche del Pablo
(…)
(p. 19)
mientras en lo que parece ser lo actual, la percepción de la memoria parece curvarse bajo la dificultad, la presión de la comunicación:
La Amauta, 13 de agosto, que algún día la Antigua. El 24 de marzo la hija ronca tragó del amor del padre y su ojo brilló como el de los ciegos cuando los observan. El 15 de julio el cuaderno se le partió en dos por su otra ración de madre, la guitarra eléctrica, el patio donde el ciruelo y la puerta chueca. El 17 de un mes, su Papique Adolfo la vio vagar a solas por su ciudad sin nombre. El 5 de junio La Amauta enterró una carta bajo sus pies, allá en los otros cielos
(p. 36)
Así, el desastre de lo humano conlleva naturalmente el desastre de la posibilidad de comunicación. La expresión se va haciendo progresivamente más cerrada y enigmática hasta que vemos tres páginas de “explosión” gráfica de palabras en la página hacia el fin del libro, en que sobresale a primera vista la presencia de nombres propios. El libro se cierra con un breve texto que deja ver, a través de las señales de la borradura y del quemar los cuadernos, que el “resto” de humanidad se confirma como tal. La expectativa se abre hacia los otros cielos solo tras asentar el fin de la memoria afectiva.
El invierno nuclear de Bruno Renato -o más exactamente, Los cielos dobles de neón, la primera parte de lo que sería un volumen mayor-, si bien desea verse como anticipación, puede ser visto sobre todo como imagen de una condición contemporánea, y la dispersión del mundo allí es finalmente la dispersión de la posibilidad de memoria organizada y de representación de lo vivido. Desde ahí, puede comprenderse como imagen de un proceso de expatriación, o más aun, del fin de la posibilidad humana ante el cambio tecnológico.
Tal como la mejor literatura de anticipación, este libro sabe guardar sus enigmas, prefiriendo dejarle al lector el vértigo en vez de la certeza. Este entreabrirse del libro será sin duda perfeccionado ante el volumen mayor, ya que en su extensión actual no deja de producir cierta sensación de trabajo incompleto -que podría haberse evitado quizás poniendo más claro este carácter parcial. Con todo, la lectura de Jan, invierno nuclear, entrega una experiencia particular, una fluctuación entre extrañeza e intimidad, que sabe conmover. Con una escritura que no desea madurar -criar huesos y músculos para una utilidad ajena a sí misma-, sino buscar un camino propio, la de Bruno Renato es una poética que sin duda sabrá dar sorpresas.
Carlos Henrickson nació en Santiago el 31 de mayo de 1974. Escritor, traductor y ensayista. Ha publicado En tiempos como estos (cuentos; Valparaíso: Gobierno Regional de Valparaíso, 2002), An Old Blues Songbook (poemas; Santiago: Ed. del Temple, 2006), Despoblados (poemas; Santiago, Ed, Fuga, 2010), Esplendor (cuentos; Valparaíso: Narrativa Punto Aparte, 2011), 44 canciones realistas (poemas; Santiago: Pez Espiral, 2015), Lumbre y portazos. Ejercicios de estilo (plaquette de poemas; Valparaíso: Inubicalistas, 2018), Siete pagos (cuentos; Valparaíso: Narrativa Punto Aparte, 2019), La Conquista. Sección I del Libro de La Fundación (poemas; Lyon: Grand Trou, 2020); y como traductor: Historias del tiempo pasado, de Charles Perrault (Santiago: Das Kapital, 2013), Siete poemas, de Marina Tzvetáyeva (Santiago: Das Kapital, 2016), A la producción (traducción de textos de constructivismo ruso, Viña del Mar: Ed. Catálogo, 2018) y Acerca de esto, de Vladímir Mayakovsky (Viña del Mar: Ed. Mundana, 2020).